IV

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Alan notaba como el ambiente en la Hispaniola se iba agriando cada vez más. El obeso capitán había demostrado ser un vástago del demonio. Golpeaba a los marineros cuando desobedecían sus órdenes, disminuía las raciones de comida mientras el devoraba un pavo o carne a la brasa cada noche. Alan notaba que algo pasaba entre la tripulación, estaban descontentos, enfadados...muy enfadados. El joven español notaba como bajo cubierta algunos tripulantes se reunían y murmuraban, cuando Alan, o cualquiera, pasaba a su lado los hombres callaban.

Dormía con la espada en la mano y con un ojo abierto. No había sacado el cofre del escondite bajo el lecho ¿Que habría dentro? La mera curiosidad le mataba, le carcomía por dentro y le hacía tener infinitas ganas de abrir el cofre ¡El maldito cofre! Que curiosidad, que interés que nunca podría saciar. El cofre debía llegar a manos de Bernardo, esas eran las órdenes de su padre.

Al despuntar el alba, Alan desayunó y salió a cubierta. Una bruma matutina cubría la vista. Hugo pelaba unas papas en el Castillo de proa, el capitán desayunaba opulentamente en la popa, tras el palo de mesana y el misterioso y pelirrojo Eric charlaba con dos marineros. El contramaestre les ordenó que volviesen al trabajo y los marineros obedecieron, obedecieron sin quejas pero Alan se percató de que no lo hicieron por orden del contramaestre. Eric les hizo una asentimiento, suya había sido la orden y los marineros obedecieron de forma instantánea.

Alan se acercó a Hugo.

-Oye, Hugo.

-¡Lord Alan!- Mofó él- Que honor.

-Mira ¿Sabes si...pasa algo?

El rubio se encogió de hombros.

-Pasa lo que todos sabemos: El capitán raciona la comida y la bebida sin motivo. Uno de los chicos ya mostró síntomas de enfermedad ayer, el tal doctor Levi trató de hablar con el capitán...ya imaginas como salió. Ojalá esto fuese un barco pirata.

-¿Cómo has dicho?- Inquirió Alan, con los ojos abierto como platos.

-Ojalá esto fuese un buque pirata. He oído que en un barco pirata todos los marineros tienen los mismos derechos y la comida, la bebida y el botín se reparten a partes iguales, solo el capitán se lleva un poco más. Aquí, en esta bañera...somos ganado pastoreado por un tirano.

Hugo arrojó otra papa al cubo ante él y tiró la cáscara pelada por la borda.

-¡¡Abreu!!- Se escuchó la potente voz del capitán- ¡¡Ven aquí!!

Hugo se despidió y se dirigió a popa.

Alan pensó en las palabras del cocinero ¿Sería mejor la vida en un navío pirata? Realmente ¿Lo sería? No, los piratas eran ratas y vivían como tal, era imposible que semejante justicia reinara en un navío de bandera negra.

La noche llegó y la mayoría de pasajeros y marineros se retiraron a dormir a sus catres. Alan despertó con la necesidad de aire puro así que decidió salir a cubierta pero vio como una tenue llama provenía de la bodega donde dormía la mitad de la tripulación ¿Qué podría pasar? Decidió acercarse y ocultarse tras un montón de cuerdas, toneles, barriles y cubos. No podía ser visto.

La mitad de los tripulantes estaban congregados allí: El fuerte Pedro, un hombre grueso de dos metros y gran musculatura, uno de los timoneles, los gemelos toneleros y el timonel, en compañía de otro nueve o diez hombres. En el centro de la estancia se encontraba Eric. La tenue llama de un vela iluminaba el cabello rojo y los ojos azules del hombre. Su rostro afilado mostraba un gesto duro y inamovible.

-¿Estamos todos?

-Sí- Habló Pedro- Ahora dinos, Eric ¿Es cierto lo que nos dijiste ante ayer?

-Oh sí, cierto como que ahora estáis ante mi. 

Un murmulló se extendió entre los marineros pero el timonel pidió silencio.

-¿Toneladas de tesoros?

-Y comida, y especias. La vida del pirata es la vida del hombre libre. Pero para ser piratas...se necesita un barco.

El corazón de Alan iba sin freno ni mesura.

-¿Entonces que propones...capitán?- Inquirió Pedro.

-Simple, caballeros: Motín.

Una risa se extendió entre los marineros

-Las armas están bajo llave- Cuestionó uno.

-Nada que una buena hacha no solucione. 

-Amotinarse...no se Eric- Expresó un joven marinero.

-Felipe, nos conocemos desde hace muy poco tiempo pero he demostrado seros leal, os he protegido de la ira del capitán así que dime...¿No os merezco?

Felipe asintió.

Alan estaba temblando ¿Debería avisar a al capitán? ¿Debería avisar a Hugo? Su joven amigo no estaba allí y si se amotinaba la mitad de la tripulación...tal vez no todo saliese bien para el cocinero.

-Entonces- Habló Eric- A las armas.

Los hombres alzaron los puños con furia y comenzaron a dar gritos y jolgorios de lucha. Los marineros se dispusieron a salir de la bodega...no, los marineros no, los piratas.

Alan se dirigió a su camarote, no había marcha atrás, debía poner a salvo el cofre, debía protegerlo. Tomó el cofre de debajo de su lecho, tomó su espada y salió corriendo hacia lo más recóndito de las bodegas.

Hugo le encontró.

-¡¡¿Qué pasa?!!

-¡¡Un motín!!

El rubio tragó saliva y llevó a Alan a una puerta secreta tras un montón de barriles en la cocina. Era un camarote donde había tocino, cerdo, dátiles, trigo. Una especie de alijo secreto para el contrabando del capitán.

-Quedémonos aquí...hasta que todo pase.

Alan asintió con enfado. Cuando todo pasase un bando ganaría y el otro moriría.

Los piratas se dirigieron en tropel al santa bárbara. Derribaron las puertas y se armaron con alfanjes, pistolas y cuchillos. Subieron a cubierta y al instante los otros hombres que estaban haciendo guardia se encontraron de lleno en una vorágine de violencia y batalla.

Eric se presentó en cubierta con sus dos espadas en ristre. Uno de los oficiales, el cruel contramaestre, se dirigió a él con un alfanje en mano. Dio un tajo pero Alan lo esquivó con facilidad y le hundió la espada en el pecho. Cayó muerto al instante. El obeso capitán salió de su camarote, espada en mano y se dirigió a Eric. El pelirrojo esgrimió sus dos espadas y obró. El cuerpo del capitán dio un golpe seco al caer en cubierta.

Eric sonrió y miró hacia la cofa.

-Arría la bandera, Hector- Gritó con su suave voz...¡Mierda! Se le había escapado el acento.

El vigía rió desde su puesto, era de los suyos.

-¡¡Será un placer, mi capitán!!- Gritó.

Hector cortó las amarras que mantenían unida la bandera española al mástil y esta salió volando. La batalla de desarrolló con fulgor y de la bodega salieron dos piratas que colgaron un trapo sobre unos cabos, izándola. La bandera negra se alzó tras Eric.




Piratas del Caribe: El último pirata.Where stories live. Discover now