Capítulo 10

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—Entonces, ¿ustedes son amigos de Ámbar?

—Se puede decir que somos buenos conocidos —respondió Pedro.

Tobías un poco confundido e inconforme con la respuesta decidió que le preguntaría un poco más a la rubia acerca de esos peculiares chicos.

—¿Y de hace cuánto la conocen?

—Años —respondieron los dos amigos que participaban alegres en la conversación, Simón se matenía en silencio—. ¿Y vos?

—Semanas —rió—, digamos que no tuve esa fortuna de conocerla antes.

—¿Por qué? —la curiosidad de Nico fue notoria.

—No hace ni un mes que me mudé de Italia a Buenos Aires.

—¿En serio? Pero tenés una buena pronunciación.

—Desde niño sé hablar el español; mi padre tiene muchos negocios en Latinoamérica y aprender a hablar español era esencial para mí, porque suelo cambiar de hogar muy seguido.

Al menos no va a quedarse.》 Una sonrisa se formó en el rostro de Simón con ese pensamiento.

—¿Y cuánto calculas quedarte aquí? —el interés de Pedro era sincero.

—Si te soy sincero, me encanta Buenos Aires. Al terminar la Universidad voy a tomar sólo una parte de lo que mi padre quiere darme; me quedaré con los edificios de aquí, para vivir en Buenos Aires una muy larga temporada.

La sonrisa del mexicano se borró tras la nueva información. Casi inconscientemente le preguntó:

—¿Estudias en la misma Universidad que Ámbar?

—No, Ámbar estudia en una Universidad pública del centro. Yo estudio en una privada de la zona norte.

—Ah —fue lo único que provino de él. Y luego volvió a salirse de la plática.

—Llegamos —anunció Tobías parando el coche y luego bajando para entregarle sus maletas a los chicos.

Simón no lo dejó tocar la suya y la bajó él mismo. El italiano no perdió su sonrisa animosa a pesar de todo; ni siquiera había notado la mirada de odio puro que el moreno le dedicaba.

—¿Vamos a pagar esto? —preguntó Nico a sus amigos, sorprendido por el enorme y vistoso edificio al que iban a entrar.

El italiano los dirigió todo el camino, y le mostró una de las tres opciones que tenía para ellos. La primera le gustó a Pedro, pero a Nico y Simón no. La segunda le agradó demasiado a Nico, pero a Pedro y a Simón no tanto. Y la última dejó a los tres encantados, aunque el mexicano trató de evitar que su orgullo cediera.

—Este departamento está gritando "Pedro, tenés que rentarme" —dijo el pelinegro, maravillado.

—Sabía que iba a gustarles. Ámbar me pidió algo amplio y accesible para ustedes, realmente son mis primeros "clientes" por así decirles, y quería que se sintieran a gusto.

—¿Cuánto pagaremos? —se interesó en saber Nico.

—Ya lo hablé con Ámbar; pagarán al mes, pero otro día hablaremos con más calma sobre eso. Ustedes díganme cuánto pueden pagar por el depa y por su mantenimiento y luego ajustaremos algunas cuentas. Por este mes no se preocupen, no es nada.

—¿Lo decís en serio?

—Claro —sonrió—. Tampoco es la gran cosa, aunque me habría gustado mostrarle otros lugares. Ya hablé con la secretaría de mi padre, o bueno, en realidad es mi secretaria, y no hay ningún problema con este primer mes. Tomenlo como una oportunidad para acomodarse y sentirse cómodos.

—Muchas gracias —agradecieron con sinceridad.

—Cualquier cosa por los amigos de Ámbar.

Los tres se sintieron un poco incómodos. Luego, como si de una bofetada mental se tratase, aquella incomodidad los hizo recaer en algo: estaban tan ocupados dudando de la chica que, cuando al fin le creyeron, ni siquiera le habían dado las gracias, aún cuando ella les había solucionado un problema gigante.

~♡~

—Todavía no puedo creerlo —Nico estaba en pijama, sentado en uno de los sofás que habían en el departamento.

—Ni yo; me siento extraño.

—¿Por?

—Me refiero a que es Ámbar; siempre fue demasiado egoísta y cruel con nosotros. Jamás habría imaginado que nos ayudaría a encontrar un lugar donde quedarnos. Nos sacó de un problema enorme —explicó Pedro, aún aturdido por los sucesos vividos hace unos momentos atrás.

—Eu, Simón —lo llamó en castaño, notando que su amigo estaba sumergido en sus pensamientos.

—Soy un idiota —dijo en un susurro—. ¿Viste cómo lo miró?

—Sí, lucía muy tranquila.

—No ayudas, Pedro.

—¿Qué? ¡Es la verdad! Ambos a veces me cansan. Me refiero a que son más histéricos que cualquier otra mina en toda argentina. Vos que ahora querés regresar con Jim pero tenes miedo de que no te de bola —dijo señalando a Nico—, y vos que al ver a Ámbar con otro chico te sentís desesperado. Ya deberían comportarse como gente grande; les aviso que lamentándose no se logra nada. Pongan manos a la obra y dejen de quejarse.

—Ella no me deja ni respirar cerca suyo —reprochó Simón—. ¿Cómo pondré manos a la obra?

—Yo qué sé Simón.

—Ustedes tampoco me apoyaban cuando estaba cerca de Ámbar —le recordó el mexicano.

—Al principio no confiaba en ella —aceptó Pedro—. Pero luego te noté tan contento que terminé de convencerme a mí mismo, y supe que Ámbar era lo que vos necesitabas. No habías estado tan vivo, no después de Luna.

—Olvida eso —se encolerizó—. Fue un error, una confusión. No las compares.

—Bien, pero sabés que yo tengo tengo razón. Y sí, Ámbar se equivocó; pero eso lo hacen todos. Y si Ámbar está buscando algo, ojalá lo encuentre. Date cuenta de que nosotros también hemos estado equivocados cientos de veces; ¡ni siquiera le dimos las benditas gracias!

Simón no dijo nada. Permaneció en silencio mientras el corazón se le oprimía en en pecho.

—Sólo quiero recuperarla... quiero de regreso a mi Ámbar.

Nico y Pedro tomaron asiento, a lado de Simón; y lo estrecharon en un cálido abrazo que esperaba reconfortar el herido corazón del chico.

Simón necesitaba a la chica rubia de regreso; los dos argentinos deseaban ayudar a su mejor amigo, pero sabían lo difícil que iba a ser, en especial tomando en cuenta que ahora había un italiano de por medio, quien al parecer también tenía un genuino interés por la chica de la que el mexicano estaba enamorado. Además, ellos conocían bien lo rencorosa que la chica podía llegar a ser, y Simón realmente la había lastimado también. Simón había terminado de matar lo poco que quedaba de corazón dentro suyo. Y podían asegurar que, al saberlo, Tobías intentaría revivirlo.

Aquello sí que resultaba ser todo un reto. Tantos años viéndola y memorizando cada una de sus actitudes los hacía estar completamente seguros de algo: el olvido nunca era una opción para Ámbar Smith. Y el chico debió haber tenido muy presente aquello.

Recuperar... ¿lo que era mío? || SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora