28. Confesiones al anochecer

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El castillo estaba de luto, en completo silencio

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El castillo estaba de luto, en completo silencio. La luz del crepúsculo se colaba entre las vidrieras de la biblioteca creando tenues colores que bailoteaban sobre los libros.

Iván llegó el primero, aunque fue William quien los citó. Estaba impaciente por saber cuáles serían sus siguientes pasos. No había tenido ocasión de preguntarle, pues estaba siempre encerrado en sus aposentos y lo único que sabía de él era gracias a Wendy.

Al parecer había tomado la decisión de abandonar Isley, pero no sabía a dónde iba. Estaba acostumbrado a que guardara sus planes para sí, pero esta vez era demasiado.

Suspiró decaído. La furia que había sentido hacia su señor durante días, había terminado por esfumarse dejando solo abatimiento. Después de tantos años persiguiendo la cura del vampirismo, después de desertar de la Orden Mirlaj y ser considerado un traidor por los suyos, no había servido para nada.

Dio un fuerte golpe sobre la mesa. Se hizo daño y además no sirvió para desahogarse.

—¿Estás bien?

Iván alzó la vista hacia Sophie que entraba en ese momento apoyada en su bastón.

—No estoy seguro —respondió cuando ella tomó asiento frente a la mesa que acababa de golpear.

—Estos días nadie está seguro de nada —dijo y abrió un libro de poesía, aunque no parecía tener intención de leer—. Yo creía conocer cada palmo de este castillo y resulta que no tenía ni idea de que el antiguo vizconde estaba encerrado en esa torreta. ¡Y convertido en vampiro!

—Debíamos mantenerlo en secreto...

—Y Wendy parece estar ausente —lo interrumpió—. Da vueltas por el castillo sin poder concentrarse en nada. William... Bueno, no sé qué se trae entre manos, pero presiento que, después de lo que nos diga, nada volverá a ser lo mismo.

—William... —murmuró Iván frunciendo el ceño—. Hasta dudo que ese sea su verdadero nombre.

—Ese es su nombre —contestó Sophie sin asomo de duda—. Pero ha tenido tantas vidas... Dudo que él mismo sepa quién es en realidad. A veces me levanto por las mañanas, ¡y ni yo misma sé quién soy! —exclamó y soltó una carcajada quejumbrosa—. Imagina si hubieras vivido cuatrocientos años...

Un silencio, que no pertenecía a ese lugar, se apropió de la biblioteca. No era el silencio de una mente enfrascada en la lectura, ni el del pasar de las páginas. Era un silencio antinatural. Pero por dentro, Iván estaba en ebullición. Hacía días había descubierto que William era miembro de la realeza; cuando quiso confrontarlo, no lo encontró por ningún lado.

—¿Vos lo sabíais, señora Loughty? —preguntó cuando ya no pudo mantenerse callado.

—¿El qué? —dijo con la vista fija en un poema.

—Que William es de la realeza vampírica.

—Sí —respondió como si nada. Al ver la sorpresa en el rostro del joven, sonrió—. Lo conozco desde hace más de cuarenta años, es inevitable que sepa más cosas de él que tú.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora