XVIII

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Todo era demasiado irreal y extraño. Lo primero que los pirata hicieron era comprobar la efectividad de las armas de fuego en aquel extraño lugar. Funcionaban a las mil maravillas y eso se puso a la cola en la larga lista de incongruencias que ocupaba la mente de Alan. Él veía el mar sobre su cabeza, tan alto como si fuese el cielo pero azul y en constante movimiento, las armas funcionaban debajo del mar y lo más extraño, podían respirar estando a tan bajas profundidades. Era como si estuviesen en tierra y el mar quedase sobre sus cabezas sustituyese al cielo, era muy raro.

Desembarcaron un grupo amplio de piratas, casi la mitad de la tripulación armados con todo tipo de instrumentos afilados. Se llevaron la calavera que volvía a apuntar con un rayo escarlata el camino a seguir, camino que les llevaba a la ciudad de oro.

Al llegar a la ciudad todos quedaron maravillados salvo que...lo expresaron de diversa manera: Hugo se quedó de piedra, Anne trató de fingir indiferencia, Mary asintió impresionada y el resto de piratas pues...se abalanzaron a cortar trozos de bloques o cualquier cosa que pudiesen llevar a la nave. Jack se mantuvo frene a a formación, demasiado callado y serio para el gusto de Alan.

Mary tomó la calavera de Talluah en sus manos y la compañía que había desembarcado en Santo Domingo se adentró en la ciudad: En sus cúpulas de diamantes y pirámides de oro y marfil.

-¿Que hace eso allí?- Señaló Hugo hacia la cima de una pirámide.

Un bergantín de color azabache y raídas velas blancas se encontraba sobre una pirámide de oro. El navío parecía estar totalmente abandonado y derruido, como si hubiese caído allí hace muchos años, tantos que Alan no sabría decirlo.

-Vamos- Apremió Jack- Encontremos el tesoro oculto que concede cualquier deseo.

Anne y Mary asintieron pero Alan aguardó.

-¿Que vas a pedirle a al tesoro...capitán?

-Eso no te incumbe, chico- Le respondió el capitán.

Mary se acercó a Alan y tomó con amistad su hombro.

-Vamos Alan, no debemos perder tiempo. Estamos en un entorno desconocido, mejor salir rápido. Establece prioridades.

Alan asintió a regañadientes y los cinco prosiguieron su marcha.

El rayo rojo de la calavera apuntaba hacia la pirámide más grande de todas: Una tumultuosa y maltrecha edificación de oro puro, del ancho de los jardines de Versalles y en altura triplicaba a la torre de Londres. Los escalones llevaban hacia una alta puerta que se encontraba a mitad de camino de la sima de la pirámide. El interior tenía grabados mayas con diamantes mientras los muros eran de bloques de oro.

Anduvieron por aquellas estrechas estancias durante dios sabe cuanto, muchísimo, una hora tal vez...Alan no sabía ¿Qué planearía el capitán Jack? El español tenía un amargo sentimiento de desconfianza subiendo por sus piernas y estrujando su corazón. No, no debía pensar en ello. Jack le había aceptado como un tripulante más sin replanteárselo, lo llevó a Santo Domingo y le confió un papel de suma importancia durante la fiesta en el palacio del gobernador. Le debía mucho a Sparrow, deprimente, peor era cierto.

Tras pasar un arco el rayo de luz roja se apagó y todos quedaron con la boca abierta. La estancia en la que estaban era de paredes redondas que se hundían hasta un foso sin fin y un alto techo con vidriera de cristal lleno de algas. En la estancia habían grandes estatuas de halcones, águilas, buitres y otros seres alados y sobre el lomo de todos ellos había una puerta, los piratas estaban sobre la estatua de un gorrión, que poético. En el centro de la estancia había una gigantesca estatua de oro con forma de mano que flotaba dando lentas y constantes vueltas en torno a sí misma. Sobre la palma de la mano había un trono de diamantes y un cadáver yacía sobre él, apretando con furia su huesudo puño.

-Habrá que saltar- Comentó Mary.

Todas las miraras se posaron sobre Hugo, el más joven, ágil y flaco de todos los presentes. El se puso rojo como un tomate pero no se echó atrás. El portugués se ató con fuerza el cinturón y sus armas, dio unos pasos atrás para coger carrerilla y corrió con brío, dando un potente salto al llegar al extremo del vacío.

El cuerpo de Hugo provocó un sordo sonido cuando calló sobre el oro de la mano.

-¡¡Bien, Hugo!!- Le felicitó Mary mientras Anne asentía silenciosamente, como gesto de aprobación.

-Muchacho, coge el tesoro. Lo guarda en su mano.

Hugo asintió y se acercó pero justo cuando estaba a un paso del esqueleto un resplandor de pálida luz blanca exploto en medio de ambos y apareció la fantasmal figura de un joven muerto. Era atractivo con una barba incipiente y cabellos rizados castaños. Vestía una casaca de terciopelo marrón.

-Bellamy- Dijo Jack- Sam Bellamy.

El fantasma asintió con aire ausente.

-Así que el barco de allí fuera, era el suyo- Dijo Anne- Bellamy si que encontró la ciudad dorada y la isla perdida pero...murió después.

-No lo...toquéis- Anunció la voz del pirata que se mostraba fría y susurrante, como si el simple gesto de hablar destruyese toda su fuerza, como si la aplastase reiteradamente- No...toquéis el tesoro.

-Lo siento amigo pero me ha costado mucho encontrar este lugar. Malgasté mis mejores fuentes en ello- Le dijo Jack al fantasma que cayó.

-¿Quién te sopló todo esto en un principio, Jack?- Preguntó Alan.

-Un tipo que le compró la información a otro que se lo sonsacó a un tabernero que le oyó decir al hijo de un moribundo que la madre oyó a su marido medio muerto asegurar que la cabeza de Talluah estaba en aquél fuerte francés.

-Tu nombre es sinónimo de rata, viejo- Le anunció Anne.

-Es posible.

Bellamy carraspeó.

-Talluah...ese maldito indio ¡No debí sacarle del mar! El condenado me mintió desde el principio.

Hugo dio un paso atrás.

-¿A qué te refieres?

-Le rescaté del mar y me dijo que en calidad de recompensa me enseñaría la isla dorada y el tesoro que cumplía todo deseo pero mintió. Me llevó a la isla pero no como agradecimiento, sino como trampa. Para adquirir el tesoro hace falta un sacrificio ¡Suerte que una noche se lo escuché decir con uno de mis hombres, uno que quería amotinarse! Traje a Talluah aquí y regué la mano de oro con su sangre de oro. Le decapité y le saqué los ojos. Dos de mis marineros se lo llevaron y yo me quedé custodiando el tesoro.

-¿Qué es el tesoro?- Inquirió Mary.

Bellamy trató de sonreír, cosa que no consiguió.

-El tesoro es mío, está bajo mi protección y nadie se lo volverá a llevar de esta sala...ni a vosotros.

Hugo sacó la espada, atemorizado.

-¿Qué...quieres decir?

-Mío es el tesoro, soy su propietario y he pedido mi deseo: Que nadie lo robe jamás.

Anne abrió los ojos, como platos.

-¿Qué has hecho, maldita rata?

El fantasma de Bellamy se sentó sobre su propio cuerpo.

-No saldréis de aquí, moriréis en estos páramos de arena, en estos bosques de coral. Bienvenidos a la isla de los Inmortales.

Se escucharon los fogonazos de unos cañones, los gritos de los hombres y el silbar de las pistolas.

Unas maltrechas pisadas se escucharon tras los piratas, que se dieron la vuelta. Él estaba tras ellos acompañado de una mujer de cabellos castaños.

-Hola, gorrión- Dijo De La Torre.

La mujer a su lado sonrió.

-Hola, Jack.

Alan miró a su capitán y este quedó perplejo.

-Angélica.

Piratas del Caribe: El último pirata.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora