29. Lazos de sangre

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Una noche entera había pasado y los rayos de sol comenzaban a teñir el cielo de malvas y anaranjados

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Una noche entera había pasado y los rayos de sol comenzaban a teñir el cielo de malvas y anaranjados. Pero Wendolyn no veía nada de eso amparada en la oscuridad que reinaba en su torre. Sobre su regazo tenía un libro abierto pero apenas podía concentrarse en su lectura. En realidad, no había podido concentrarse en nada desde que William la invitó a acompañarlo a Vasilia.

Había deseado visitar el reino de los vampiros desde que se convirtió porque allí no tendría que esconderse y podría dejar atrás a la humana indefensa que fue. Entonces, ¿por qué de pronto sentía miedo de abandonar Isley? Y no era lo único que la retenía. Había algo más que había luchado por mantener fuera de sus pensamientos y no podía dejar atrás con facilidad.

Quizás William pudiera ayudarla.

Se puso en pie de un salto y abandonó su torre. Recorrió los corredores hasta los aposentos del vampiro y alzó la mano para llamar a la puerta, pero se detuvo indecisa. ¿Estaría dormido? Ya había amanecido por lo que era muy probable. Tal vez sería mejor volver más tarde...

Iba a dar media vuelta cuando oyó su voz a través de la puerta:

—Puedes pasar, Wendolyn.

Dubitativa, bajó el picaporte. Primero asomó la cabeza y, al verlo sentado frente a su escritorio, entró.

William dejó de escribir y alzó la vista hacia ella.

—Siéntate. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó entrelazando las manos.

Wendy ocupó la silla frente a él y clavó la vista en su regazo. Tal vez abusaba de su hospitalidad al pedirle más.

—¿Es algo malo?

La joven alzó el rostro y al fin lo miró a los ojos.

—¡No! —exclamó angustiada, pero al verlo sonreír supo que le estaba tomando el pelo.

—Entonces no tengas problema en decírmelo.

—Antes de irnos quería pediros dos favores —dijo levantando dos dedos para resaltar que era poco lo que deseaba. En sus manos finas y menudas, parecían aún más diminutos.

—¿Cuáles? Los cumpliré si puedo.

—El primero es que me gustaría dejarle unas instrucciones a Sophie sobre algunos remedios para sus dolores. Parece que le han hecho bien cuando se los he aplicado y quería que los tuviera.

—Me parece muy amable por tu parte —dijo el vampiro con un brillo cálido en sus ojos.

—El problema es que aún no escribo demasiado bien y temo que no se entienda. Por eso me preguntaba... —bajó la vista avergonzada—. En realidad no importa, puedo pedirle a otra persona que lo escriba.

William se estiró para alcanzar un pergamino nuevo y mojar la pluma en el tintero.

—Ahora dispongo de tiempo. Díctame los remedios.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora