13. Furia

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La puerta doble volvió a abrirse unos minutos después

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La puerta doble volvió a abrirse unos minutos después. Por ella entraron Iván y Wendolyn. No le había dado tiempo a peinarse, por lo que llevaba su melena suelta, pero al menos pudo ponerse uno de los vestidos que William había encargado para ella. Estaba hecho a medida, con las mejores telas de Svetlïa y de un tono celeste que la favorecía. Jamás había tenido una prenda tan lujosa y ese ni siquiera era uno de los vestidos más impresionantes que ahora poseía.

Se detuvo para realizar una reverencia y fue al alzar la mirada que se percató de la presencia de alguien que no conocía. Sin embargo, nadie lo presentó.

—Disculpad la tardanza.

—Tonterías, muchacha —dijo Sophie—. Siéntate a mi lado, pronto nos servirán la cena.

Ella ocupó la silla a la izquierda de la anciana e Iván se situó en la derecha. Los tres quedaron frente a William y el joven desconocido. El silencio se extendió por el comedor y Wendy intuyó que se estaba perdiendo algo, pero no se atrevió a preguntar.

La tensión se rompió con la entrada de los sirvientes. Portaban fuentes y bandejas de plata repletas de comida. Había sopas humeantes como la solyanka que tomó en Rëlsa, perfecta para el clima frío de Svetlïa; también otras viandas como brochetas shashik, varienik rellenos de carne; y grecha de alforfón como acompañamiento. Pero lo que más deseaba probar era el postre, pues vio una bandeja de pashki recién horneados con el relleno de mermelada de arándanos asomando.

De beber les sirvieron vinos ligeros y afrutados y, aunque no era lo que Wendy ansiaba beber, se bebió la copa esperando que ayudara.

Los sirvientes se retiraron después de colocar el banquete frente a ellos. Siguiendo las instrucciones de Sophie, abandonaron el castillo, solo entonces, William pareció relajarse.

El comedor volvió a sumirse en el silencio, roto por el tintineo de los cubiertos. Sophie y la vampira parecían ser las únicas que disfrutaban de la comida. Sin embargo, Iván y William mantenían la vista fija en el joven rubio que apenas había dado dos bocados.

—Wendolyn —la llamó Sophie cuya voz rasposa se unió al crepitar de la chimenea, llenando de calidez la sala—. ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde vienes?

—No la atosigues, Sophie —le reprochó William antes de tomar un trozo de carne ensartado en la brocheta. El gesto dejó a la vista sus afilados dientes.

La anciana no se amilanó y contempló a Wendy, esperando su respuesta.

—No me molesta —sonrió ella—. Tengo dieciocho años, señora Loughty. Provengo de una pequeña aldea al norte de Isley, dudo que la conozcáis.

—Vaya, eres muy joven para ser vampira. —Sophie miró con reproche a William pero él la ignoró deliberadamente.

—Era eso o morir, señora Loughty.

—Lo lamento —dijo la anciana.

Le dio una palmadita a su mano. Al tocarla, Wendy sintió su pulso, lo que le hizo pensar de inmediato en la sangre. Se apartó con rapidez cuando sintió la mirada de William sobre ella.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora