CAPÍTULO TRES

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   Pese a la reprimenda de Malverde, miré a Jace varias veces mientras la profesora nos orientaba entorno a la prueba. En alguna loca estratagema, él y su hermana Belén habían decidido llevar suéteres fucsia. ¡Fucsia! Todos entendimos que lo habían hecho para poder hallarse fácilmente entre la espesa maleza del bosque. Lo que nos hizo gracia, pues aunque el bosque de los talentos sólo parezca un pequeño grupo de árboles encapsulados dentro de un viejo invernadero, es de conocimiento general que quienes entran en él nada pueden hacer para permanecer juntos. Y eso lo habían recalcado durante todo el bendito semestre.

—La temática del examen individual...—reiteró Malverde—, es que cada uno de ustedes se interne lo más que pueda en el bosque de los talentos. Y para eso deben separarse de su gemelo, señorita Grim.

Ever y yo nos pusimos a reír por lo bajo. Jace comenzó a rascarse la cabeza como diciendo a su odiosa hermana: Te lo dije. Lo que despertó aún más las risas furtivas dentro del grupo.

Los ojos de Malverde se posaron sobre mí en más de una ocasión mientras nos dejaba en claro las reglas del examen. Sé que no he sido la más lista ni la más aplicada de la clase, pero sus recelosas miradas ya las había aguantado durante todo el pasado semestre y a estas alturas comenzaban a cansarme. Si no estaba lista aún para rendir este examen debería habérmelo dicho hace mucho, pero mucho tiempo. No cuando estaba a minutos de ir por mi talento.

Inesperadamente, Jace me pasó un pequeño doblez de papel mientras caminábamos hacia el invernadero. Intenté leerlo, pero Ever me tomó del brazo y me jaló hacia un lado.

—Lo siento Rosse, pero no quiero ser la primera.

—Primera o última, da igual —le recordé—. De todas formas estaremos por nuestra cuenta allí dentro.

—Eso ya lo sé, sonsa, pero de todas maneras no quiero ser la primera. No me dejes aquí sola.

Miré a Jace de reojo y me guardé la nota en el bolsillo de canguro de mi sudadera. Ya tendría tiempo de sobra para leerla más adelante.

Algo había hecho Jace sin que nos diéramos cuenta porque el suéter que traía puesto ya no era de color fucsia. Ahora llevaba encima uno en tono caramelo. Y definitivamente le asentaba mejor que el fucsia chillón que traía cuando llegó junto a su hermana. Este nuevo color hacía juego con sus ojos.

Ever se aferró fuerte de mi brazo: Erik entró primero. Siba después.

La maestra Malverde había comenzado a llamar según orden de lista, así que indudablemente yo iba a ser la última del grupo. Así, al menos —pensé—, nadie podrá notar que no me han dejado rendir el examen.

Señorita Faran.

Ever me dio un fuerte apretón y salió disparada al interior del invernadero. Aunque intenté seguirle el rastro con la mirada, la perdí tras adentrarse entre los primeros árboles.

Jace fue el siguiente.

Luego su hermana Belén.

Antes de nombrarme, Malverde dudó en sí decirme algo o no. Pero optó por callarse y deslizó mi apellido como si fuese una puntiaguda roca que debía tragar.

Señorita Rocket. Usted es la última.

—Suerte Rosse —escuché.

La voz del tío Noland llegó tras nosotras. De seguro mi tío había estado observando hacía un buen rato, y por eso Malverde no tuvo otra opción que la de juguetear con sus pensamientos en la punta de la lengua. Era obvio que con el director tras nosotras la maestra no tenía el coraje suficiente como para soltarlos.

¿Por qué me odiaba tanto? Ni idea. Tampoco quería saber. A estas alturas, lo único en lo que me debía enfocar era en mi plan para dejar la academia. Y dar el examen de último grado era parte de ello.

Malverde se veía como alguien a punto de sufrir un infarto.

El director hizo una señal afirmativa con la cabeza, así que me lancé en picada al interior del invernadero. No presté mayor atención a la profesora, pero de seguro estaba ardiendo tras ver que iba a poder dar el examen.

Ni loca iba a dejar pasar la oportunidad.

Supongo que Malverde comenzó a discutir con mi tío apenas me perdió de vista. Era lo que siempre ocurría. Malverde se había opuesto a mi estancia en la academia desde el primer día en el que llegué a las dependencias del coven. Había hecho hasta lo imposible por fastidiarme en sus clases: que no quedaban más libros, que se había equivocado en la calificación, que justo le faltaba otra copia del examen (la mía, obvio), que había extraviado mi cuaderno de campo. Con ella jamás había sacado una nota superior a "medianamente aceptable".

A estas alturas el desagrado era mutuo.

Jamás entendí porqué me odiaba tanto. Pero si apruebo el examen podré decir adiós a la academia y, de paso, olvidarme para siempre de Malverde.

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