En este instante, es quien tiene acceso pleno a todo el sistema de cámaras de seguridad del hospital y necesito de su colaboración.

Me cuesta tanto ser consciente de que estoy trabajando para él, que la única forma de hacerme la idea de que estaría haciendo algo positivo es que se trata de Samurái... ¡Samurái, santo cielo! Definitivamente sigo sin poder procesarlo del todo.

Busco la tarjeta magnética en el interior de mi saco y la paso por el escáner. La máquina vieja demora unos segundos para darme la pasada finalmente.

Seis segundos. Uno más de los que teníamos pensado.

Tengo tres segundos más entre que ingreso y cierro la puerta.

Diecisiete caminando por el pasillo lateral hasta dar con la puerta de la morgue.

Seis segundos más en pasar mi identificación robada por el escáner.

Dos segundos en entrar, cerrar la puerta y encontrarme con el montón de mesadas, cuerpos cubiertos por sábanas y el ambiente más frío que jamás dejará de hacerme sentir aterrada.

Llevaba tanto tiempo sin entrar a este sitio que había olvidado lo que realmente significaba para mí.

No es que la muerte me produzca horror, me ha tocado toparme cara a cara con ella durante tanto tiempo, que últimamente me hace sentirla como una amiga, como en territorio conocido.

Cuatro segundos pensando en papá y en la primera vez que Nick me echó del programa de residencias por segunda vez. La primera fue por mensaje de texto.

Traer a cuenta ese recuerdo logra que mi interior se cargue como un motor capaz de producir odio y llevando el revólver empuñado, sigo hasta la puerta que tiene salida hasta los lavatorios y esterilización de elementos.

Entonces, antes de pasar nuevamente la tarjeta, el móvil vibra en el bolsillo interno de la chaqueta.

Lo saco.

Es él.

Aguarda

¿Puedo confiar? ¿Estará esperando para venir y matarme? No sería la primera vez que lo intente.

Entonces escucho pasos al otro lado. Y gritos.

—¡No se detiene el incendio en lavandería!

Reconozco la voz.

Es Daniel, uno de los guardias, no mi preferido, por supuesto que ese lugar está reservado para mi prima Julie.

—Dame una señal en cuanto pueda salir—le respondo con audio y observo el cronómetro en mi reloj pulsera. Llevo trece segundos perdidos aquí abajo.

Mierda.

Catorce.

Quince.

—¿Yaaaa?—le envío.

Dieciséis.

Diecisiete.

Dieciocho.

AHORA

Bien, demonios, bien.

Paso la tarjeta y salgo corriendo.

Nunca aprendí a manejarme con tacones aguja y creo que ese elemento sería el principal por el que a alguien le costaría reconocerme de encontrarse conmigo a distancia prudente.

Lo terrible es que he perdido unos veinte segundos.

Me apresuro y los tacones resuenan en el suelo, aunque otros pasos de gente corriendo ya se perciben. Quisiera estar ahora mismo en el lente de cada una de las cámaras de seguridad, para saber que pasando la esquina del pasillo, no me encontraré con un maniático y un revólver apuntando en mi frente.

Sigo andando y me obligo a tomar el camino más corto. No es parte del circuito que teníamos en mente para evadir la fluencia mayor de gente, así que saco el móvil para avisarle a Samurái. Aunque ya tengo un mensaje suyo:

QUÉ CARAJOS HACES

—Recuperando veinte segundos, tú ocúpate de mantener la zona despejada, debo llegar.

Antes de guardármelo, llega su contestación que la leo de refilón:

PERRA ASTUTA

Suelto una risita y sigo corriendo con el revólver listo en caso de alguna complicación.

Hasta que distingo la puerta del laboratorio.

Y está entreabierta.

¡MIERDA!


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#LasMentirasDelJefe

#FINdeMARATÓN

3/3

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