XXVIII

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Se movilizaron con rapidez y silencio. Los piratas de Alan se deslizaron cuan gatos, al amparo de las sombras de las bodegas. Nadie vigilaba el Santa Bárbara y la mayoría de los marineros del Carmen padecían de sueño profundo.

Alan sujetaba con furia el gancho con su mano derecha mientras que las llaves se las cedió a Hugo, quién podría guardarlas con mayor seguridad.

Abrieron la puerta del Santa Bárbara y todos se permitieron una ligera risa. Allí había todo cuanto ellos podrían desear para la ocasión: Espadas, alfanjes, pistolas, bayonetas, pólvora, explosivos y arpones. Eso eran un barco de la armada real, Alan sabía que nadie, a excepción de los soldados de guardia, tenían autorizado llevar un arma pues todas allí se guardaban.

Sintió el sonido del acero a su lado y se dio la vuelta para toparse con Anne que había desenvainado dos espadas, como aquella primera vez que se encontraron y ella ante sus ojos solo era el bravo Eric, el pelirrojo de la Hispaniola.

-¡Hey! ¿Qué crees que haces?- Le preguntó en susurro.

-No te voy a dejar luchar solo, ni a ti ni a nuestros camaradas.

Alan tomó a Anne del brazo y la llevó a un rincón, a la oscuridad, lejos de las miradas de los piratas.

-No vas a luchar.

-¡Ja! Sigue soñando, Hernández.

-¡No te lo he pedido!- Gruñó él con mucha rabia y contempló como el rostro de Anne cambiaba por la sorpresa- Tú...tú...tú te quedarás aquí.

-Puedo luchar- Aseguró Anne.

Alan dejó el gancho sobre un barril y acarició el rostro de Anne.

-No podrías ni con una mosca, pelirroja.

-Eso no lo sabes...

Alan rió.

-Te quedarás, quiero que estés a salvo.

Se miraron unos segundos, en medio de la oscuridad y Anne acabó cediendo, muy a su pesar.

-De acuerdo...pero si pasa algo...

-¡Tienes autorización para saltar por la borda!- Afirmó Anne.

La pelirroja negó.

-Subiré a ayudaros.

-Ya para de...

Anne le tomó de la camisa y estampó sus labios contra los de Alan. Eran carnosos y dulces y con un sabor al que Alan probablemente se volviese adictivo pero eran perfectos.

-Si quieres otros de esos, vuelve con vida- Sonrió Anne, para luego marcharse dejando a Alan con esa cara de tonto que seguramente luciría como estandarte.

En otra situación se quedaría allí parado, tratando de recordar como se llamaba pero Hugo le sobó el hombro, instándole a que era la hora del ataque.

Alan tomó el garfio y se dirigió a sus camaradas.

-Bueno chicos...o tomamos el barco, o morimos todos- Alan alzó el garfio- Si alguien se quiere mear encima, que lo haga ahora.

Los hombres rieron. Con fuerza, Alan se incrustó el garfio en el brazo descuartizado, clavando cada vez más el garfio en su muñeca hasta que se convirtió en una extensión de si mismo. Alan tomó una espada e hizo una señal al resto de piratas, la batalla era próxima.

Salieron de allí, cerrando la puerta con llave. Los piratas se encaminaron a los camarotes de los oficiales y a las dependencias de los soldados, ellos debían ser los primeros en caer pues unos marineros se enrolarían en una tripulación pirata pero para desgracia de los bucaneros de Alan, las tropas de su majestad eran demasiado orgullosas para unirse a un barco que enarbolase bandera negra. Que pena.

Piratas del Caribe: El último pirata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora