Capítulo VIII [Amistad] (1)

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Parte 1


Grises nubes oscurecían el cielo con su gran tamaño, tapando ambos soles que brindaban la luz y el calor a los habitantes del reino en ese atardecer. Estaba lloviendo débilmente sobre el continente de Erijofen, específicamente sobre el reino conquistado de Urak. Gotas de agua pura que mojaban el suelo y ensombrecían los ánimos de las personas que evitaban salir de sus casas.

Nadie en el pueblo de Nantera levantó su rostro para contemplar el cielo.

Nadie notó a un gran dragón negro volar por los alrededores cuando atardecía.

Al día siguiente, la pequeña lluvia continuaba, débil, pero constante. Grandes charcos se habían formado en los desniveles de tierra. El barro dificultaba el trabajo de los aldeanos, quienes maldecían no haberse preparado antes. El invierno se acercaba y todavía no tenían lista su cosecha para sobrevivir su transcurso.

En una casa de dos pisos, hecha de madera y abandonada por sus propietarios, yace el grupo de Arnus con rostros deprimidos, sentados alrededor de una mesa cuadrada.

Kalga, Megala y Narea se encuentran allí, terminando el almuerzo.

—Señor Arnus... —murmura la mujer Shezenvalery, mirando las escaleras que conectaban con el segundo piso del hogar.

Ellos habían llegado el día anterior, cercano a la noche. Narea y Tina preguntaron por una posada en dónde quedarse, pero acabaron en una casa maltrecha y vacía, que se creía maldita debido a la suerte de sus primeros propietarios.

Usando el dinero proporcionado por el tesoro de Rugeivyr, pudieron conseguir unos cuantos muebles y comida para pasar el día.

El príncipe se mantuvo encerrado desde entonces en un cuarto.

—Maldición, no pensé que esto terminaría así. ¡Control mental! ¡Estoy seguro que ese «Héroe» usó control mental con la princesa! —exclama el muchacho de blancos y ondulados cabellos, antes conocido como el líder de un grupo de bandidos, golpeando la mesa en señal de frustración.

—No digas tonterías, Kalga. El control mental no puede durar tanto tiempo —comenta Narea.

—Esta podría ser una nueva versión.

—No, vi el rostro de la princesa y de los subordinados. Ellos son fieles al «Héroe» por voluntad propia. Él los liberó y les dio buen trato. Incluso si es uno de los que ayudó a conquistar el país, se ganó su respeto. Ha de ser muy bueno.

— ¿Qué dices, Narea? ¿Estás de su lado? ¿De un Kaevalery invasor? —incrimina Megala, mirándola con un rostro que denota su disgusto.

—Ustedes chicos tienen un pensamiento muy radical, ¿saben? No todos los Kaevalery son nuestros enemigos. Pareciera que no les enseñaron a comportarse cuando pequeños.

— ¡C-Cállate! ¡No aceptaré sermones de una chica que está a favor de un enemi...!

Ante la ofensa, Narea frunce el ceño. Observa a Kalga y a Megala con seriedad y un aire hostil.

No se atrevan a silenciarme mocosos —interrumpe ella, dejando salir ligeramente sus cuernos y el aura terrorífica de su especie.

El repentino cambio de personalidad de la mujer sorprende a los hermanos, quienes se mantienen en silencio, mirándose entre sí.

—Tengo cincuenta años de edad, les doblo la vida que ustedes han tenido. Tengo más experiencia y sabiduría. No crean que porque tienen cierto poder pueden hacer lo que se les dé la gana. Saben que admiramos el poder y usamos eso como criterio para elegir a un líder. Pero con ese comportamiento ignorante de nuestras costumbres, preferiría servir a un Tarou —continúa la mujer.

Exhekar Tales I: La Reina Esclava & El Príncipe Sin Reino (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora