CAPÍTULO QUINCE

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   No me había puesto a pensar en lo incomodo que sería esto. El corazón estaba a punto de salírseme por la boca, y con mayor razón después de la imagen que me había hecho del cuerpo desnudo de Jace después de aparecerme en su cuarto sin avisar.

Tuve que obligar a mi cabeza a controlarse. Jace había sugerido que nos transportáramos hasta mi habitación para evitar las miradas curiosas del resto de chicos que pudiesen estar a esa hora en el edificio. Y estuve de acuerdo, eso hasta que Jace me tomó por la cintura y me aprisionó contra su pecho para poder transportarnos.

Cerré los ojos maldiciendo, mientras mi vocecilla mental canturreaba en su fuero interno.

Lo abracé con firmeza para que no se diera cuenta de lo incomoda que estaba. El olor de su perfume me hizo sentir maripositas en el estomago. No pude concentrarme en Ever, que de seguro ya estaba esperándonos en la habitación, así que cambié de táctica y me concentré en el cuarto, me imaginé allí junto a Jace y listo: pude transportarnos sin problema.

Antes de abandonar la recamara de los chicos, Jace me confesó algo:

—El color natural de mi cabello no es rubio, cabeza de ébano.

Con una mueca en el rostro analicé lo que Jace me había dicho. ¿Por qué alguien como él tendría la necesidad de teñir su cabello de rubio? ¿Y cuál sería su tono natural?...

Estaba a punto de preguntarle por eso, pero Ever nos estaba observando.

—¿Me he perdido de algo? —preguntó mi mejor amiga con expresión divertida.

Me separé de Jace como si me hubiese impulsado un resorte. ¡Qué tonta! ¿Por qué había hecho eso? Si pude haberme venido con él caminando. ¿Qué me importaba lo que los demás pensaran?

Aunque a alguien dentro de mi cabeza le hubiese gustado alargar aún más ese estrecho abrazo, la Rosse más sensata retomó su lugar.

—A lo que hemos venido —carraspeé—. Creo que ya sé donde están las hojas que faltan al cuaderno de mi bisabuelo Niguel.

Ambos se me quedaron mirando.

Relaté brevemente a Jace lo de la carta que aparecía en mis sueños. Este se aproximó a la pared donde anteriormente estaban mis bocetos y comenzó a palpar el muro en busca de algo. Al llegar a un punto en el centro nos miró sonriente.

—Esta parte del muro está hueca —añadió—. ¿Tienes un cortante?

Busqué el cuchillo retráctil con el que sacaba punta a mis lápices y se lo pasé a Jace. Con cuidado este comenzó a cortar el empapelado del muro. Al recordar que allí habían estado mis dibujos, caí en la cuenta de que no había guardado el boceto de Jace que había estado haciendo durante la noche. De seguro él ya lo había visto tirado sobre la cama.

—Descuida —me tranquilizó Ever al ver que buscaba algo con la mirada—. Lo he escondido bajo tu almohada.

Le lancé una gran mirada de agradecimiento, aunque sabía que esto me iba a costar caro. Ever no se iba a quedar tranquila hasta que le confesara que me gustaba Jace. Y no sé si iba a poder negarlo.

—Ya está —dijo Jace dejando al descubierto un orificio en el muro.

Era del mismo tamaño que el de mi sueño y estaba en el mismo lugar que había visto, sólo que no llegaba hasta el otro lado. Jace introdujo su mano y me extendió un sobre amarillento.

—A qué esperas —exigió Ever—. Ábrelo.

A diferencia de mi sueño, esta carta sí tenía un destinatario: <<A mi querida hija, Rosse. De Papá>>. Decía el sobre con una caligrafía hermosa.

Un sinfín de emociones se apoderaron de mi cuerpo: emoción, pena, nostalgia. Todo eso llegó a mí en ese mismo segundo. Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—No tienes porque abrirlo ahora —dijo Jace—. Hazlo cuando te sientas preparada.

—Voy a hacerlo —me auto-convencí, aunque no me sintiera capaz de nada.

—¿Quieres que te dejemos a solas por un momento? —preguntó Ever.

Asentí sin poder pronunciar palabra.

—Estaremos afuera —prometió Jace.

Una vez que estuve sola, me senté sobre la cama y observé el mensaje escrito en el sobre. Le di varias vueltas sin decidirme realmente a abrirlo, hasta que por fin dejé de escabullirme del asunto y detuve el movimiento del sobre en mis manos. En algún lugar de mi subconsciente se alojaba algo de miedo.

Con sumo cuidado abrí el sobre por un costado y saqué lo que fuera que había dentro. Allí estaban las tres hojas que faltaban del cuaderno de campo de mi bisabuelo Niguel y una carta escrita por mi padre.

Querida Rosse:

Si estás leyendo esto significa que estás preparada para lo que aguarda. No debes confiar en nadie. Los causantes de tanta tristeza aún se encuentran entre nosotros. Se esconden bajo infinidad de apariencias, eres la única capaz de abrir las puertas. Eso te mantendrá con vida, al menos eso es lo que ha conseguido ver tu madre, Grace. La única persona en la que puedes confiar es en tu madrina (pero no siempre).

Alicia Malverde prometió protegerte en nuestra ausencia.

Si no estás con nosotros no es porque no nos importes, pequeña. Te amamos más que a nada en el mundo. Pero fue el mejor futuro que tu madre consiguió profetizar para todos nosotros, incluida tú. De haberte traído siendo una niña ya estarías muerta. Recuerda, Rosse: El secreto está en los ojos.

Busca a tu madrina cuanto antes.

Papá y mamá te esperan del otro lado.

¡Vivos! ¡Mis padres estaban vivos!

Doblé la carta y la guardé en uno de los bolsillos de mi chaqueta. Sequé como pude las lágrimas que no dejaban de correr por mis mejillas y pensé en Malverde.

No podía creer que ella fuese mi madrina.

En cuestión de segundos estuve en su despacho.

—¿Qué significa esto? —hablé extendiendo la carta delante de la maestra.

Su expresión de dureza se cayó y dejó en su lugar una mirada llena de emociones contenidas.

—Aún no es tiempo, pequeña. Tu madre aseguró que habría que esperar a que descubrieras como hacer funcionar los portales.

Malverde se acercó a un estante llenó de frascos y botellas de distintos colores y me extendió un pequeño frasco con un contenido oscuro.

—Bebe sólo un pequeño sorbo apenas estés de nuevo en tu cuarto, Rosse. Será suficiente como para hacerte olvidar una hora. Prometo devolverte todos tus recuerdos cuando sea el momento. Por ahora no puedo proteger tu mente sin ser descubierta.

—Noland —comprendí en el acto.

Hice lo que me pidió Malverde y me transporté al cuarto apenas tomé el frasco. Bebí un pequeño sorbo del contenido y a los pocos segundos me fui a negro.

***

Malverde dobló la carta y la guardó en uno de los libros que había en el cajón de su escritorio. Un pequeño frasco con un líquido azul centelleó en el fondo.  

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