Capítulo 37

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―No  seas malo... ―le hice un puchero a Ruggero. Estaba sentado a mi lado, los  dos en la arena. Nuestros padres se fueron a meter al mar, Kurt estaba  investigando no sé que cosa de la arena, Bryan y June salieron a caminar  y Lea estaba escuchando música y leyendo un libro.

―¡No! ―rió.

―Pero son solo $20, tacaño―murmuré.

―Son $20 y el hecho de que vayas en bikini frente a ese pervertido. Vi como mira a las mujeres―se quejó.

―Entonces ve tú―reí.

―Es que me da pereza levantarme―dijo suavemente y rió.

  ―Y... ―me acerqué más a él. Por suerte Ruggero ya tiene su brazo libre y lo  puede mover mas o menos. Aun tiene el yeso de todas formas, pero  cortado. ―¿Si te doy... ―murmuré sobre sus labios―besitos―le di un beso―y  vamos juntos? ―le dí otro beso y me quise separar pero el me acercó aún más y profundizó el beso. Al separarnos sonreí internamente.

―Okay, vayamos. Pero me das mas besos y me compartes―me señaló con su dedo.

  ―¡Sí! ―chillé poniéndome de pie rápidamente, él se levantó y yo iba  como una niña pequeña delante de él, arrastrándolo al jalarlo del brazo.  ―¡No me mires el trasero! ―exclamé y él rió.

―Eres mi novia, tengo el derecho―me abrazo por detrás mientra caminábamos y me dio un tierno beso en la mejilla.

El tema es así. Quiero un helado. Tengo ganas de un helado y estuve  molestando a Ruggero desde hace quince minutos de que quiero un helado. A  unos 100 metros dentro de la playa hay un parador (así se le llama, tipo  una cabañita) donde te venden helados, galletas, bebidas, etc. Y allí  hay un chico musculoso que al parecer según Ruggero es un pervertido. Y sí  lo era. Tal vez tendría que haber traído el vestido. Al llegar subimos  la pequeña escalera y Ruggero me puso detrás de él.

―Dos helados―pronunció Ruggero.

―¿Se lo pasaras a tu novia por las tetotas que tiene? ―preguntó el tipo.

  ―¿Qué acabas de decir? ―dijo Ruggero ya tenso. Yo le hacia algunas  caricias en la espalda para que no se rompa la mano partiéndole la cara a  este inútil.

―Me escuchaste muy bien chico. Lástima que es tan enana, sino sería perfecta. ―dijo.

―Epa, ¿me llamaste enana? ―salí detrás Ruggero.

―Aja―se encogió de hombros buscando los helados dentro de una gran heladera.

―Mira querido, solo me pueden decir enana las personas que quiero, y me  la dicen con cariño. Si es un insulto como lo estás diciendo tú, yo  tendré que dejarte sin hijos... ese es mi tipo de insulto. ―sonreí  maniáticamente.
―Aunque ahora que lo pienso, te haría un favor... pobre de  tus hijos al tener un padre así―reí.

―Bien que me la quieres ver―escupió tirando los helados sobre el mostrador.

―¿Para qué? ¿Para ver el manís que tienes? Mejor dinos cuanto son los helados y esfúmate. ―mascullé.

―Que loca. ―rió.

―Loca tu p...

―Bueno, toma $20. Adiós―me tomo Ruggero por la cintura, tiró unos billetes, tomó los helados y casi me sacó de allí.

Si señores, en mi historia no es el novio quien se tiene que controlar y  le dice de todo a un idiota. Soy yo. Y me gusta. Ahora espero que si  aparece una zorra le diga "No corazón,  mi novia es mejor que tú... en  todo" y... ¡CABUM! ¡TOMA ZORRA! Esperen, no sé como terminé comiendo este  helado... pero está rico. Y con chocolate. Obvio.

Cuidando a los Brinley  TERMINADA. Where stories live. Discover now