He mezclado pensamientos de todos los sabores y grados hasta quedarme etílica desparramada en mi cordura.
He confundido amor con latigazos en el pecho. He sido niña a ratos coleccionando los dientes que las hostias de la vida me iba arrancando.
También he jugado a ser mayor en una edad inconsciente, cometiendo errores en forma de lecciones que sólo llegué a comprender con los años.
He sentido el dolor de mil agujas atravesando mi pulmón derecho, y la angustia de quien se esnifa la libertad para morir de sobredosis.
Me he vuelto sabia preguntándomelo todo, e imbécil por no haber querido darme la respuesta que he necesitado a tiempo.
No he llegado a amar a nadie hasta que sentí mariposas bailando sobre mi ombligo, y me han amado tan incondicionalmente que he acabado disparando a corazones hasta desangrarse.
No lloro con facilidad conmigo misma a no ser que doña soledad me grite insultos detrás de la oreja.
Juego al despiste con mis sentimientos cuando tratan de rebelarse, como una niña pequeña enrabietada tras perder su juguete favorito.
Y sé lo que es el vértigo a estas alturas de la vida, por eso no permito que me hunda en el fango quien no me llega ni al ombligo.
Rebeka V.
