Capítulo 37

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CAPÍTULO FINAL

—¿Cómo sentiste el entrenamiento hoy? —le preguntó Emilia, para evitar verla triste de nuevo.

Ámbar se encogió de hombros sin querer aceptar que se sentía mal, culpable, y triste. El hecho de que Tobías siguiera sin aparecer la tenía preocupada; no contestaba sus mensajes o llamadas, parecía que la tierra se lo había tragado.

—¿Él no te dijo nada?

—No —respondió con tristeza—. Pero hay que ser positivas, quizás sólo esté ocupado.

—Ocupado escondiéndose de mí.

Emilia la abrazó, y le dio un beso en su rubia cabellera.

—Todo va a estar bien, amiga. Oye, tengo que irme; nos vemos mañana.

—¿Irás con Matteo?

—Nuestra primera cita oficial —dijo con emoción—. Te lo contaré todo luego; nos vemos.

Ámbar se despidió de ella agitando la mano con lentitud. Estaba tan feliz por lo que su mejor amiga estaba comenzando a vivir, aunque a veces consideraba que era extraño verla hacerlo con su ex. Aún así los quería ambos, y deseaba que estuvieran juntos.

Cuando perdió de vista a la mexicana, ella continuó con su trayecto para llegar a la mansión.

Las cosas con ella, pues... se encontraban bien. Tenía una relación demasiado bonita con Simón, su abuelo seguía procurándola y consintiéndola tanto como podía, Miguel y Mónica se habían acercado un poco más a ella, haciéndola sentir el amor y la calidez de una familia, y su odio por Luna casi había desaparecido; ya no discutían tanto, y al fin habían logrado que un poco de paz llegara a la mansión.

Pero extrañaba a Tobías.

Y eso le impedía disfrutar al máximo su tranquilidad y alegría. Le hacía falta tenerlo a su lado.

Necesitaba a su hermano.

Cuando llegó a la casa en donde vivía, se sorprendió al encontrar a un pobre vagabundo tirado en su pórtico, ¿cómo había entrado? Tal vez la olvidadiza de Luna había dejado las rejas abiertas, a ese paso terminarían asaltándolos en cualquier momento.

—Eh, disculpe —llamó al indigente a una distancia considerable—. Señor, no puede estar aquí.

—¿Eh? ¿Qué? —preguntó él, somnoliento.

Ámbar casi pega un grito de la emoción al reconocer a Tobías sentado. Comenzó a reír histéricamente, debido a la alegría que verlo ahí le provocaba, y también por el hecho de que durante unos minutos, ella lo consideró un pobre vagabundo buscando protección.

Ella se lanzó sobre él, abrazándolo con fuerza. Tobías le correspondió como pudo, mientras parpadeaba varias veces para enfocarse.

—No puedo creerlo —mencionó.

—¿Qué hora es? —preguntó desorientado.

—Las 5:30 p.m.

—Vaya, me quedé dormido esperándote.

—Lo noté, ¿por qué me esperabas?

—Bueno... me pediste tiempo ¿cierto? No sabía a cuánto tiempo te referías en realidad, así que hice mis propios cálculos. Creo que pasó tiempo suficiente.

—Sí —le dijo sonriente.

—Lo siento —comenzó—. Yo no quería mentirte u ocultarte algo tan grande como aquello, pero tu madre me suplicó que no te dijera nada hasta que llegara el momento correcto. Pero cuando la hora de la verdad llegó me dio miedo decírtelo, no quería traicionar la confianza que me diste.

Recuperar... ¿lo que era mío? || SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora