34. El capitán de La Brigitte

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Bruma volvió a tirar de los cordones de su corsé y Elliot resopló al verla

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Bruma volvió a tirar de los cordones de su corsé y Elliot resopló al verla.

—Concéntrate... —la reprendió.

Caminaban calle arriba hacia el centro de Trebana, con destino a La Corona Quebrada. El vampiro había cambiado sus ropas habituales por prendas propias de piratas; pero no se comparaba con el vestido escotado que llevaba ahora la licántropa. Sabía que era un mal necesario, pero no había dejado de quejarse desde que se lo puso.

—Lo intento, pero es complicado si no puedo respirar —protestó—. ¿Quién en su sano juicio elegiría esto por encima de unos pantalones y una camisa?

Elliot puso los ojos en blanco evitando mirar su escote cuando se lo señaló.

—Deja de aflojar los cordones. Ya está demasiado abierto, incluso para una prostituta.

—Es peor que los grilletes que me pusieron los esclavistas.

—No exageres. Todas las mujeres llevan corsés y ello no les impide respirar. He visto a alguna desmayarse en la corte... Pero creo que es para llamar la atención de posibles pretendientes.

—¡Ja! Te reto a ponerte uno de estos. Veremos si sigues pensando lo mismo.

—Ya estamos aquí—replicó al ver La Corona Quebrada emerger al final de la calle—. Por favor te lo pido, disimula.

Los farolillos iluminaban los jardines que rodeaban el palacete y creaban la ilusión de que sus paredes rojizas estaban en llamas. Incluso a distancia, podía oírse la música y el jolgorio de los piratas resonando en su interior.

—¿Preparado? —susurró Bruma.

—No nos queda otra. ¿Te echaste las gotas de cierla en los ojos? —Lo último que necesitaban es que sus iris brillaran como dos luciérnagas y la delataran.

—¿Tú qué crees?

Elliot no contestó.

Caminaron directos a las puertas del palacete. Cuando estuvieron a la vista de los guardias, Bruma se colgó de su brazo y apoyó la cabeza sobre su hombro. Intento sonreír de forma coqueta como hacía Milena, pero todo lo que vio Elliot fue la hilera de blancos dientes que podían tornarse en colmillos. Había algo salvaje en ella y era imposible ocultarlo.

Los guardias lo detuvieron en las verjas que daban al jardín.

—¿Quién va? —preguntó uno.

Por toda respuesta, Elliot se arremangó y mostró la marca de Vlad en su antebrazo derecho. El guardia que había hablado se acercó para examinarla. Durante los siguientes minutos, recorrió los trazos con detenimiento. Inquieto por su escrutinio, carraspeó:

—¿Podemos entrar de una vez? —dijo, imprimiendo a su voz la autoridad que había aprendido de su padre—. Si estáis tan borracho como para no reconocer la marca de uno de los Seis Señores Pirata, tal vez deba buscar otro sitio donde pasar la noche con esta hermosa dama.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora