Capítulo XIV

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WILLIAM

—Jefe —dijo Damien cerrando la puerta tras de sí—. Han vueltos los abogados del otro día, me han dicho que es de vital importancia —me giré hacia él y rodé los ojos. Odiaba lidiar con abogados que creían que quería sacar a mi padre de la cárcel y creían que les ofrecería una gran cantidad por ello. Hice una mueca y asentí.

—Déjalos pasar —musité exasperado. Él asintió y luego salió del despacho, dejándome solo y con una rara sensación recorriéndome todo el cuerpo.

A los pocos minutos, entraron dos señores vestidos con trajes formales. El primero que vi, era canoso y su rostro era inflexible, no demostraba nada, traía gafas y sus ojos grises me miraban con expectación. El segundo, era más joven y, por ende, más fácil de descifrar. No venían a ofrecer una negociación, se notaba a kilómetros, al contrario, estaban decididos y sus miradas no tenían ni un atisbo de simpatía. Les devolví la mirada desafiante y me recargué en el ventanal, ladeando una sonrisa intimidante.

—Buenos días —saludé con cordialidad—. ¿Serían tan amables de decirme el por qué de su visita? —pregunté rápidamente, importante poco si había sido muy directo. Se miraron entre ellos antes de responder.

—Vinimos por el señor Nicholas Crawford —rodé los ojos. Así que sí venían por mi padre...

—No hay nada que me interese saber de él —negaron enseguida, tomándome por sorpresa.

—De hecho, William Crawford, es una información que te gustará saber —informó el más joven.

—Verás, sabemos que no quieres sacarlo de la cárcel. Es una lástima que ya no dependa de ti —dijo entonces el mayor. Sin poder evitarlos, mis ojos se abrieron y ellos lo notaron. En respuesta, sonrieron—. Alguien ha decidido que puede costear la fianza.

De nuevo abrí los ojos y dejé escapar una exhalación que no sabía que había estado reteniendo. Me miraron triunfantes, sabían que no me esperaba esto ni nada parecido. De pronto, por instinto, mis manos empezaron a sudar y tuve que abstenerme de mostrarme intimidado. Sabía muy bien quién era mi padre, un hombre peligroso, que jamás se rendía hasta alcanzar lo que quería y sabía que solo quería destruirme. No sentí miedo, pero un sudor frío me recorrió la espalda de solo pensar que podríamos encontrarnos nuevamente sin una reja que nos separara.

—¿Los ha mandado él? ¿Quería que lo supiera? —pregunté con asco, derramando veneno en cada palabra que decía.

—Sí —respondió el joven—. Quería que te dijéramos que no parará hasta conseguir lo que quiere.

—¿Cuánto les dijo que les pagaría? ¿Una millonada? Su cuenta bancaria está en cero, he heredado toda su fortuna, si les ha ofrecido algo, les ha mentido —intenté razonar con ellos, y era cierto. Mi padre ya no tenía dinero, Nicholas Crawford había dañado el apellido de nuestra familia.

—Eres un niño. ¿Acaso no sabes que en la cárcel también se hacen buenos negocios? Aprende, quizá acabes allí —escupió el mayor. De pronto, sin poder controlar mis impulsos, me acerqué a él y lo tomé por el cuello, sujetando su cara contra la pared. Le escupí en todo el rostro, haciéndole saber que no le temía, que si se metía conmigo, las pagaría—. No me importa lo que hagas, puedes matarme, tu padre saldrá de allí tarde o temprano... —no aguanté un segundo más y golpeé su cabeza contra la puerta. El más joven, que se había quedado paralizado al notar mi enojo, se acercó de inmediato y me aparté de ellos sintiendo un cosquilleo en toda mi piel que no me hacía sentir nada bien. Quería romper algo, necesitaba aire pronto o no sabría qué ocurriría conmigo.

—Salgan de mi oficina. Se los advierto, si se niegan, haré que toda la maldita empresa los eche y no quieren saber la forma en que lo haría, porque definitivamente no sería de la manera cordial. No soy un hombre paciente y menos con personas que no tolero. Si no quieren ver cómo les destrozo la cara a ambos, lárguense de aquí.

Lazos eternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora