IV. Bosque lunar.

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Jimin odiaba admitirse que estaba equivocado, que quizás no había pensado con claridad las cosas y se había apresurado como siempre le repetía su madre, Un día eso te jugará en contra

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Jimin odiaba admitirse que estaba equivocado, que quizás no había pensado con claridad las cosas y se había apresurado como siempre le repetía su madre, Un día eso te jugará en contra. Siempre se justificaba con que adentro llevaba un espíritu indomable y un sentido de la aventura imposible de callar. No es que actúe sin pensar, simplemente sigo mi instinto repetía como si aquello fuera suficiente excusa para tomar el primer tren a Daegu en busca de un meteorito. Tenía la ferviente creencia de que todo estaba predestinado; que hacía lo que el universo le había preparado.

Excepto que en esa ocasión, mientras se disponía a salir de la estación de trenes, Daegu le dió una bofetada como bienvenida y la voz de su madre resonó en su cabeza, gritona y siempre sabia.

Te lo dije.

Se había imaginado la ciudad de muchas formas, sin embargo, la realidad superaba sus expectativas. Jimin había imaginado a una ciudad sencilla, de gente humilde y educada que se ayuda entre sí. El universo es sabio, que hubiera impactado ahí no podía tratarse de una simple coincidencia, podía asegurar aquello sin dudar ni un segundo, o al menos hasta que bajó del tren.

Que equivocado estaba.

Llegó entre dormido y asustado a eso de las diez de la mañana, cuando el sol estaba asomándose entre las densas nubes grises del cielo. La gente caminaba con teléfonos en las orejas y decía groserías. No se disculpaban si por accidente golpeaban a alguien. Jimin pidió ayuda en dos ocasiones; en una de ellas a un oficial que descaradamente le dió la espalda y siguió caminando como si esa pregunta que formuló a medias, no hubiera existido. Entonces dejó de insistir y tuvo voluntad de hierro para no desanimarse.

¿Qué pensaba el universo a mandar un meteorito donde la gente a penas si se miraba el rostro? Jimin se planteó la idea de volver al menos cinco veces mientras caminaba desorientado por las calles que no conocía, pero se arrepentía tan rápidamente como las dudas se acumulaban en su mente. No, es lo que el universo quiere para mi, se repetía.

Caminó hasta que sus pies dolieron, pero eso no lo desalentó. Terminó encontrando el gusto de caminar por esas calles repletas de personas que vivían a su propio ritmo ignorando el de otros; nadie sonreía ni por casualidad y podía apostar que en todo ese rato caminando, había aprendido insultos que nunca en su vida había escuchado. Decidió descansar en un pequeño local de comidas ubicado en una esquina de una calle sin nombre. Tenía un largo camino por delante en aquella ciudad que parecía interminable.

Una campanita arriba de su cabeza anunció su llegada al abrir la puerta y varios pares de ojos le miraron por medio segundo antes de volver su vista al frente, indiferentes. Se sentó a esperar que lo atendieran. Mientras tanto miraba el lugar demasiado encantado con lo que veía a pesar de tratarse de un simple local de ventanas sucias, paredes mal pintadas de azul y mesas tambaleantes. La gente hablaba con la boca llena y había tantos olores que por momentos cerraba los ojos y jugaba a adivinar que olía. Un hombre alto y de rasgos toscos se acercó a él con algo similar a una sonrisa y un ligero carmín en las mejillas.

— ¿Qué vas a querer? -le preguntó y Jimin se encontró pensando que la voz tan suave que tenía no concordaba con la apariencia demasiado bruta del joven.

— Una pizza y una soda.

Diez minutos después se encontraba probando la primera porción de pizza con los ojos cerrados. Un niño harapiento entró al local pidiendo sobras, y a pesar de que llevaba un par de horas ahí y estaba al tanto de que la hospitalidad no era la característica más sobresaliente de la ciudad, le entristeció ver cómo la mayoría lo ignoraba, y quiénes no, le pedían de mala manera que se fuera y el niño se alejaba a la siguiente mesa, sin perder la esperanza.

— Hey, niño -le llamó y el niño se acercó —. Siéntate. Come un poco conmigo. Esto de estar solo, no me hace gracia.

El niño tenía cabellos y ojos de color negro. Era alto y delegado. Se sentó en frente de él, al mismo tiempo que Jimin llamaba otra vez al sujeto que lo atendió para pedir otra soda.

— Come a gusto. Soy Jimin, por cierto ¿Cómo te llamas tú?

Así fue como Jimin conoció al primer chico que parecía estar intocado por la maldad de la ciudad, que a pesar del trato recibido conservaba la sonrisa intacta. Dong-yul tenía doce años, hijo de una estadounidense que se enamoró de un coreano visionario. Él decía que no la conocía, pues a pesar de que en su momento fueron casi millonarios, un par de malas decisiones había llevado a su padre a una quiebra inminente. Quedaron en la calle. La mamá de Dong-yul esperó pacientemente a dar a luz para escapar sin dejar rastro. Vivía con su padre en la calle, sustentándose con el trabajo de vendedor ambulante. A veces el dinero no era suficiente y eso los llevaba a pedir.

— ¿Y sabes del meteorito? -preguntó cuando el niño lucia satisfecho; con el estómago lleno.

Dong-yul por su parte, asintió — Cayó en el bosque, que está casi a los límites de la ciudad. Nadie se atrevió a ir. Es raro que salgas una vez que entras.

— ¿Es peligroso?

— No lo sé. Escuché rumores solamente. No quiero correr el riesgo de solo… perderme ahí -se dispuso a irse, limpiando su boca con la servilleta y acomodando sus ropas sin sentir pena por los agujeros que tenía —. Gracias por la comida.

— Crees… ¿Crees que podrías decirme donde queda ese bosque?

Tuvo una sensación extraña cuando el niño asintió y le pidió que lo siguiera. Lo había guiado hacía un taxi aparcado a unos metros de ellos. Dong-yul decía que era un tipo confiable, que le daba agua, comida y refugio en aquellos días donde no le iba tan bien. Conoció a una segunda persona amigable, que venía de Australia o algo asi entendió de su coreano lamentable, decía que seguía intentando dominar el idioma. Se llamaba Felix y era solo dos años mayor aunque parecía más joven y no sabia si por su sonrisa todavía fresca, la calidez en su mirada o su piel salpicada de pecas. Llevaba viviendo en Daegu por aproximadamente dos años y se jactaba de ser alguien curioso; conocía cada tramo del derecho y al revés. Le gustaba estar en la calle, se identificaba así mismo como un perro vagabundo aunque no fuera otra cosa más que un perro de familia. Hacia de taxista para pagarse los estudios; le encantaban los números.

¿Y donde te llevó? Había preguntado Felix cuando notó que había hablado mucho y que no había preguntado el destino. Se disculpó asegurándole que tenía un problema con abrir la boca y cerrarla de nuevo. Por su parte, a Jimin no le molestó en lo más mínimo escucharlo. Le gustaba su acento y la forma en las que se enredaba con las palabras.

Al bosque donde cayó el meteorito.

Felix había enmudecido. Supuso que debía ser un destino realmente raro; porque detuvo el auto y le miró confundido, con si estuviera bromeando. Casi le podía leer la mente, ¿Qué clase de demente iría a un bosque donde cayó un meteorito? Sin embargo, solo asintió y accedió a llevarlo. Tienes suerte de ser amigo de Dong-yul, sino, no iría ahí. Es un trayecto largo y costoso y en la opinión de un servidor, completamente innecesario, mencionó en inglés.

El sol comenzaba a ocultarse cuando llegaron. Agradeció el viaje y quiso pagar pero Felix rechazó el dinero y se fue deseándole suerte. Solo, levantó la mirada encontrándose con pinos altos e interminables que iban siendo devorados por la oscuridad a medida que seguía anocheciendo. El bosque no lucía exactamente encantador pero eso no lo espantó ni lo hizo huir del miedo, porque se convenció de que ahí adentro, estaba la llave que necesitaba para cumplir sus sueños de flotar en el espacio.

A cosmic child. «Yoonmin» [EDITANDO]Where stories live. Discover now