"Zorro rojo"

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Olfatea. Levanta sus orejas. Se inclina. Avanza lentamente.

La presa está distraída introduciendo trozos de pan en sus estiradas mejillas, no sospecha que hay alguien detrás de los arbustos esperando el momento adecuado para abalanzarse. Sonríe mostrando los filosos colmillos que asustarían a cualquier animalito pequeño e inseguro como ese, antes de moverse un poco más cerca.

Es casi el momento.

Estira un brazo siendo especialmente sigiloso. Va a atraparla. Cuando la estúpida ardilla lo ha descubierto y ha quedado paralizada por el terror, ya es demasiado tarde.

Podía oler la victoria.

De atrás del árbol más cercano, aparece un chico que coge al animal entre sus filosas garras y acaba con él antes de que salga completamente de su escondite. Todo su arduo trabajo se había ido a la basura y se sintió inmediatamente utilizado por el intruso.

¡Había estado vigilando a esa ardilla por dos horas! ¡La había atraído al lugar exacto colocándole un caminito de migajas de pan dulce! Todo para que aquel idiota aprovechara que el roedor estaba preocupada por él y no se esperara un ataque por detrás.

Gruño colérico, poniéndose en pie. El chico estaba sentado en el suelo acariciando el suave pelaje de la ardilla, sonriendo descaradamente incluso cuando fijo sus espeluznantes ojos en los suyos en un intento de infundirle temor.

El -hasta ahora- desconocido tenía ese color brillante en el pelo como el pelaje de sus puntiagudas orejas y la cola. Un zorro rojo, de esos que abundaban mucho por ahí. Seguramente era igual de pretencioso que el resto, igual de tramposo también.

—Eso es mío.

—Quien lo atrapa se lo queda.

—¡Iba a hacerlo!

—Algo como iba, hubiera, no existe. Lamento si he sido más rápido.

Sus garras aparecieron listas para luchar, enfrentarse a ese canalla infeliz y reclamar lo que le pertenecía. Pero el zorro rojo rió quedamente. —Venga, amigo. No hay porque ponerse agresivos, ¿Lo quieres?

Sus ojos se agradaron al verlo extenderle el cuerpo. Tal vez no era tan malo. Estaba por tomarlo y disculparse, cuando otra molesta risa lo hizo achicar los ojos con sospecha y detener sus movimientos.

—¡Ni de loco!— exclamó, alejando de nuevo a la ardilla de su alcance. —Yo la cace, no voy a obsequiártela así porque sí.

—¡He sido yo quien la encontró! ¡La has robado!

—¿Robar? No, sería robo si quien la hubiese destripado hubieras sido tú. Pero como no ha sido así es claro que me pertenece. Leyes de la vida.

Su paciencia se estaba agotando. Aquello era una completa injusticia y quería hacerle frente como lo harían los verdaderos depredadores ante un entrometido. Sin embargo no creía que su madre estuviera muy feliz si se enteraba, ella no estaba de acuerdo en que actuara como un completo animal incluso si en parte era uno.

—¡Bah! Quédatela. Puedo buscar otra mejor.

—¿En serio? ¿Tú?

La forma en la que lo dijo lo hizo arder de rabia.

—¿Qué insinúas? ¿No crees que pueda? ¡¿Quién demonios eres?!

El chico encogió los hombros ladeando la cabeza con una sonrisa angelical. Odiaba ese teatro de los zorros rojos, siempre luciendo adorables e inocentes. ¡Pamplinas!

—Mi nombre es Donghae. Y la razón por la que he dicho lo que dije y como lo dije, es porque eres... diferente. Me disculpo si soy grosero pero, cuando te vi pensé que eras una apestosa mofeta.

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