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Mientras Tiziano conducía hacia el lugar que la sorprendería, ella se estiró de cansancio y volvió a bostezar

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Mientras Tiziano conducía hacia el lugar que la sorprendería, ella se estiró de cansancio y volvió a bostezar.

―¿Tanto sueño tienes? ―le preguntó entre risas.

―Demasiado, ¿acaso tú no? ―le contestó con intriga.

―No tanto, estoy acostumbrado a despertarme temprano.

―Yo también me levanto temprano pero no alrededor de las seis y media de la mañana. Siento que no dormí nada ―le expresó suspirando―. ¿El centro de la ciudad no queda para el otro lado? ―inquirió comenzando a despabilarse del todo.

―¿Acaso no estabas media dormida? ¿Qué pasó que ahora te percataste de que vamos para la otra punta? ―cuestionó con el ceño fruncido.

―Contigo es mejor estar prevenida, contigo no estoy segura ni mucho menos ―respondió riéndose.

―¿Tienes miedo que te haga algo que tú no quieras? ―manifestó con preocupación.

―No Tiziano, te estoy bromeando ―le dijo para que se calmara―, sé que no me harías nada que yo no quiera, si hubieras intentado algo, lo habrías hecho de antes. No te considero un mal hombre, tienes tus cosas, como yo tengo las mías pero eso no quita que seas un hombre con malas intenciones, si Alejo sabría algo así, estoy más que segura que jamás habría abierto la boca en dejar que yo conviviera contigo para cuidar de tu hijo ―terminó por decirle con toda la sinceridad del mundo.

―En eso estamos de acuerdo ambos.

Pocos minutos después, Améndola aparcó frente al puerto.

―¿Qué hacemos aquí de nuevo? ―interrogó la joven mientras que fruncía el ceño.

―Baja ―le dijo él.

Los dos se bajaron de coche y ella caminó a la par de él.

―¿Me puedes decir qué hacemos en el puerto? ―volvió a preguntarle con demasiada intriga y continuando los mismos pasos que Tiziano.

El italiano no le respondió por el momento, solo caminó por el andén hacia su velero. Génesis siguió detrás de él. Cuando Améndola entró a la cubierta y se dio vuelta para mirarla, ella arqueó una ceja.

―Ven ―le dijo extendiéndole la mano para que pisara el deck que tenía el velero.

La muchacha sin decirle nada, se sujetó de la mano masculina y avanzó hacia la embarcación.

―¿No me digas que es tu velero? ―le cuestionó sorprendida.

―Has acertado, bionda (rubia) ―le respondió con una gran sonrisa.

Génesis casi se derritió cuando le regaló aquella genuina sonrisa.

―No entiendo porqué estamos aquí ―comentó frunciendo el ceño y entrando a la sala del velero.

De Margaritas y Un Amor italiano ©Where stories live. Discover now