Valeria me había dicho más de una vez que debía estar preparada para las críticas negativas, cierto. Que estas podrían ser lapidarias, crueles y destructivas, y que no debería hacerles caso, porque bueno... si hasta los más mentados y famosos escritores habían sido criticados negativamente, ¿por qué sería la excepción en mi caso? Esta era la consecuencia irremediable de exponer tu trabajo al público y debía ser consciente de ello. Y aunque tiempo atrás había llorado en innumerables ocasiones como ahora, por alguna razón, el sentimiento de frustración y de soledad que experimentaba dentro de mí era más grande desde que recordaba.

Quizá sería porque entonces no estaba sola. El vivir con alguien, desahogar tus penas, luego escuchar las palabras de aliento que tanto una necesitaba escuchar, menguaba el gran vacío que una sentía. Y entonces, por muchas críticas negativas que recibiese, mis sueños estaban intactos, al creer que las ventas de mi libro iban bien, que mis próximas novelas serían bien recibidas y que podría forjarme un camino brillante como escritora. Pero ahora, encerrada en la pared de mi habitación, mientras mis lágrimas bañaban la carta que acababa de recibir de mi arrendataria —en donde me avisaba que hacía una semana que se había vencido mi pago de alquiler, y que, si no me ponía al día, debía desalojar— me hallaba entre la espada y la pared. ¡No sabía qué hacer!

Papá me había llamado en la mañana, muy animado, para preguntarme cuándo viajaría a mi pueblo para Navidad. Me había contado que había estado criando un lechón justo para la cena de Nochebuena, conocedor de que prefería la carne de este animal sobre el tradicional pavo. A su vez que, a pesar de que las ventas en la bodega habían disminuido —debido a que la empresa extranjera, que se había instalado en mi pueblo, había retirado sus instalaciones el mes pasado— había hecho un gran esfuerzo para darme un obsequio.

Muerta de la curiosidad, le había preguntado en qué consistía. Y él se sinceró. Había querido comprarme ropa para regalarme, pero que había preferido mejor darme el dinero para que yo la comprara en las tiendas de la capital cuando regresara, porque no conocía ni mis gustos ni mis tallas. Cuando le pregunté cuánto tenía pensado darme (S/. 80.00), intenté convencerle de que fuera un poco más, ya que supuestamente había subido de peso, la ropa que tenía ya no me quedaba y me venía bien una muda de ropa. El me argumentó diciendo que, de ser el caso, mejor yo hiciera uso de mi sueldo —el cual riendo "sabía que era mayor al suyo"—, así que no debía preocuparme, ya que su regalo era algo simbólico, solo para darse todavía el gusto de poder obsequiarle algo a su única hija. ¡Ay, papá, si tú supieras la realidad!

Por poco estuve a punto de contarle todo lo que me pasaba, pero me contuve. Si le confiaba lo mal que me iba económicamente, sumado a la disminución actual de sus ingresos, sabía que no dudaría ni un segundo en decirme que regresara con ellos. Pero esto no era una salida que pudiera tomar todavía, no.

¡Todavía me faltaban cuatro años para terminar mi carrera! Era demasiado pronto para darme por vencida, ¿ok? Sabía que debería haber una solución de luz al final del túnel. Pero ¿cuál, Dios mío? ¿Cuál?

También había pensado en buscar trabajo, pero esto había sido infructuoso. Debido a que todavía era menor de edad y requería del permiso de mis papás para trabajar, no podía aspirar a tener un trabajo bien pagado, ya que si conseguía uno, sería fuera de la ley, si cabía la palabra. Y de esto se aprovechaba la gente para ofrecerme trabajos indecentes, otros no tanto, pero todos con algo en común: estaban por debajo del salario promedio, el cual, si hacía cuentas, tampoco cubriría mis gastos necesarios. Solo en alquiler del cuarto se me iban S/. 350.00 al mes, y el sueldo más alto que había conseguido en un trabajo que me aceptasen era de S/. 400. Con esto, ni aun haciendo malabares, podría llegar a final del mes.

Con todo esto, me encontraba entre la espada y la pared, y había resuelto tomar una decisión.

Esa tarde, luego de desahogarme y llorar en soledad, decidí informarle a mi arrendataria que ya no le alquilaría más el cuarto. Tenía mis maletas ya listas para mi mudanza. Había resuelto que, lo único que me quedaba era regresar a casa y sincerarme con mis padres sobre lo que me pasaba. Y ya, cuando mi situación económica familiar mejorase, pues optaría por regresar a Lima y seguir con mi sueño de ser una escritora. Pero, por el momento, debía ser realista y aceptar mi situación. Mas, antes de retirarme, tenía un asunto pendiente todavía.

Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora