Capítulo 31

2.7K 233 48
                                    

Los días pasaban lento; a Ámbar le parecía que los momentos que vivía duraban demasiado. Pero por fortuna las cosas iban bien; al fin sentía que la vida la estaba sonriendo.

Las cosas con Simón iban de maravilla, ya habían tenido más citas, aunque aún no eran nada formal y no habían pasado de abrazos y besos en la mejilla; Tobías seguía visitándola continuamente en la mansión y los entrenamientos con él estaban resultando increíbles. Con Emilia igual se sentía muy contenta, seguían teniendo sus tardes de chicas y compartiendo momentos juntos, disfrutando de su amistad.

Esa tarde, justamente se encontraba con ella en su habitación; su abuelo estaba fuera de casa, y Luna en el Roller. Los únicos que se encontraban en la casa además de ellas eran Mónica y Miguel, pues Tino y Cato habían insistido en llevar al señor Alfredo a dónde él quisiera, y Amanda había ido por la despensa al centro comercial.

—¿Una fiesta? —preguntó la mexicana confundida desde la cama de su amiga—. ¿Por qué una fiesta?

—Va a ser su cumpleaños —respondió mirando el techo, recostada en su alfombra.

—Vaya.

—Es tan ridículo.

—Pues para tu abuelo no lo es. Además tiene sentido.

—¿Estás de su lado? —su voz salió amenazante.

Emilia sólo sonrió de lado, pretenciosa.

—No —dijo al fin—. Pero veo las cosas como son.

—Estás jugando con fuego —advirtió.

—Vamos, Ámbar. Somos amigas; las amistades no se basan en decir siempre lo que la otra espera. Y por eso yo te lo digo de frente: te equivocas. No es ridículo porque es el primer cumpleaños de la mocosita como Sol Benson, así que es para la familia algo importante —sentenció.

Ámbar se mantuvo en silencio, pensando que si hubiera sido otra persona la que le dijera semejante cosa habría sido capaz de arrojarle a la cara lo primero que estuviera a su alcance; pero se trataba de su mejor amiga, y era bueno saber que, de la mejor manera, alguien por fin le mostraba que no siempre iba a tener razón.

—En lo que sí estoy de acuerdo contigo, es que es ridículo que te quieran obligar a asistir a la fiesta.

—Lo sé —hizo una mueca—. Quiero pedirle a Tobías que venga por mí a la mitad del festejo; mi abuelo le tiene mucha confianza y cariño, así que supongo que no será un problema para él si voy con un amigo.

—Se han vuelto muy cercanos —mencionó con una sonrisa ladeada.

—Es asombroso.

—¿Y con Simón cómo vas?

—Bien —dijo sonriente—. Creo que al fin el destino se apiadó de mí.

—Me alegra mucho verte feliz —habló Emilia sincera.

—Sé que no te agrada mucho Simón, pero...

—Shhh —interrumpió—. Da igual; mientras tú estés bien, yo estoy bien. Sólo avísale que si hace algo equivocado soy capaz de romperle la guitarra en la cabeza.

La ojiazul rió, convencida de que la amenaza de la otra chica era muy seria.

—Yo le digo, ¿y cómo vas vos con... —su pregunta no pudo ser terminada, porque Emilia se arrojó sobre ella y le cubrió la boca con las manos.

—Las paredes oyen —susurró.

—¿Mmm? —fue el único sonido que pudo producir.

Dos segundos más tarde, la puerta de su habitación comenzó a abrirse, y a la velocidad de la luz, Emilia volvió a sentarse en la cama, aparentando no hacer nada interesante.

Ámbar, desde el suelo, distinguió que la persona que había accedido a su cuarto era Matteo.

—Toc, toc —dijo—. Traje pochoclos.

—¿Qué hacés vos acá?

—Sí, de nada por acordarme de vos, Ámbar. Y gracias por ser así de gentil conmigo —hizo un puchero, y volvió a cerrar la puerta tras de sí.

Ella sólo rodó los ojos, sonriente. Tomó asiento, dándole un espacio para que pudiera acomodarse.

—Mexicana —saludó.

—Italiano —devolvió el gesto—. ¿A qué debemos el gusto de tu presencia?

—Sólo tuvieron suerte —guiñó un ojo con arrogancia.

Emilia sonrió y Ámbar volvió a rodar los ojos con gracia.

—¿Quieren ver una película? —preguntó la argentina.

—Sí —contestaron al unísono.

—¿Cuál?

—¡Una esposa de mentira! —volvieron a decir a la vez.

Emilia y Matteo se miraron entre sí, y se sonrieron con timidez.

—Mirá, qué conectados están ustedes hoy.

—Es que Adam Sandler es mi dios de la comedia —dijo la chica para desviar la atención del gesto.

—Y yo amo sus películas —ahora fue Matteo quien habló.

—Sí, como sea.

Buscó en internet la película que sus amigos deseaban para luego comenzar a reproducirla.

La mexicana bajó de la comodidad de su cama para acercarse a los otros dos, y a las palomitas. Todos estaban centrados en la historia, hasta que Ámbar decidió hacerle un favor a su mejor amiga.

—¡Dios mío! —exclamó—. Mi estómago está gruñendo, no he comido nada y apenas lo recuerdo —Emilia le lanzó una mirada de advertencia, adivinando lo que la otra rubia tramaba—. Creo que bajaré a pedirle algo de comer a Mónica, ustedes sigan disfrutando la historia.

—Ámbar —dijo la otra chica, amenazante.

—De regreso me traes agua —pidió el italiano sin dejar de ver la pantalla.

Observando a sus amigos y con una sonrisa en su rostro, ella salió de su cuarto para buscar algo más que hacer durante unos minutos. Realmente no tenía hambre y tampoco quería molestar a Mónica; había entendido que los trabajadores también necesitan su tiempo. Y Mónica y Miguel se habían convertido en más que simples trabajadores para ella.

Ahora eran familia.

Un timbre en la puerta captó su atención, y tomó rumbo para abrirla.

—Hola —saludó Simón mientras sostenía una rosa en su mano.

—Hola —ella sonrió con mucha alegría—. ¿Qué hacés acá?

—¿Sabes? No es lo que esperaba pero...

—No seas tonto, me alegra que estés aquí, vení.

Tomando su mano, lo introdujo a la mansión.

—Ámbar, no puedo quedarme mucho tiempo —avisó nervioso.

—Tranquilo. Sólo quiero que pases un par de minutos.

Él sonrió, feliz de poder compartir de nuevo ese tipo de cosas con ella. Qué bien les estaba sonriendo la vida.

Recuperar... ¿lo que era mío? || SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora