Capítulo treinta y tres

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Hola de nuevo. Les hago un anuncio. En el refugio de sus alas tendrá continuación, esta se llamará Mercenarios, aquí les dejo la portada.

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Sinagoga de Tel Aviv, Israel

LUZBELL

Luzbell observaba el rostro de su enemigo a escasos centímetros. El placer que le causaba era indecible.

Luego de ordenar la muerte de los cientos de ángeles agonizantes y la reclusión de los veinte restantes, había mandado a traer al malherido Uriel a una de los cuartos en el primer subsuelo. Con él estaban Abdi-Xtiel, Siriel y Lumiel, rodeando al arcángel como depredadores hambrientos ante una presa maltrecha. Hariel estaba en una esquina apoyado en la pared; miraba el suelo, no había dicho nada después de salvar su vida.

—Termina con esto de una vez, mátame —masculló Uriel con un evidente esfuerzo. Se lo veía cercano a la inconsciencia.

Luzbell lo contempló y sonrió. Ladeó su rostro y apreció los armoniosos rasgos del arcángel, veteados con sangre propia y ajena. Lo tenía encadenado a la pared. Verlo así era morboso y sensual.

—Uriel, ¿por qué acabar tan pronto con algo que me deleita en exceso? —le susurró—. Verte así, rendido, sangrando, subyugado... no te imaginas la satisfacción que me produce.

No pudo evitar morderse el labio inferior. Este tipo de juegos le resultaban tan entretenidos. Los ojos avellana de Uriel brillaron con enojo.

—No vencerás, y creo que lo sabes —le presagió, deteniéndose para tomar aliento—. Quizás lograste algo aquí, en la tierra, pero en los cielos van a aplastarte como el insecto que eres ni bien te atrevas a cruzar la puerta.

—Me subestimas Uriel —le contestó él con una minúscula sonrisa—, pero no te esfuerces en hablar, quiero que dures un poco más. Lumiel muere por jugar contigo, ¿lo sabías?, ¿quién no?, eres el ángel más puro de todos.

Los dedos de Luzbell le acariciaron la mejilla. Uriel, como era de esperarse corrió el rostro. Su caricia descendió por su cuello, bajó por el peto de su armadura y se coló por la rajadura que mostraba su herida abierta. Coló sus dedos en ella y Uriel apretó los dientes acallando un quejido. Hurgó en él mientras buscaba sus ojos; la tibieza de su sangre era excitante. Luzbell llevó sus dedos ensangrentados a su boca y los lamió despacio, de abajo hacia arriba.

—Hasta sabes a pureza —lo halagó mirándolo. Uriel lo examinó con repugnancia.

La puerta se abrió y Luzbell se puso de pie, era Yasiel.

—Se la llevó —le informó con su voz ronca—. Seguro fue él, Finniel.

Luzbell sopesó la reacción de Hariel al ver a Yasiel. Su favorito no pareció inmutarse.

—Debo reconocer que ese pequeño desgraciado es rápido y escurridizo. Ve en su busca Yasiel, átala a ti si es necesario. La necesito aquí para ascender mañana —le ordenó a su comandante. Luego se dirigió a Siriel—, ¿podrías ver cuál es su destino?

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Kde žijí příběhy. Začni objevovat