Capítulo 1: Castiel, una maldición.

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Sucrette.

—¡Vamos, yo sé que quieres!—Le rogué como por décima vez a mi mejor amigo Kentin, el alto y musculoso chico de cabello castaño que se negaba una y otra vez a aceptar lo que le pedía.

—Ya te dije que no, Su.—Respondió abriendo su casillero, me acerqué más y me detuve justo entre el casillero y él.

—¿Pero, por qué?—Pregunté viéndolo a los ojos con cara de tristeza fingida.-No sería la primera vez que hacemos una pijamada.

—Dormir contigo no me molesta, me molesta que tenga que estar con Alexy, sabes que él se comporta extraño cuando está conmigo.—Puso su mano en mis hombros y me apartó con cuidado de su casillero, sacó sus cuadernos y luego lo cerró.

El siguiente fin de semana mis mejores amigos y yo veríamos una película y luego se quedarían a dormir en mi casa, trataba de convencer a Kentin de que viniera también, pero se negaba porque uno de ellos está enamorado de él, lo que me parece completamente estúpido pues no tiene nada de malo.

—Kentin Por fav...—Estaba a punto de rogarle a Kentin una vez más cuando de la nada ya me encontraba sentada en el suelo.—¿¡Oye que te pasa!?

El imbécil que había pasado casi corriendo y me había tirado al suelo se detuvo y caminó de regreso hasta estar frente a mí y aún así el idiota no se dignó en levantarme o en disculparse al menos.

—Quítate de mi camino oxigenada, estorbas la pasada.—Respondió el estúpido pelirrojo del demonio que se hacía llamar Castiel, el tonto que se cree rudo y muy sexy que había pasado como si fuera toro en un campo abierto y me había empujado al chocar con mi hombro. Un completo imbécil que jamás desearías toparte en toda tu vida.

Y como toda la maldita vida, el estúpido se burló de mí llamándome oxigenada, basta, si no se larga de aquí juro por Kentin que lo mataré.

Me tomó unos segundos defenderme de nuevo, pues realmente me había tomado desprevenida. Estaba harta de decirle todo el tiempo que mi cabello es natural y no oxigenado ni teñido.

—¡Entiende que mi cabello rubio es natural!—Grité molesta levantandome del suelo con ayuda de Kentin mientras yo sobaba mi trasero, estúpido pelirrojo, me las pagará.—¡No como tú con tu feo cabello teñido de color menstruación!

El imbécil siempre solía molestarme con lo mismo, desde que lo conocí, incluso me atrevería a decir que ni siquiera sabe mi nombre, el pelirrojo endemoniado solo sabe referirse a mi como la "Oxigenada" y ni siquiera lo soy, ni siquiera parezco una, es ridículo.

—Como digas, oxigenada, solo mantente fuera de mi camino, siempre estás de un lado a otro estorbando en la pasada.—Me miró con el entrecejo fruncido, con enojo como si eso pudiera intimidarme y como si fuera mi culpa que para el imbécil el enorme pasillo no fuera espacio suficiente para caminar.

—¿Y si no qué?—Le arrebaté un lápiz de las manos a Kentin y se lo aventé a Castiel en el pecho, Kentin se hizo a un lado asustado, todos le temen al maltido pero yo no, nadie se burla de mí sin llevarse su merecido aunque eso signifique atacar al perfecto hijo del diablo hecho persona.

Kentin se mantenía cada vez más al borde viéndonos en silencio abrazando sus cuadernos, a pesar de su musculatura y haber sido entrenado en el ejército, seguía temiendole a Castiel, como todo el mundo en este lugar.

—O si no yo me encargaré de quitarte.—Contestó aún más molesto que antes. Dramático, el pobre lápiz ni siquiera le había hecho nada.

—¿Ah si?, mira como tiemblo.—Respondí sarcástica.—No te tengo miedo pelirrojo idiota.—Me di la vuelta para seguir en mi tema con Kentin, estaba harta de él pero el imbécil parecía no querer dejar de molestarme.

La Suerte De Tenerte | CastielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora