Noche

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La mañana ha limpiado las sombras

que oscurecen el alma de los ingenuos mortales


El fulgor del desierto reverenda la majestuosidad del mundo. Lo profano ha invadido las tierras, y la sangre ha limpiado los pantanos ocultos. Hay voces muertas que susurran de castigos divinos y otros que proclaman envidia entre los hombres.

Todos los ojos miran al supremo gobernante. El discípulo de Ra en la tierra, no se ha dignado a vociferar las escasas acusaciones que le han señalado. Continúa sin miramientos, cumpliendo con sus deberes sacrosantos y gobernando a su pueblo.

Las dunas tiemblan sin miserias, abandonando la vida de hombres sin rostro. La violencia de la contienda se ramifica por lo más intransitable de Egipto, los susurros apuntan a Anubis.

Le desean, en poder, en divinidad y gracia.

Los malhechores hacen apuestas, sobre cuánta sangre del Faraón necesitarán derramar para poder ordenar y dominar Anubis.

Mientras las pequeñas pestes proliferan ideando planes de grandeza más allá de sus cabezas, el Dios que desean está atrapado entre brazos cálidos que le hablan de seguridad y humanidad.

La misma humanidad eclipsante que es Katsuki con su cabello revuelto como un halo del sol, su piel moteada de calor que envuelve su alma guerrera y fuerte, guardando su carne, la misma que le rodea con afectuosa contemplación, pese a lo desesperante que sabe ha sido.

Aberrantes sentimientos poseen los humanos, no sabe muy bien qué hacer con las garras frías que constriñen su garganta, ni con las lágrimas de Nilo que bajan por sus ojos, no entienden en función porque su corazón late más rápido o sus manos tiemblan al llorar, quiere entender porque la comida que antes gozaba exuberante ahora es un dilema de ruegos caprichos para pasar un bocado o dos.

Sabe profundamente que Kirishima no está muerto, ni exiliado. Kacchan se lo ha repetido en murmullos en su oído, mientras acariciaba sus mejillas húmedas.

Y aun sabiéndolo no puede dejar de sentirse débil, enclenque en la humanidad que él mismo se transmuto. Siente en lo más profundo que llora no solo por su amigo, sino por sí mismo. Teme haberse equivocado, teme ser la causa de las desgracias del único humano al que ha admirado.

-Desde acá puedo escucharte pensar- gruño una voz a sus espaldas, mientras el aliento le cosquillea la piel, la voz aterciopelada trae sus propias entonaciones de irritación. Kacchan ha estado muy enojado últimamente, sabe que la causa es que se ha negado a salir de la cama.

-Lo siento, no quería despertarte- murmura al tiempo que abraza los fuertes brazos que lo rodean. A veces quiere derretirse a su lado y olvidar que ser un humano es tan agotador, este revoltijo de vivencias, sentimientos y emociones, es francamente desgastante.

Las pieles se hunden, los rayos del sol resplandecen con la intensidad de un nuevo día. Los caóticos movimientos cobran vida a lo largo del Nilo, y los indómitos humanos continúan con sus mundanos oficios.

-Pesaroso lamento sin duda alguna Deku- chista sofocando un bostezo. Malditas horas impías que ha descansando.

Murmura inteligibles quejas a los dioses, y se echa encima por puro infantil resentimiento, sobre el chiquillo que se acurruca a su alrededor. Su mejilla logra dar contra el cuello del peliverde, puede sentir la vida fulgir bajo su piel, suena igual que la marcha a la batalla, un sonido rítmico que parece acelerarse mientras la pequeña molestia se retuerce y se queja. Resopla sobre la prístina piel, y disfruta más de lo que debería el temblor y gemido que sale de su captura.

Se ríe de las mejillas coloradas y el suave puchero.

La humanidad Anubis sobre todas las cosas le siente bien.

Ha llegado a adorarla, aunque solo sea para sí mismo, en igual clemencia que le adora como Dios, ha apreciado con reserva esta faceta nunca antes gozada de lo marginalmente divino.

El collar de su forma chacal, se asienta glamuroso en la mesita al lado, está tan intacto y pulido como el segundo en que lo puso sobre el cuello del Dios. Así mismo, la leve cicatriz ha cerrado sin molestia en la blanca piel, dejando solo un pequeño relieve por el que cada vez con más urgencias desea pasar la lengua.

Sabe que ha sido capturado, preso irrevocable de una debilidad que profesó nunca sentir.

Todavía recuerda la ira que lo sobrepaso cuando el destino en una treta se le plantó en forma de Dios en aquella tarde, como una porcelana maldita, empequeñeciendo al mundo terrenal con una belleza sobrenatural, plantado sobre esta misma cama entre las fierezas que lo custodiaban, con su andar airoso que parecía corta el espacio mismo, flotando con gracias en el lugar, las palabras irritables que amenazaban a alguna mujer que se intentaba follar.

Quisiera reírse de lo irreal de la situación, aun, si sus palmas no estuvieran apretando sus mejillas, y sus susurros intentando perforar los tímpanos, sin duda creería que se ha intoxicado con alguna planta ilusoria.

-No he escuchado ni una sola de tus malditas divagaciones mañaneras, así que cállate- menciona sin escrúpulos, robando su beso de buenos días. Después de todo lo ha prometido, que no es un Faraón sino siempre cumplidor de su palabra.

Qué importa que la maldita mierdecilla, sea tan malditamente fácil de besar, son los designios celestiales.

El silencio es su recompensa, y se regocija en su disfrute.

Se recuesta sobre el estrecho cofre que se le ofrece, delicados dedos, empiezan un clamoroso baile entre sus cabellos, las trémulas caricias le adormecen, la pequeña presión en su pecho se ha aliviado un poco.

Al menos las lágrimas no tiñen el pecoso rostro hoy.

No sabe que mierda hubiera hecho de continuar así.

Morir quizás, empezaba a sonar a una opción, o matar al culpable.

Debería pensar en sus limitadas opciones, pero realmente se siente tan agradablemente somnoliento, la brisa sopla enfriando su espalda, y sus cabellos se enredan en los dulces dedos, los murmullos molestos han sido cambiados por un suave tarareo, y se siente como si todo dentro de la casa real volviera alinearse.

Todo está bien en el mundo mientras se vuelve a dormir escuchando el corazón que le recuerda que Anubis pertenece bajo sus brazos. Allí justo donde lo tiene.

La noche llega más rápido de lo que su alma puede desear, el relajo que le regaló la mañana desapareció rápidamente cumpliendo sus compromisos oficiales.

Entretiene sus ideas de tirar por la ventana algunos de los seniles estorbos que exigen uno u otro actuar, no es menos faraón cuando desea dormir más allá de sus horas de trabajo y no dejará que estas alimañas intenten hacerlo ver así.

Pese a sus quejas lo único que lo impulsa a continuar con su ajetreo, es saber que justo en su cama reposa a quien concediera sus deseos, incluso si su orgullo se viera opacado ante aquella sonrisa que desea volver a ver.

Y sabe mirando a las estrellas que la recuperará.

Porque ha decretado, que en la humanidad y la divinidad Anubis le pertenece, y cuidará lo que es suyo.

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Capítulo traído por mi noche de turno en urgencias, que pese a iniciar muy mal. Me ha dejado tiempo para la escritura y el ocio un ratito. El celular no me deja cambiar el formato, y sin dudas deben haber 200 errores. Pero aún así espero que lo gocen. Y para los valientes hijos de Ra que llegaron hasta acá con mi hiatus eterno, en el siguiente capítulo se viene lo ricolin con la ayuda de los dioses (?

La grandeza del faraónWhere stories live. Discover now