Capítulo XIX

567 98 36
                                    




El cielo que alumbraba la ciudad a todo su esplendor mucho más allá de ser relajante, resultaba aterrador. Parecía que sabía todos sus secretos, que conocía cada uno de sus temores.

Camille estaba sentada en una banca contemplando las estrellas una vez más en aquella larga semana. Quiso dormir, pero no pudo, así que se rindió y decidió caminar para olvidarse un poco, sin embargo, al contrario, recordó cada sonrisa, cada mirada, cada palabra que alguna vez le había dedicado William.

—Es muy tarde, Cami —dijo una voz a sus espaldas. Pero ella la reconocía.

—¿Qué haces aquí, Sebas? —volteó a verlo. Iba notoriamente cansado, se le notaba en las pupilas, en las ojeras y en como inclinaba su cuerpo hacia el frente en una posición encorvada que dejaba entrever el sueño que tenía, y no lo culpaba, debían ser las tres de la mañana.

—Aquí venías siempre a pensar —murmuró, sentándose a su lado y entrelazando sus dedos, incorporando una posición jorobada. Traía el cabello revuelto y el brillo de la luna le daban reflejos plateados—. Y tiempo después de que te fueras, decidí venir yo también. Meditaba algunas cosas, el por qué, el qué hacer, la esperanza y la fe venían a mí en estas bancas porque me recordaban a ti, y tu sonrisa me daba fuerzas —Camille ladeó una sonrisa al escuchar esas palabras.

—Supongo que ahora los dos tenemos mucho que pensar. El mundo es un rompecabezas y tiene piezas que no encajan, las galaxias existen, los mundos también, hay vida, muchísima vida en la tierra y sin embargo, pensamos por qué a nosotros nos pasa lo que nos pasa, qué hacer para conseguir la pieza que nos falta. ¿Y sabes? Creo que llegué a la conclusión que no hay que cambiar la pieza, hay que cambiar la perspectiva. Solo así nos daremos cuenta de que hemos pasado toda la vida reprochándonos algo que pensábamos que no tenía arreglo, solo porque hemos estado demasiado sumidos en el problema y no en la solución.

Sebastian se irguió para mirarla. Sus ojos azules eran indescifrables, pero definitivamente ya no había ojeras bajo sus ojos, al menos no tan agudas. Se le veía mal aún, no sonreía y su mirada se perdía en el cielo, en sus pensamientos y en aquel mundo donde ella había sido feliz. Era la sombra de ella misma, su propio fantasma, su martirio y su problema, Sebastian solo podía esperar que ella encontrara una razón para vivir, un recuerdo al que aferrarse.

—¿Has encontrado la solución al problema, Cami? —ella entornó los ojos y acunó sus barbilla entre sus manos. No lo miraba a los ojos, su mirada se perdía en la lejanía y la infinidad.

—Al menos al problema para dormir. Decidí que no puedo obligarme a cerrar los ojos porque al abrirlos se aleja, decidí que debo hacerlo porque cuando lo hago está ahí, cerca de mí, y me quiere. Cuando cierro los ojos y lo veo, es lo más cerca que podré estar de él y debo aprovecharlo. Cuando despierto y no está, solo pienso en cuándo volveré a dormir para encontrarlo.

Sebastian sintió una punzada en el corazón. Lo amaba, pensó, lo amaba tanto que al menos con verlo en los sueños se conformaba, lo amaba tanto que temía que su cordura pendiera de un hilo, que su salud se fuese a la borda y que creyese que no existía vida sin él. Porque sí la había, siempre hay vida, siempre hay una razón para ser.

—Yo también encontré la solución. Al principio, cuando me diagnosticaron el cáncer, me preguntaba una y otra vez el por qué me había ocurrido eso... a mí. ¿Qué había hecho? ¿Me lo merecía? Pero mientras más pensaba, los segundos pasaban y eso era tiempo que no volvía, minutos que no regresaban. Así que, al igual que tú, cambié la perspectiva: no moriría, viviría lo suficiente para no tener que arrepentirme de no haberlo hecho. No me desgastaría cada día ni pasaría mis últimos días en el hospital cuando es algo que ya no tiene remedio, decidí que tenía que disfrutarlo, que pasaría los últimos días de mi vida sonriendo... viviendo.

Lazos eternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora