15. Angustia

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Desde su llegada a Isley, Wendy se había acostumbrando al horario nocturno de los vampiros

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Desde su llegada a Isley, Wendy se había acostumbrando al horario nocturno de los vampiros. Despertaba al atardecer y se retiraba a su dormitorio al amanecer; algo que sus ojos adaptados a la oscuridad agradecían. Además, era una forma de no coincidir con los pocos sirvientes que acudían para mantener el castillo en buenas condiciones y preparar la comida. Incluso pidió encargarse de limpiar sus aposentos para mantenerse ocupada.

Los únicos humanos que compartían su horario eran Iván y Sophie. El primero, porque debía atender las tareas que William le asignaba; y el ama de llaves porque afirmaba estar en su derecho de hacer lo que le diera la gana con los años que le quedaban. Ni siquiera William osaba llevarle la contraria.

Con todas sus necesidades cubiertas y viviendo entre lujos, su mayor preocupación era el tedio. Todas las noches eran iguales y, más allá de pasear por los jardines, comer y tratar de mantenerse ocupada, no tenía nada que hacer. Echaba de menos hasta las tareas que su madre le imponía cuando vivía en la aldea. ¿Era así la vida de los nobles? ¿Y la eternidad de los vampiros? William pasaba casi todo su tiempo en su estudio, leyendo sin parar. Tal vez entendería qué tenía de interesante si supiera leer.

El alba ya despuntaba cuando, resignada, subió las escaleras de caracol de su torre. Caminó directa hacia la chimenea y avivó el fuego antes de desvestirse.

Se libró primero de la capa que usaba incluso dentro del castillo debido al frío. Después de retirarse el vestido, pasó a la ropa interior. Lo primero que desató fue el corsé. Los cordones estaban en la parte delantera para no necesitar criadas que la ayudaran. Era una prenda que se usaba sobre todo en Vasilia y ella estaba acostumbrada a vestidos sueltos que no levantaban el busto y permitían mayor libertad de movimiento para trabajar. Sin embargo, la sola idea de vestirse como en la corte, la emocionaba y aceptó sin dudar los vestidos que William encargó para ella.

Después de quitarse la almohadilla que levantaba la falda alrededor de la cintura y desatar las enaguas, quedó solo con el camisón cubriendo su cuerpo. Se sentó sobre la cama para sacarse los zapatos y las medias.

En cuanto terminó, se metió de un salto en la cama y se arropó con las pieles. Sin embargo, no consiguió entrar en calor. Su mirada se dirigió al armario donde guardaba varias batas que seguro la ayudarían a calentarse. Renuente, abandonó el lecho y fue pisando solo la alfombra hasta detenerse delante del mueble.

Aún la fascinaba la cantidad de vestidos elegantes y caros que poseía ahora. No había tenido ocasión de probar los de gala y soñaba con la idea de asistir a un baile. En su aldea celebraban Festivales de la Cosecha pero nada comparable a un evento de la nobleza.

Rebuscó entre las prendas hasta dar con una bata de color azul noche, con lazos para atarla en torno a su cintura y pecho. Cuando tiró de ella, volcó una cesta y cayeron todos los paños y toallas que contenía. Los había guardado ahí a la espera de necesitarlos, pero terminó por olvidarse de ellos.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora