Capítulo IX

116 7 11
                                    

Sintió el movimiento de un auto, abrió los ojos con gran dificultad,  mientras el dolor en su cuerpo no lo dejaba hablar, logró girar su rostro y observar al hombre en el asiento piloto del auto, Daniel

Ups! Ten obraz nie jest zgodny z naszymi wytycznymi. Aby kontynuować, spróbuj go usunąć lub użyć innego.

Sintió el movimiento de un auto, abrió los ojos con gran dificultad,  mientras el dolor en su cuerpo no lo dejaba hablar, logró girar su rostro y observar al hombre en el asiento piloto del auto, Daniel.

— Si sobrevives ésta paliza, te daré todas las respuestas que necesitas. — le dijo el susodicho con un cigarrillo en los labios conduciendo a máxima velocidad por las carreteras. Confundido por las palabras pero al fin, aliviado, cerró sus ojos y se dejó guiar por la penumbra y el sueño para ignorar el dolor.

—Lía, este lugar da miedo

Ups! Ten obraz nie jest zgodny z naszymi wytycznymi. Aby kontynuować, spróbuj go usunąć lub użyć innego.

—Lía, este lugar da miedo. —
Susurró Debbie mientras caminaban por el callejón, eran más de las doce cuando pudieron escapar del apartamento de Amelié y Addian, Lía había intentado irse sola pero la más joven no la dejó.

— Débora, no te he dicho que vengas conmigo, que hagas esto o lo otro, si no puedes aguantarte, te largas. — le dijo enfrentandola. Debora se quedó en blanco y tragó en seco y con ello sus ganas de llorar. Lía parecía otra persona. Y lo era, sólo estaba preocupada por una persona y no era ninguna de ellas dos, Lía no quería ser tan dura con ella, quería demostrarle seguridad pero no sabía cómo, eso no era cosa de ella, era cosa de Jhonny, el siempre había sabido cómo calmar las aguas, sabía hacerla sentir segura, nada de eso sentía en ese momento, un frío la albergaba y no era por la noche fresca, se le calaba en los huesos, tenía un mal presentimiento pero no se detuvo, no miró atrás.

A estas alturas sus padres debían saber acerca de su huída, debía deshacerse de Debbie, por el bien de las dos, simplemente, todo sería más fácil con Debora a salvo.

Enderezó su postura al llegar al lío de música, gente y alcohol del lugar. Observó todo con ojos cautelosos, se moría de miedo pero no se echaría para atrás. No ahora.

Agarró a Debbie de la muñeca que miraba todo aterrada.

— Nena, necesito que vayas a casa. No puedes hacer esto. — le dijo antes de salir por completo de su ' escondite '.

— ¿Y tú sí? — preguntó mirandola a los ojos.

— Yo debo hacerlo. ¿Entiendes?

— Y yo debo apoyar- —Lía la cortó.

—No, debes volver a casa, seguir la universidad y estar a salvo. —

— No puedo dejarte sola. — le dijo la chica con ojos temerosos.

— No estoy sola. Varios de mis amigos están ahí pero no te conocen y será peor. — mintió descaradamente.

Debbie la miró sin estar segura de nada.

— Vete a casa, Débora, es la única forma en la que puedes ayudarme. — la chica ya comenzaba a llorar.

— Ven conmigo. — le dijo.

— No tienes seis años, bien? Me quedo y me quedaré siempre, sí, Débora, por él. — la miró a los ojos, le pasó unos billetes y le dijo la dirección.
— Ve a casa, ahora.

Y sólo pudo respirar tranquila cuando la vio alejarse y escuchó el sonido de un taxi a la distancia.

— Pero ¿qué tenemos aquí? — escuchó una voz gruesa detrás de ella y el pánico la llenó.

—Lía, nena, Lía

Ups! Ten obraz nie jest zgodny z naszymi wytycznymi. Aby kontynuować, spróbuj go usunąć lub użyć innego.

Lía, nena, Lía. —Ha estado nombrando a esa tal Lía desde que lo trajiste. Pero ¿cómo se te ocurre, Daniel? Un muchacho al borde de la muerte a golpes y además, ¡¿con un tiro?! Es que serás cabrón! — le decía la señora Carmen, mientras intentaba cerrar la herida de Rook, debía admitir que el muchacho era fuerte, casi se desangra.

— Vamos, mama, no dejes que salga de aquí con los pies por delante, no me gusta deber favores. — Carmen lo miró con una mirada fulminante y no volvió a hablar.

Carmen, mejor conocida como Mama, era dueña de el famoso bar Or et Jazmín en la baja Francia, donde hasta políticos se encontraban dándose aquellos gustos que no podían a simple vista con las damas, para Carmen, sus hijas, esas que nunca tuvo.

Mama nunca se manchaba las manos, a menos que fuera por Daniel, le debía muchos favores, ya que él había impedido el cierre del bar/casa de damas cuando las calles eran un total desastre por el dominio de los carteles con los italianos, los rusos y los americanos queriendo gobernar a la vez. Los americanos terminaron con lss líneas de prostitución, cocaína y heroína, los otros se habían repartido lo demás y ahora todo estaba en paz, si es que aquello podía llamarse paz.

Daniel trabajaba para los americanos, teniendo que entrablecer relaciones con los italianos, impartiendo mercancía y solicitando, los rusos nunca fueron de su agrado por traidores.

Ahora todo estaba en orden, para ella y sus chicas, al menos, sólo tenía curiosidad en qué pintaba el chico americano en la ecuación.

— ¿Qué le debes? — le había preguntado segundos antes.

— Respuestas. — fue todo lo que dijo.

Mama había logrado curar las heridas de Rook con viejos remedios caseros, chinos e indios que había aprendido Dios sabe dónde pero que, Daniel, no se pondría a cuestionar.

Rook había dejado de alucinar para ese momento y su respiración era serena. No despertaba pero estaba vivo y como había cumplido, Daniel también lo haría. 

Fumaba un cigarrillo con una puta encima, en la misma habitación que Rook se encontraba, la puta había dejado de mamarsela para concentrarse en caricias que no le interesaban. Pero lo dejó pasar, con actitud indiferente como siempre.

Rook movió su mano y dolió, giró la cabeza y dolió. Abrió sus ojos y dolió. Soltó un gemido adolorido bajo tratando de enderezarse. Daniel tumbó a la puta de su regazo y se acercó a él con una sonrisa divertida en los labios.

—Diablos, Yankee, sí que te tiene miedo la muerte. — comentó.

La cabeza de Rook daba vueltas, tenía sed, hambre, sueño, sentía que moriría pero no, estaba vivo. Pestañeó para concentrarse, escuchó la voz de Daniel como si estuviera muy lejos pero lo escuchó, sentía que él tenía miedo a la muerte más que nunca, también esa sensación que apricionba su pecho y no lo dejaba en paz.

— Oye tú, ven y dale agua a éste. — llamó Daniel a la mujer y ésta, aún media desnuda, se la ofreció a Rook lentamente. Tragó y le dolió pero la sensación se sintió mil veces mejor que antes, bebió todo el vaso en dos tragos y se volvió a recostar. Miró a Daniel con los ojos completamente abiertos ésta vez, prestando toda su atención.

— ¿Listo para tus respuestas, Yankee?—

Todo por Rook.

Aáron Furst

Ephemeral loveOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz