005.

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- Tengo turno doble hoy.

Subió sus ojos hacia ella y los pelos de su flequillo chocaron contra sus párpados en la acción; Bin se colocó la cazadora sin mirarla, mientras fruncía el ceño ante el intento fallido por ser rápida, pero en cuanto buscó los ojos de su compañera esta los desvío de inmediato, volviendo su atención hacia el café que preparaba.

- No dejes de comer -respondió, vertiendo una cucharada de azúcar en la taza.

Una sonrisa burlona apareció en el rostro de la castaña.
- Sabes que la comida es mi prioridad -soltó una pequeña risilla y Mae, con tensión, solo pudo darle una media sonrisa-. Asegúrate de cerrar bien las puertas -recordó, terminando de arreglarse el cuello del abrigo para luego alzar la mano en su dirección y despedirse.

En cuanto el clic de la puerta cerrándose resonó con suavidad por la casa, sus hombros cayeron y un suspiro cansado salió de ella. Cerró los ojos por unos cortos segundos y giró sobre sí misma dándole la espalda a la bebida, por la cual ya había perdido el apetito y llevó su mano, casi inconscientemente, a la cruz de su cuello; conociendo lo histérica que podría ser su mejor amiga, la mejor opción que podía aparecer en su cabeza ahora era mantenerse en silencio. Pero aquello no enterraba el ansioso sentimiento que bailaba en su pecho.

Volvió a abrir los ojos e, irónicamente, las escenas de la noche anterior comenzaron a pasarse por sus pupilas, haciéndole recordar por qué se sentía de aquella manera.

"Santita."

Gruñó. No sabía si lo que le molestaba era el apodo, o la manera en que lo había dicho, de todas formas, no era algo que le agradaba. Y sabía, eso era exactamente lo que quería.

Escondió su mano detrás de su cuello y lo acarició, pasó la lengua por su labio inferior y se sintió tensar; el recuerdo de su palma sobre su mano provocó un escurridizo escalofrío por su espina dorsal, pero no era precisamente asco.

No era asco en lo absoluto.

Retiró su mano con rapidez colocándolas detrás de sí y sacudió la cabeza con fuerza, rechazando aquella ingrata sensación de lo que fuera que su cuerpo estuviera experimentando: no era algo sano, no era algo bueno.

Se llevó la uña de su dedo índice hacia sus dientes y la mordió, se abrazó a sí misma con el brazo libre y, esa escena, ese movimiento, esa sensación, por más que intento evitarla, apareció; el color oscuro de sus ojos mirándola directamente a los suyos, ese gesto relajado y esa sonrisa lasciva.

Su rostro. No era el de un criminal.

- Eres un demonio -susurró, pasándose esta vez, la uña por su labio inferior. La forma en que sonrió se cruzó en el desastre mental que tenía y exhaló-. Eso tienes que ser.

No encontraba respuesta a aquello. Sólo, que en su fe -en lo que le habían enseñado-, debía mantenerse alejada de esa sensación. La conocía muy bien, sabía cuál era por dentro y por fuera.

Destructiva...

El timbre sonó y saltó en su lugar saliendo del trance en que encontraba, pero sin dejar de sentir cómo su piel empezaba a calentarse. Miró el reloj sobre la estufa y frunció el ceño.

- Se le habrá olvidado algo -susurró para sí mientras se apretaba más el abrigo de lana sobre su pijama, dispuesta a atender.

Tomó la manija en su mano, cruzando el abrigo con la otra por su pecho, protegiendo su clavículas al desnudo, pero sin siquiera alcanzar a abrirla completamente, ese olor inundó sus fosas nasales.

CHÈRIE | JUNG HO SEOK.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant