13- Nuestro paraíso privado

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Tuve que salir a escondidas y caminar unas cinco cuadras hasta el parque, pero no me quejo, los entrenamientos son mil veces peor que esto. Además, haría casi cualquier cosa por él, quien ha arriesgado mucho por mí.

Son las 11:25. Me siento a la orilla de la laguna. El cielo está un poco nublado, pero no tapa la luz aperlada de la luna.

Miro la laguna. Parece que está llena de diamantes por tantos destellos del reflejo de la luz. El agua es tan transparente que se pueden ver los peces que ahí habitan.

El fresco aroma y la brisa hacen que me relaje un poco y que mi mente se despeje. Cierro los ojos, escucho el sonido de los grillos canturreando, inhalo hondo y saco el aire por la boca.

-Lo necesitabas -dice su voz gruesa detrás de mí.

Mi piel se eriza, pero no me muevo de mi lugar, ni miro hacia atrás, sé que no me hará daño ni aunque sean las 11:30 y estemos solos.

Doy un largo suspiro.

-Uf si -respondo.

Se sienta a mi lado, imitando mi posición y contempla unos segundos la laguna.

-Y bien, ¿qué pasó con tus padres? -pregunto.

Me mira con preocupación, luego pone su atención en el cuerpo de agua y tensa la mandíbula.

-Sin teléfono por tres semanas y sin salir por un mes -suspira-. Traté de negociar -ríe bajo-, pero son algo cerrados. Ya los conoces.

-Te dije que me dejaras asumir la culpa, cabeza dura -bromeo.

-Te habrían cogido tema y no les agradarías -baja la cabeza, sonríe y niega con la cabeza-. La futura señora Melbourne no puede tener una mala relación con mis padres.

Río y me acuesto sobre el pasto.

-Tienes razón -admito.

Las estrellas captan la atención de mis ojos.

-Cuando ellos y yo hablábamos, me dijeron que les agradó que hayas querido defenderme.

Lo miro.

-Claro bobito, cuando quieras me meto en problemas por ti.

Me toma de la cintura y me acerca a él. Pongo mis manos en su pecho, nuestras narices se tocan.

-A ti te gustan los problemas, traviesa -sonríe.

-Un poco -admito.

Me besa la frente y me pega a su pecho. Siento su fuerte y rápido latido.

-Amo tus abrazos -comento.

Su corazón se detiene y cuando vuelve a latir, lo hace más rápido y más fuerte que antes.

-¿E-enserio?

-Sí. Tienes brazos fuertes y cálidos. Me hacen sentir como si estuviera en el cielo. Creo que por eso dormimos juntos a veces. Todo es mejor cuando estás conmigo.

-Lo mismo digo, mi Jane.

Sonrío. Luego miro a las estrellas.

-¿Qué tan infinito es el espacio en si? -me cuestiono en voz alta- ¿Cómo podríamos interpretar el infinito?

-El amor de Dios -responde.

Frunzo el ceño.

¿Desde cuándo él habla de Dios?

Lo miro. Él mira a las estrellas y por unos segundos veo el universo en sus ojos azules. Un verdadero espectáculo. Su pequeña sonrisa forma una grande en mi rostro.

Juguemos a ser papásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora