Capítulo XVI

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—¿Camille? —se despertó adormilada, ¿en qué momento se había quedado dormida? Se revolvió bajo las sábanas y un sudor frío la atravesó cuando se dio cuenta de que estaba sola y de la voz que preguntaba el nombre que creía que era el suyo. Se incorporó de golpe, y la vergüenza la embargó—. ¿Nina? ¿Qué haces aquí? Digo... es un gusto conocerte en persona, querida, pero creo que... creo que no lo entiendo.

Nina se mordió las uñas y se las ideó rápidamente para decir una mentira. ¿Dónde estaba Camille? ¿Es que había pasado la noche con William sin siquiera dejar una llamada, un mensaje? No, esa no era la Camille que conocía.

—Me ha dicho que tuvo que salir por la mañana por asuntos del trabajo —Kiara pareció tragarse la mentira como agua y Nina sintió que el aire le volvía a los pulmones; sin embargo, una duda punzante en su pecho le indicaba que algo estaba mal—. Vuelve pronto, al menos eso me ha dicho —intentó forzar su mejor sonrisa y Kiara asintió. A Nina le dolió saber lo poco que conocía a su propia hija, pero ahogó sus pensamientos en la marea que a la que se estaba sumergiendo.

—Muy bien —dijo entonces—. Lo lamento mucho, Nina, por mi falta de cordialidad... Es un gusto conocerte, se ve que quieres mucho a mi hija —Kiara le dedicó una sonrisa que hizo que a Nina se le ablandara un poco el corazón. Era una sonrisa que solo podía formarse al recordar o al ver a alguien que amas. Nina entendió en ese momento que, a su manera, Kiara amaba a Camille como solo pueden amar las madres a sus hijos.

—Lo hago, señora —respondió Nina en cuanto la puerta se cerró tras Kiara. Se apresuró a cambiarse, decidida y con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, presionándole tan fuerte que Nina sentía que se ahogaba, que se asfixiaba de la angustia—. Por eso debo ir a buscarla.

Y así lo hizo.




—¿Por qué no abre? Dios mío —era la cuarta vez que Nina tocaba la puerta de la mansión de Will. Estaba exasperada, verdaderamente agitada y nerviosa; ella conocía a Camille, conocía su andar, sus facciones, cómo fruncía el ceño cuando fallaba en los ejercicios de la universidad, la forma en que se contaba los dedos de las manos cuando no soportaba mirara a alguien a los ojos, como los ojos se le entrecerraban cuando quería apartar los recuerdos.

Camille, pensó, cuyo pasado era más tormentoso de lo que ya sabía. Camille, que ya había sufrido suficiente. Y que estaba segura que estaba mal en estos momentos, lo sentía en las venas, en la sangre que le corría hasta el corazón.

De pronto, sin dudar, dejó el respeto a un lado e intentó abrir la puerta. Cerrada. Se sintió frustrada, con gotas de sudor cayéndole por el rostro y con la punzante agonía en el alma de que, en algún lugar, su amiga... su única amiga la estaría necesitando.

Justo cuando iba a voltearse para irse, para buscarla por las calles que se abrían amplias a su vista, para recorrer todas las playas hasta encontrarla, la puerta se abrió.

—¿Ni... Nina? —la voz se le quebró en un milisegundo y cayó al suelo. Había sangre en la parte encima de la cadera. Nina palideció y el miedo la recorrió como la sangre, un sudor frío le atravesó las costillas y le tintineaba en los tímpanos.

—¡William! —dejó escapar un grito y corrió a ayudarlo antes de que se desplomara en el suelo firme y duro. La sangre le caía por las piernas, estaba pálido y parecía recién despierto, entonces los ojos se le abrieron como platos y quiso escurrírsele de los brazos, escapar y buscar a Camille. Él también lo había sentido y ahora, verlo así, solo le había confirmado las sospechas.

—Camille —fue lo único que dijo. Pero Nina entendió.




William recordaba la noche anterior con vaga claridad, pero pronto los recuerdos los embargaron. Recordaba haberse despedido de Camille y haber buscado un abrigo para acompañarla; nunca se había ido tan tarde y no dejaría que fuese sola por las calles vacías. Él la acompañaría a donde fuese, al fin del mundo, a las estrellas; pero iría con ella, a su lado siempre estaría porque sin ella el aire le faltaba y el oxígeno se le esfumaba del cuerpo.

Lazos eternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora