CAPÍTULO VEINTIDOS

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   Para cuando decidí abrir los ojos, me hallaba de frente a un gran lago. Ever, la verdadera Ever, estaba a pocos metros de distancia. Sus ojos brillaban en un azul metalizado que dudaba entre el azul claro y el celeste cada vez que tocaba algo y lo congelaba.

—Rápido —le pedí—. Toma mi mano.

Uno a uno fui buscando a mis amigos en el bosque y los fui llevando hasta el lugar en el que se hallaban los portales. El lugar era un gran agujero en la tierra con paredes de roca lisa alrededor, la única forma de salir de allí era escalando. Cada una de estas gigantescas paredes de roca estaba separadas por altos tejidos de enredadera que las enmarcaban. Eran once rocas en total. Cada una de ellas conectaba a un mundo diferente. <<La quinta>> susurró una voz dentro de mi cabeza. <<La quinta roca te llevara al sexto mundo>>.

—Claro —murmuré por fin entendiendo la disposición. Nuestro mundo era el cuarto, pero nos encontrábamos en él, por eso faltaba una roca y habían once en vez de doce. Del mundo tres los portales se saltaban al quinto. Era absurdo tener un portal que te llevara al mismo sitio por el que habías entrado.

Nuevamente el recuerdo de mi padre enseñándome a usar los portales me abstrajo de la realidad.

Tenía alrededor de cuatro años. Mi padre me traía en brazos. Me encantaba el olor que expedía su cuerpo. Era un olor demasiado relajante. Me sentía segura, protegida en su compañía.

—Debes tomar en cuenta que los portales llevan a otros mundos, Rosse —decía mi padre—. Tienes que traspasarle tu energía al portal, ver a la roca como una puerta, la entrada a una gran cueva. Debes usar tu energía para acercar el extremo final del túnel y unirlo a la entrada, acortando las distancias. Como si aplastarás una gran caja. ¿Entiendes?...

Mi padre me bajaba de sus brazos y me dejaba en el piso, luego de eso se acercaba a la gran roca y se sumergía en ella. Desapareciendo. La roca, que a su tacto había brillado con un tono violeta, ya no lo hacía más, ahora estaba opaca.

Toda la energía almacenada en mi cuerpo comenzó a emerger tras sentir su llamado. La roca, cual imán, parecía absorber mi energía sin problemas, reconociéndome.

Comencé a sentir sus bordes, su profundidad. Para cuando llegué al otro lado de lo que se sentía como una larguísima cueva, anclé mi energía al extremo y contraje todo el túnel, acortando la distancia.

El portal estaba abierto.

***

Vimos a Rosse perderse dentro de su mente. Nos había llevado hasta un gran agujero definido por piedras, enormes piedras, y la única forma de salir de allí era escalando por las paredes de enredadera que lograban subir hasta el bosque. Ever y Siba intentaron despertarla, pero el trance en el que se encontraba era demasiado profundo. Supongo que era un efecto secundario de haberse bebido el antídoto para la droga que nublaba sus recuerdos.

Escuchamos voces en la parte de arriba, así que me concentré y extendí mi escudo para salvaguardar el agujero en el que nos encontrábamos atrapados.

—Acabo de extender una cúpula —avisé a los muchachos—. Vean si pueden despertar a Rosse.

Cientos de cuervos se lanzaron en picada chocando con la cúpula. Si mi concentración no fallaba podía resistir varios minutos sin problema. Siba y Erik se pusieron a mi lado dejando a Ever con Rosse. La morena hizo aparecer llamas de sus manos y mi amigo hizo emerger unas especies de lanzas de roca desde la tierra. Estaban listos para intervenir si hacía falta.

Con un movimiento de cabeza les hice entender que no podían lanzar sus ataques o perforarían mi escudo.

Lo único que podíamos hacer era esperar a que Rosse volviera de sus ensoñaciones y supiera porqué nos había traído acá.

Una de las enormes paredes de roca comenzó a brillar. Era un resplandor violeta, demasiado irreal. Rosse caminó hacia él y se sumergió en su interior.

—¡Síganla! —grité—. ¡Antes de que se cierre el portal!

Los cuervos que arriba se estrellaban contra mi escudo cambiaron de forma, entre ellas distinguí a Belén y a mi padre arañando la superficie de la cúpula con sus uñas.

—Malditos camaleones —mascullé mientras vigilaba que los chicos cruzaran hacia donde fuera que Rosse había decidido llevarnos.

Cuando sólo quedaba yo, reforcé mi concentración y me acerqué a la roca violeta.

Esta aún brillaba, por lo que suponía que el portal todavía se encontraba abierto.

Tras zambullirme en la roca extendí mi escudo a su entrada, sentí los puños de varios camaleones golpear el acceso al portal desesperados. Estar dentro de aquella roca se parecía a caminar bajo el agua. Toda esa energía se sentía demasiado espesa, pero no desagradable, ni siquiera costaba respirar.

Tras esperar un buen rato al interior de la roca protegiendo la entrada sentí como la energía de esta comenzaba a cristalizarse, toda la energía que me rodeaba se estaba haciendo más y más densa, tanto que podría aplastarme.

Cuando la entrada se solidificó casi por completo, replegué mi escudo y seguí avanzando en el mar de energía violeta hasta que di con el otro lado.

Rosse y los muchachos debían de estar allí. Eso esperaba.



–FIN DEL PRIMER LIBRO–

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