9- Jodido Raymond

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-A ver, repíteme lo que dijiste por favor -dije de brazos cruzados y una ceja alzada.

-Que me gusta Joana y nos  besamos -murmuró como un niño asustado.

Mis puños se estaban apretando más y más hasta que mis garras se clavaron en las palmas de mis manos. Pero no me importaba. Me dolía más el corazón que mis manos que estaban a punto de sangrar.

-¿Desde cuándo? -pregunto con dureza y mi mirada bien fija en la suya.

-Desde hace un mes. Lo siento.

Mi puño voló hacia su mandíbula y vi cómo algunas gotas de sangre yacían en su rostro. Pero no eran de él, sino mías. Contemplé mis manos sangrantes con los ojos nublados por las lágrimas que no quería soltar, mientras Raymond me miraba boquiabierto.

-¿Estás bien? -dijo y se acercó un poco para verme las manos.

-No, déjame -dije alejándome de él.

-Jane, lo siento.

-Eres una mierda. Te llevaste dos años de mi vida, Raymond ¡Dos putos años! ¿Y para qué? Para irte con la zorra que siempre me odió y yo terminara obligándote a decir la verdad, después de ver cómo la besabas en nuestro lugar especial.

No puedo evitar el diluvio que está surgiendo de mis ojos. Me siento horrible, hecha mierda. Cerré con más fuerza mis puños, sentí cómo mis manos derramaban el caliente líquido rojo  hice una mueca de dolor.

-Cálmate -dijo dando otro paso hacia mí.

Le pegué una cachetada y mi sangre cubrió sus pecas. Hizo una mueca de dolor y se tocó la mejilla con las yemas de los dedos, para luego mirarlas y tragar saliva. 

-¡Estás loca, Jane Robinson! -gritó.

Entonces escuché a alguien que venía corriendo por detrás. Yo me abalancé contra Raymond, pero antes de que cayera sobre él, sentí un fuerte agarre en mi cintura y su respiración en mi cuello. Raymond se había tropezado y cayó de espalda al suelo.

-Jane, tranquila -dijo su voz ronca.

-No -susurré sin poder evitar que las lágrimas salieran en mayor cantidad.

Traté de soltarme de su agarre pero entonces él me volteó para abrazarme. Uno de sus brazos me apretaba con fuerza a su pecho mientras el otro acariciaba mi cabeza en la cual estaba apoyada su barbilla. Lo único que hice fue llorar entre sus fuertes brazos.

Sentí su mirada atravesando el alma de Raymond y cómo otros chicos del vecindario miraban la escena que se había armado.









-¿Por qué lo hiciste? -pregunté.

Mis ojos están hinchados y rojos, me cuesta respirar, mi rostro está rojo y mi labio hinchado tiembla. El único aroma que percibo es el del hoodie que él me puso encima. 

-Porque a pesar de todo, sigues siendo la señora Melbourne, Jane -dijo ofreciéndome una taza de chocolate caliente con tres malvaviscos, como me gusta- e hice una promesa que no voy a romper.

Sus hermosos zafiros se posan en mis ojos y siento cómo se me eriza la piel.

-Éramos niños -dije.

-Niños que se tenían mucho cariño.

-Sigo teniendo mucho cariño hacia ti, Adonis -digo bajando la vista-. Perdón si alguna vez te hice sentir lo contrario.

-Tranquila yo sé quién eres y aunque no seas perfecta, así es como todos te queremos.

-No todos al parecer -dije de manera sarcástica.

Juguemos a ser papásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora