Capítulo III

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Cuando volví a casa, papá y mamá estaban esperándome. Sonreí por lo bajo, sabiendo que ese pequeño detalle, por pequeñísimo que fuese, significaba que se preocupaban por mí. Y ese afecto y cariño era lo único que me seguiría manteniendo a flote, era lo único que me quedaba. Ellos eran el recordatorio de que aún no estaba sola, de que las cosas podían ir mejor. Esperaba que se emocionaran al escuchar la noticia, sacarles al menos una sonrisa, ver en sus ojos al menos una chispa de esperanza.

—¿Dónde estabas? —preguntó mi padre en cuanto estuve lo suficientemente cerca de ellos.

—¡No lo creerán! Acabo de conseguir un trabajo... y no uno cualquiera. No sé mucho de las empresas de esta ciudad, pero esta parece lujosa. Crawford Enterprise, se llama, ¡y me han contratado para administrarla! No sabes lo feliz que estoy. Espero que así consigamos un poco de dinero y...—en cuanto vi sus rostros supe que algo andaba mal. Dios, ¿es que no podía hacer algo bien? —. Y ahora, ¿qué pasa?

—Mi niña, es muy lindo lo que quieres hacer por nosotros pero no me parece necesario. Esas personas son arrogantes, solo les importa su empresa y el dinero que ganan con ella. Un paso en falso y podrían destruirte, no quiero que tengas que pasar por eso... —empezó a decir mi padre.

—Yo no daré ningún paso en falso, a mí, en estos momentos, lo único que me importa es el dinero también. Así podré ayudarlos, quizá podamos salir de esta miseria de una vez por todas —exclamé. Estaba harta, harta de fallar, harta de no intentar, harta de temer seguirme rompiendo. Cuando una persona lo ha perdido todo, el miedo ya no es un obstáculo en su vida, de hecho, se vuelve tu amigo. Cuando una persona lo ha perdido todo, ya no tiene nada que perder. Y es por eso que lo intentaré.

—Cariño, las cosas van más allá de tu entendimiento —dijo mi madre, pero yo no quería escucharla. No después de sentir, por primera vez en tanto tiempo, que había logrado algo. Cuando por fin me sentía capaz, la vida o las personas se empeñaban en hacerme sentir que no era así. Pero me rehusé a seguir creyendo que el destino no se puede cambiar. No soportaba ver como el mundo se desmoronaba y yo simplemente observaba, creyendo que tendría que dejar que pasara porque así tenía que ser. La vida no tenía reglas, ni normas, ni límites. La vida era un mundo y yo estaba dispuesta a recorrerlo completo. En algún lugar encontraría una respuesta, en algún lugar hallaría una salida.

—Ya tengo el trabajo. Y mañana empiezo, tengo edad suficiente para decidir eso, ¿no? —ellos ya habían decidido por mí muchas veces a lo largo de mi vida, y esas decisiones me costaron cicatrices que seguían en mi piel como tatuajes, me costaron mucho más que un simple dolor, me proporcionaron heridas tan fuertes que estaba muy lejos de creer que algún día iban a sanar.

Ese día pasó con tranquilidad. De vez en cuando miraba las rosas que ahora descansaban en un pequeño sofá y momentos después, me hallaba leyendo "Romeo y Julieta" por millonésima vez solo porque me gustaba sentir como dolía. Solo porque me hacía sentir bien saber que no fui solo yo la que vivió una vida sin finales felices, por muy egoísta que eso sonase.

Antes de cerrar el libro, me quedé observando aquella nota que se encontraba adherida a la última pagina y que decía: "Somos música y poesía, ¿recuerdas?". El desconsuelo me invadió como nunca y cerré el libro inmediatamente, obligándome a mi misma a dejar de ser tan débil ante su recuerdo. Porque en eso se había convertido ahora: una sombra del pasado, un recuerdo tenue como un libro que hace mucho tiempo había sido mi favorito y ahora me había cansado de leer.

Tan pronto como me quedé dormida empecé a soñar, el escenario era raro. Oscuro y fantasmagórico, como una película de terror, se abría paso en mi mente. La luz era apenas tenue y yo muy sigilosamente observaba la escena que se llevaba a cabo detrás de las cortinas. Mi abuela estaba llorando y me pedía con la mirada que corriera, pero mis pies no podían moverse. El frío me inundó y sentí que me ahogaba, que ya no me quedaba vida y que pronto viviría en paz. No me bastó ese pensamiento para ser feliz pues justo antes de despertarme vi su rostro que cruelmente me decía: "Los triángulos amorosos no conllevan a nada bueno, Camille, recuerda eso".

Lazos eternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora