020.

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Un quejido casi inaudible fue lo que salió de su garganta cuando sus ojos se abrieron; el dolor de cabeza que estaba sintiendo no lo había sentido nunca. Era incómodo e irritante, parecía como si le habían martillado la frente.

Revolvió su propio cabello en un intento de ablandar la punzante sensación de su cráneo pero cuando llegó al inicio de su cuero cabelludo se dio cuenta del líquido que escurría de este. Con rapidez se incorporó mirándose los dedos índice y corazón cubiertos de sangre. Por consiguiente, observó a su alrededor con un pánico que ocasionó que los ojos empezaran a nublárseles de lágrimas: estaba sobre una cama, desordenada, y lo único que alumbraba la habitación era una ventana a medio abrir que daba a entender que era de mañana... ¿Pero no estaba atardeciendo cuando...?

Jadeó cuando se acordó y giró entorno a toda la habitación intentando buscar una salida. En efecto, lo había, pero cerca de ella, había un chico en una silla durmiendo.

Hizo una mueca de confusión, sin comprender lo que estaba pasando. Pero eso no impidió que el miedo siguiera golpeando hasta su mínima partícula estable, si aún le quedaba. Se acordó del rostro del hombre de inmediato e intentó ver si se trataba de la misma persona. Sin embargo, la posición en la que se encontraba aquél individuo se lo hacía casi imposible: todo el cabello claro le caía por la frente haciendo sombras en sus ojos y nariz.

Sintió envidia de la forma en que dormía tan apacible, e, no supo si fue por eso o porque sus ganas de querer salir de allí ganaron, intentó apearse de la cama. Pero, como fracaso, terminó de cara en el piso junto a un estruendoso ruido que le hizo cerrar los ojos de dolor. Tenía los pies atados.

No se dio cuenta de que su estupidez había despertado al muchacho hasta que alzó la vista y se encontró con su oscura mirada. No lo reconoció de inmediato, pero el rubio, en vez de hacer algo amenazador como se lo esperaba, sólo se llevó un dedo a los labios y lo posicionó entre estos.

Le pedía que hiciera silencio. Pero eso fue lo que menos pasó cuando la puerta de la habitación se abrió bruscamente sobresaltándolos a ambos.

- ¡Oh, ya se ha levantado la princesa!

A él lo reconoció sin duda, y su mente se llenó de un odio que se manifestó en la forma en que arrugó su nariz. Pero esto sólo le causó gracia al castaño que se puso de cuclillas frente a ella luego de acercarse.

- Tienes inconsciente un día, ¿sabes? -musitó, chocando sus nudillos contra la cabeza de la peli-negra, pero ella, a duras penas, le dio un manotazo apartándolo.

Los pies atados pero las manos no, ¿qué idiotez era aquella?

Cuando pensó en decirlo en voz alta, el hombre tomó sus tobillos en un rápido movimiento que la mareó y la hizo jadear. Él retiró la soga que había adolorido sus pantorrillas haciéndola fruncir el ceño mientras que él mantenía una calmada sonrisa en su rostro. No era de fiar.

- Era sólo hasta que te dieras cuenta -avisó, enrollando la soga alrededor de su mano izquierda y la joven observaba cada uno de sus movimientos-. Ahora, como te muevas o hagas algo que no me guste -se tensó cuando el largo dedo del castaño señaló su frente-, una bala tomara el lugar de esa herida, ¿entiendes, bonita?

No quería mover un músculo mientras aún su cabeza seguía procesando lo poco pero abrumador que había dicho. Sin embargo, cuándo él se acercó hacia ella lo suficiente para oler el cigarrillo saliendo de sus labios, asintió.

- Seok, no tienes que ser tan duro con ella.

Las palabras pronunciadas por la tercera persona en la habitación les hizo darse cuenta a ambos de su existencia, pero, al amenazador no pareció gustarle lo que escuchó.

CHÈRIE | JUNG HO SEOK.Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum