Capítulo 2

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Se frotó los ojos desesperado, para después dirigir sus manos hasta su cabello y tirarlo con fuerza. Anoche no había podido dormir nada, sus sueños lo habían traicionado, trayendo a su memoria miles de recuerdos con la pequeña rubia de diez años. Izzy se había levantado algunas horas atrás, dejándolo solo con sus pensamientos y cada minuto que pasaba estaba más decidido a ir a ver como estaba Rebekah. Seguro le iba a costar convencer a Magnus de dejarlo entrar, pero lo haría. Tenía que verla y saber que estaba bien, recuperar su amistad si podía. Ahora no lograría alejarse de ella, ya lo había decidido.
Se levantó con pereza de la cama, vistiendose con la típica ropa negra que usaba siempre. Iba a irse sin desayunar para poder llegar antes de que Bekah se despertara.
La casa de Magnus quedaba lejos del Instituto, por lo que activó una runa de velocidad para poder llegar más rápido. Estaba ansioso, no podía negárselo ni a él ni a nadie. Pero también nervioso y eso se podía notar en el movimiento que hacían sus manos, sin poder dejarlas quietas ni un solo segundo.
Pocos minutos le tomó llegar a su destino, golpeando con fuerza la puerta. Tenía la esperanza de que alguien abriera y que no sea la rubia, o sus nervios terminarían por explotar. Para su suerte, Magnus fue quien abrió y se lo veía bastante adormilado.

—¿Sabes que hora es, Alexander?— preguntó con tono molesto.

—Perdón, sé que es temprano. Pero quería verla y no pude soportarlo más—contestó algo culpable el moreno.

Ni bien amaneció el morocho saltó de su cama para ir hasta allí, sin reparar en la hora que era. Temía que todo fuera un sueño y la volviera a perder, otra vez. Aunque sabía que le iba a costar recuperar su confianza, pero haría lo que sea por ella.

—Pasa. La puerta de ella es la rosada con unicornios—dijo rodando los ojos el brujo.

Una nostálgica sonrisa se formó en la cara del Shadowhunter, su amiga seguía obsesionada con las mismas cosas que cuando era pequeña. Entró sin golpear, ya sabía que no había despertado o Magnus se lo habría dicho.
La miró por unos cuantos minutos, era realmente hermosa, eso no podía negarlo ni ante él mismo. Su cabello rubio era largo y ondulado, la piel blanca y sin imperfecciones, sumado a esos ojos azules como el mar que se ocultaban tras los párpados, la hacían perfecta. Si había una palabra para describir a Rebekah Bane era DULZURA. Todo en ella era sumamente dulce y tierno. Como su habitación, por ejemplo. Cada rincón estaba lleno de recuerdos, peluches, libros y unicornios. Hasta su pijama era con forma de unicornio y eso le hizo soltar una risita. Tierna hasta en esos detalles podía llegar a ser.
Se sentó en un sillón que había al lado de su cama, mirándola dormir. Tomó suavemente su mano, haciéndole leves caricias con el pulgar. Se sentía muy suave al tacto y una paz interna lo invadió. Se había sentido tan solo todo esos años, jamás pudo volver a hacer amigos aparte de sus hermanos.

—Te encontré, Hadita—susurró cerrando los ojos, dejándose llevar por el sueño que no lo había acompañado durante la noche.

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Podía sentir como su cuerpo pesaba, mientras volvía a estar consciente. No sabía cuanto tiempo había sido esta vez, pero estaba segura que fueron demasiadas horas.
La rubia estiró sus brazos, o al menos lo intentó porque algo a su lado no la dejaba mover con libertad. Ese algo despedía un calor agradable y cómodo, pero no sabía que era y la intrigaba. Grande fue su sorpresa cuando abrió los ojos y se encontró con Alexander Lightwood, totalmente dormido en su propia cama. No entendía cómo, ni cuando había llegado allí, ni cómo su padre lo había dejado pasar. Pero aunque estaba molesta, tenía que admitir que era sumamente hermoso. Así dormido se parecía al moreno niño que ella había conocido, diez años atrás. Tan tranquilo y relajado que no podía creerlo. Desde que lo había visto otra vez, podía notar lo tenso y serio que se había vuelto.
Antes de que pudiera darse cuenta, estaba acariciando ese sedoso cabello azabache, sin notar que su dormido compañero de cama ya había despertado y disfrutaba en silencio de esa caricia.

Pequeña de ojos azules- Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora