Capítulo 32

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—Eres tan bonita —dijo él, mirándola con amor desde donde se encontraba.

Ella sólo acarició su mejilla con cariño, y de manera cuidadosa se agachó para besar su frente. Ambos se encontraban en el patio de la mansión Benson, bajo el árbol donde se encontraba el columpio de los sueños de su mejor amiga. Simón se mantenía acostado en las piernas que Ámbar mantenía cruzadas, mientras que ella se recargaba contra el tronco de dicho árbol, simplemente disfrutando de la compañía de su chico.

—Ámbar —la llamó.

—¿Sí? —preguntó mirándolo.

—Te quiero —soltó, sincero.

La rubia suspiró enamorada.

—T-te... Te quiero igual —dijo por fin.

Simón sintió el corazón inflársele de amor y alegría; habían pasado ya unas cuantas semanas desde que su "ligue" había regresado, y a lo largo de éstas, Ámbar no había podido devolverle la frase. Y aunque él habría podido esperar un poco más por ella, escucharla decírselo de una buena vez le resultaba tan perfecto.

No lo dudó mucho, y se incorporó de forma veloz, colocándose frente a ella. La miró, le sonrió, y en una descarga de adrenalina y felicidad... la besó.

Durante unos segundos ella se quedó estática por la sorpresa que sentirlo le había provocado. Pero al poco tiempo ella le correspondió.

¡Jesús bendito!

¿Esas eran mariposas o hipopótamos? Ámbar sentía el remolino de la felicidad y la emoción instalarse en su estómago.

¡Joder! Cuánta falta le habían hecho sus labios, ¡cuánto había extrañado a Simón!

El corazón corría salvaje, y la felicidad no podía abandonarla. Simón la besaba de una forma tan especial, tan única. La besaba de manera en que los besos que había dado antes parecieran un desperdicio.

Los labios de él sabían a gloria. Lo de ella sabían a cielo.

El muchacho sentía la imperiosa necesidad de mantenerse en aquella posición el resto de su maldita vida. Se sentía endemoniadamente feliz. Sentir cómo los labios femeninos se movían tan delicados pero seguros sobre los suyos lo estaban llevando al borde de la locura.

Simón había vivido en un desierto todo el tiempo que Ámbar se había mantenido lejos suyo. Y sus besos eran como el agua que él había estado esperando desesperadamente.

La amaba con todo su jodido corazón.

Y si alguna vez uno de ellos se había sentido tan feliz, ninguno lo recordaba.

El aire les faltaba, así que de forma lenta —como deseando extender el momento de forma eterna— se separaron. Sólo un poco; sus frentes se mantuvieron unidad.

Los dos jóvenes sonrieron al mismo tiempo, sin poder evitarlo. Se miraron a los ojos, y notaron el brillo en la mirada del otro.

El mexicano, aún con su emoción volvió a besar los labios de su bella argentina, sólo por un segundo.

La rubia sentía el amor desbordarle el corazón. No podía dejar de sonreír gracias a lo que estaba viviendo.

—No sabes cuánto extrañé esto —le dijo él, rodeándola con sus brazos.

Ella se acomodó, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello, permitiéndose inhalar el delicioso aroma que él poseía.

—Hueles tan bien —pensó en voz alta.

Se sonrojó cuando lo escuchó reír a causa del comentario que sin querer había soltado.

—Gracias; tú igual hueles delicioso. He olido muchas veces tu cabello —confesó, medio en broma y medio en serio.

Ella se separó del abrazo y cariñosamente le dio un golpe en el hombro.

—Eres un tonto.

—Soy tu tonto favorito.

—Sí, lo eres.

El moreno sonrió con ternura observando su bonito rostro. En ese momento, con sus cabellos bailando levemente en el aire, Ámbar le pareció el más precioso de los ángeles.

Extendió su mano y acarició su rostro.

—Me haces tan feliz —habló romántico—. No sabes lo afortunado que me siento justo ahora, viéndote frente a mí. Me gustas mucho, Ámbar.

—También me siento feliz; al fin las cosas parecen estar acomodándose.

—Tranquila, bonita, verás que todo va a salirnos bien. Me alegra verte brillar de nuevo.

—Y es gracias a ustedes. A vos, a Emilia, a Tobías, a Matteo y mi abuelo. Antes creía que no existían motivos para ser feliz y ustedes me han dado razones de más. Si no fuera por ustedes mi luz se habría extinguido para siempre.

—Ni siquiera lo digas. No pensemos en eso; hay que concentrarnos en lo bonito que nos pase, y lo que no pues... siempre pasan cosas malas por razones buenas.

—Sí, tal vez —dijo.

El castaño entrelazó la mano de la ojiazul con amor.

—Esta es la felicidad que estaba esperando —Ámbar sonrió ante sus palabras.

—Es la que nos merecemos —le respondió con suavidad.

Esta vez, fue Ámbar la que sin permiso comenzó a besar los labios del chico. Aunque claro, permiso era lo último que necesitaba.

~♡~

Verlo con ella le causaba una opresión en el pecho. No se acostumbraba y probablemente nunca lo haría. ¿Por qué se sentía tan tonta?

Tal vez era porque aquella escena era un recordatorio eterno de que el destino no quería darle más oportunidades, pues su oportunidad se le había escapado de las manos de la peor manera.

Y ahora la quería devuelta. Ella necesitaba una nueva oportunidad.

—Te estás equivocando —susurró, como si su mejor amigo pudiese oírla.

Era la segunda vez que los veía; sentía el corazón rompérsele, y el llanto obstruirle la vista. Maldijo en voz baja por ser tan patética.

En sus manos tenía un vaso en el que minutos atrás —antes de ver la fatídica escena— había bebido agua, y con el dolor martillando su pecho, lo arrojo contra una de las paredes.

Y de la misma forma que el vaso de vidrio chocando, ella rompió en llanto, deseando ser devorada por la tierra. Estaba perdiendo lo que a ella realmente lo importaba; no podía permitirlo. Necesitaba su risa, necesitaba sus consejos, necesitaba de sus palabras para poner los pies en el suelo cuando la mente se le escapaba a la luna, necesitaba a su mejor amigo para seguir comentiendo locuras juntos, y compartiendo sus vidas como siempre lo habían hecho.

Necesitaba a Simón junto a ella.

Recuperar... ¿lo que era mío? || SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora