I. Invisible

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Renee Belrie
Colonia 27

Yuscca Belrie acariciaba la espalda de su hijo menor mientras él vomitaba peligrosas cantidades de sangre en un cubo que utilizaban para orinar. Renee rebuscaba velozmente en los trapos amontonados en una esquina de la habitación una pequeña jeringa con un eficaz calmante. Levantó su mano, victoriosa, al sacarla de aquel sucio lugar. Se apresuró a cruzar la habitación para llegar hasta su enfermo hermanito.

Su madre, Yuscca, ni siquiera verificó que fuera la jeringa correcta, así como lo había hecho las primeras veces que eso sucedía. Simplemente la tomó para inyectársela a su hijo en la parte interna del brazo, justamente donde resaltaba una vena que ya estaba más que acostumbrada a recibir calmantes.

Unos segundos después, Mett dejó de vomitar sangre. Se limpió con la tela menos sucia que pudo encontrar y se recostó nuevamente en el piso. Renee le había donado su almohada y dos de sus tres cobijas para que estuviera lo más cálido y cómodo posible.

La rubia comenzó a recoger todas las telas sucias. Sabía lo peligroso que era hacerlo con sus manos, pero no le importaba más. Llevaba años con la misma rutina, mucho antes de que su hermano enfermara, cuando su padre se había contagiado primero. Tanto Renee como su madre habían sido expuestas a la enfermedad, pero no se habían contagiado. A estas alturas, ya todos en la calle sabían que las mujeres Belrie eran inmunes, así que no importaba que Renee no cubriera sus manos antes de tocar cosas infectadas.

Llevó todos los desechos afuera, dejándolos con la pequeña pila de trapos sucios de sangre. La única diferencia entre ellos era que, además de las diferentes tonalidades de rojo, pertenecieron a diferentes dueños. Varios de ellos fueron de su hermano, otros de la familia Yunerie y Renee escuchó unos días atrás que la familia Quelrie fue contagiada, así que probablemente algunos de esos trapos también habían sido suyos. Era difícil decir. La sangre, sin importar a quién le había pertenecido, era carmesí.

Renee regresó a donde se encontraba su familia. Su madre estaba acariciando el largo cabello de Mett mientras tarareaba una canción que conocía bien. No parecía importarle que Mett ya estaba profundamente dormido gracias al calmante, su madre continuó tarareando, sin notar la presencia de Renee en la habitación.

Ella tan solo se quedó en el umbral de la entrada, observando a su madre esforzándose por que las últimas semanas de su hijo no fueran tan malas. Sin embargo, no se podía hacer gran cosa al respecto: la Colonia Veintisiete había sido clasificada como la más pobre trece años atrás. Comían una miserable ración al día por familia, tenían el mayor índice de personas con Zeta, no había servicio médico como tal y tampoco universidades a las cuales ir a estudiar. Los conocimientos que contenía Renee en su cabeza (muchos, comparados con el resto de los habitantes de la colonia) se debían a los libros de su padre y a este mismo. Le enseñó todo lo que sabía antes de fallecer.

Suspiró con tristeza al recordar que aquella jeringa era la última restante. El gobierno no daba suficientes dosis de calmantes para los que padecían de Zeta, aquella enfermedad mortal que estaba por matar a otro miembro de la familia Belrie.

Renee volvió a enfocarse en su hermano. Él dormía profundamente, con la respiración y cuerpo relajados. Antes de que fuera contagiado, Met solía contarle sobre sus sueños a Renee. Le decía que su sueño más frecuente era uno donde conocía una sirena con una hermosura inigualable. El corazón de la rubia se rompió al recordar lo feliz que fue su hermanito. Su voz. Su risa. Sus ojos esperanzados con que algún día conocería a aquella sirena. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que vio esas cosas. Eso y a su padre eran lo que más extrañaba.

Entró completamente a su hogar para sentarse a un lado de su madre. En algún punto de su tarareo, comenzaron a salir lágrimas de sus ojos verdes, los cuales ambos hijos habían heredado. Renee la abrazó, sabiendo de alguna manera que su madre pensó lo mismo que ella al ver a su hijo en aquel estado. Ambas extrañaban su sonrisa, sin ella... aquella habitación oscura lucía aún más triste de lo que ya era.

Expediente 512 (I)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt