Sentimientos unilaterales

7K 1K 314
                                    

Dichosa e interminable eternidad. Esa es la condena personal de los Dioses.

No ha sido elección propia renunciar a la privacidad. Se lo debe más bien a la impertinente presencia que no le abandona ni por un segundo. Al principio creyó que sería por una par de días, hasta que el pequeño Dios perdiera el interés en él y se marchara a seguir haciendo cosas de Dioses, sin embargo eso no ha sucedido.

Hacía ya varios días que el pequeño peliverde deambulaba como su sombra alrededor del palacio. Y realmente con cada momento a su lado, entiende menos esa fijación en su persona.

Claro que se considera alguien genial, digno de admirar, una proeza entre los hombres. El mejor maldito faraón que ha conocido Egipto pero eso no le alcanza para explicar la razón de la adoración de Anubis.

Es que esta hablando de un Dios en toda la gloria de la palabra, del maldito paladín de la muerte. Ese mismo que ha adoptado una forma minúscula y ridículamente adorable para complacerle, ese que le ha jurado estar a su disposición para cumplir sus deseos, ese que le intenta seducir cada noche y se conforma solo con acurrucarse a su lado.

Todas las noches se cuestionaba la razón de que un Dios vivo este allí a sus pies, sin encontrar un real sentido.

Hoy de nuevo hace las preguntas de rigor, aunque esta vez no se conformara con pequeños divagues del Dios, que le ha pedido llamarle "Izuku" a raíz de un nombre que leyó en los textos de su biblioteca y le gusto. Aunque por pura bronca ha decidido cambiar aquel apelativo por uno que le pega más a su parecer.

–Hey Deku, ¿por qué yo? ¿por qué te gusto? – pregunto al tiempo que aprecia el gusto exquisito del vino añejado en especias.

–Ehh... bueno, es porque el faraón me genera un gran sentimiento de admiración– contestó sin dudar ni un momento mientras acariciaba y estiraba las orejas de Inpu. –Y porque me hace muchos regalos...– agregó para acabar de responder la cuestión del rubio.

Aquella respuesta tonta y superficial, no le causo ni la mínima satisfacción.

–Estoy hablando en serio, maldita sea, Deku de mierda.

Los sonidos risueños que escapaban del peliverde le producían unas inmensas ganas de vomitar. Al no hallar razón para su estúpida felicidad.

–Veras... por donde empezamos. Nosotros los Dioses pintamos el mundo por amor a los humanos. Les dimos el día y la noche, la tierra y el agua, la vida y la muerte. Les concedimos dones, valores, grandezas y habilidades. Y después los dejamos regados en el mundo para que lo poblaran y administrasen. Esperamos cosas grandiosas y magnificentes de todos los humanos, pero pocos fueron los que cumplieron con nuestras expectativas– relató absorto en una línea temporal que rompía su propio entendimiento. –Débiles, traidores, arrodillados, ingratos, vacíos, impíos...– enumero una por una las nefastas cualidades que habían ido adquiriendo los humanos. –Decepción... fue ese el sentimiento unánime en el panteón, entonces decidimos alejarnos de las defectuosas criaturas. Les impusimos la alabanza, la glorificación de nuestra divinidad, la servidumbre. Hasta que un día, pasados los milenios desde que Dioses y hombres habían dejado de pisar la misma tierra, surgió Narmer...– su relato fue interrumpido por la voz de quien le escucha atentamente.

–¿El primer faraón? – cuestionó al Dios, memorando para sí mismo todo lo que había aprendido sobre él, y su gobierno.

–¡Sí! Exactamente, el primer faraón que se alzó ante los humanos. Aniquilando a todos sus enemigos, se proclamó el más fuerte y nadie nunca logro derrotarlo, fue el primero en unificar Egipto. Posterior a este vinieron tantos monarcas, algunos imponentes, grandiosos, osados, majestuosos otros pequeños, temerosos, cobardes...– rio recordando algunos de los más inútiles faraones. –Todos ellos tenían en esencia algo especial, todos podían decir que eran el humano más cercano a los Dioses. Porque en virtud de su capacidad, y de la magnificencia que causase en el panteón. Le eran escuchadas sus suplicas, sus oraciones. – relato como si no fuera un secreto para nadie. – Pero ninguno fue tan grandioso como Narmer, y pocas fueron las esencias que se acercaron al ideal humano que teníamos los dioses. Hasta tu nacimiento. Cuando naciste Ra encontró en tu destino, la grandeza suficiente para concederte su protección. Y para todos en el panteón fue como si los dones se hubieran regado de manera que florecieran gratos en tu jardín interno y eso causo conmoción. Como humano albergas el reconocimiento de los Dioses pese a tus innumerables defectos, y como faraón gozas del favoritismo divino entre todos tus antecesores.

La grandeza del faraónWhere stories live. Discover now