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Le mandé un WhatsApp a Aitana para informarle de que había vuelto, en caso de que al día siguiente quisiera ir a tomar algo en la Cafetería Salva.

Obviamente le tuve que explicar toda la movida de la montaña, pero básicamente, y aunque ella insistió, le dije que no quería salir hoy, que necesitaba tiempo para descansar y dormir.

Noe y yo nos enterramos en mantas y pusimos una peli sin mucha sustancia; la cual vimos acompañadas de infusiones, porque la garganta me dolía mucho; chocolates, y palomitas.

Estar con mi tía era algo tan natural, tan agradable. Si hablábamos, bien; si estábamos en silencio, también. Se había creado una complicidad tan fuerte y en tan poco tiempo, que la consideraba una más de mis amigas.

—Oye Noe —le dije, mientras los créditos de la película empezaban a salir en pantalla.

—Dime —me respondió ella, levantándose del sofá y recogiendo los envoltorios del chocolate que habíamos dejado sobre la mesita.

—Quiero que me adoptes.

Mi tía se cayó encima del sofá de nuevo.

—¡Ana! —dijo, echándose a reír.

—De verdad, es que a ti sí que te siento familia. Nos llevamos tan bien...

—Ana... quizás nos llevamos tan bien, precisamente porque no soy tu madre.

Me encogí de hombros.

—No lo creo, pero bueno.

—Cariño, yo no soy perfecta. Estuve ocho años fuera de tu vida, creo que eso es suficiente para que lo comprendas.

—Lo estás compensando ahora de la mejor manera, teniéndome en tu casa. No tendrías por qué hacerlo.

Mi tía suspiró y se levantó, siguiendo con lo que hacía antes de que le soltara lo de la adopción. Yo me quedé en el sofá sentada, mirando mi móvil aunque en realidad no estaba haciendo nada con él.

—Ana, escúchame —dijo Noe, captando mi atención. —Te quiero muchísimo y ojalá tuviese una hija como tú. Pero tienes una familia que te quiere, aunque tú no lo creas, o aunque te parezca que no se preocupan por ti. 

—Ya sé que me adoptarías —dije, sonriendo con aires de suficiencia.

Noe se echó a reír y se fue hacia la cocina.

Que sí, que todo era una broma.

Pero ojalá me adoptase.


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Aitana se abalanzó sobre mí, prácticamente haciéndome perder el equilibro y provocando que chocara contra la puerta de cristal de la cafetería.

—Aitana, por favor —le dije riendo.

Eran las seis de la tarde, pero el sol ya se había escondido hacía rato. En unas semanas entraríamos al invierno, y ya se empezaba a notar. Aquél domingo hacia especialmente frío, aunque a mí nada me sorprendía ya después de la nieve y las temperaturas que nos habíamos encontrado en la montaña.

—Jo, es que el pueblo está muy aburrido sin ti. Y con la que se te ha liado ahí arriba... te salía más a cuento quedarte —respondió, mientras entrábamos al local.

Suspiré, pero ni me dio tiempo a contestarle algo ingenioso porque mis ojos se fueron solos a la mesa habitual en la que nos solíamos sentar con Ricky y Mimi; y obviamente estaban allí.

Que lo bueno está por llegar 🦋 || WARIAMOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz