Capitulo cuarenta y tres

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Los Cielos eternos

FINNIEL

Lo primero que sintió fue dolor. Uno agudo y localizado a la altura del pecho, que le dificultaba respirar con normalidad, haciéndolo jadear en cada exhalación. Cuando un momento después abrió los ojos, la claridad deslumbrante que impactó en ellos le dio a conocer dónde se hallaba. La sensación de paz absoluta se lo confirmó. Finniel había vuelto a su hogar, estaba en los Cielos.

Aunque preveía lo que iba a suceder, él igualmente hizo el intento de incorporarse. El ramalazo de dolor que lo recorrió de pies a cabeza lo hizo desistir de aquella idea. Se quedó quieto y paseó sus ojos por la habitación blanca y pulcra.

—No te recomiendo que hagas eso —le dijo Uriel apareciendo en su campo visual. Le sonreía con su calidez habitual—. Quédate acostado y tranquilo. Traté tus heridas más graves, pero aún convaleces por las otras, así que relájate.

—¿Dónde está Ziloe?, ¿por qué estoy aquí?, ¿qué fue lo que sucedió?

Todos aquellos interrogantes brotaron de su boca directo de su confusa cabeza, sin que él siquiera les diera la orden.

—Vamos por partes —lo apaciguó Uriel, sentándose a su lado en la cama—. Ziloe está bien... está aquí, en los Cielos. Tú estás aquí porque Abadón te trajo junto a ella, y, en cuanto a lo otro, lo que sé es que Yasiel asesinó a la humana, a Ana, y los hirió a ti y a su esposo antes de huir malherido. Abadón me dijo que murió cerca, desangrado.

Finniel se tomó un segundo para digerir lo que el arcángel le contaba.

—¿Ana murió? —fue lo primero que le preguntó. Uriel asintió con pesar—. Qué pena, era una mujer excepcional. Y... ¿dijiste que Ziloe está aquí? Tengo que...

—No —lo detuvo el arcángel—. No tienes que nada... ¿no escuchaste lo que te dije?, estás en recuperación. La traeré luego, pero quítate la idea de ir a ella. ¡Por el Padre, Finniel, hazme caso alguna vez!

Era raro, no, muy raro ver a Uriel enojado, así que Finniel renunció al impulso de ir a buscar a Ziloe. Por lo menos por ahora. Luego de exhalar despacio él llevó la mirada a una de sus alas, la que estaba desplegada debajo de él y tocaba el lustroso suelo de mármol. Era la única que le quedaba, la otra le había sido arrancada por Yasiel.

—Volverá a crecer —le dijo Uriel, viendo hacia donde se dirigía su mirada—. Pero tienes que cesar en tu afán de poner en riesgo tu vida. Pareces apenas valorarla.

Finniel volvió a mirarlo. No tardó en darle una respuesta.

—No soy un cobarde —aclaró—. Hago lo que debo hacer sin importar el riesgo. Más aún si los que quiero están en peligro.

Uriel suspiró y meneó la cabeza.

—La sensatez y la autoprotección no son señales de debilidad, Finniel. Mucho menos de cobardía.

El arcángel lo miraba con afecto. Él sabía que se preocupaba por él y que no debía menospreciar su consejo.

—Lo intentaré —le dijo, solo eso. Una promesa a medias.

Uriel asintió. De pronto Finniel lo notó algo nervioso. Se puso de pie y acomodó un mechón de sus cabellos castaños.

—Irás a juicio —le anunció elevando la mirada. Así que esa era la razón de su ansiedad—. Has tenido actitudes rebeldes. También has caído en actos indebidos. Lo siento, amigo, trataré de interceder por ti.

En contra de lo que se esperaría, Finniel sonrió.

—No lo hagas Uriel —le pidió—, que dé cuenta por mis acciones es lo justo. Sabía que tarde o temprano llegaría la hora, y estoy preparado. Si erré, si torcí mis pasos, fue por amor, ¿cómo podría arrepentirme si él fue la causa?

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora