Capítulo veinticuatro

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Sinagoga de Tel Aviv, Israel

ZILOE

Habían transcurrido más de dos horas desde que Hariel se había marchado alertado por un presentimiento y una corazonada; una muy mala. La que se había fortalecido cuando lo hablaron. Luzbell detestaba a Pilly, todos lo sabían, ¿le dejaría pasar aquella negativa delante de todos como si nada? Era poco probable. Y cuando Hariel lo entendió salió disparado como un rayo hacia la Sinagoga de Jerusalén.

Ahora la ansiedad por tener noticias sobre Pilly-Kabiel le estaba destrozando los nervios. Y no podía hacer nada más que esperar. Entre suspiros, miraba a la nada en el exterior, intentando darle alguna dirección a sus tumultuosos pensamientos. Minutos antes le habían traído comida, no mucho, carne, pan y fruta, se la había dejado en el escritorio central un malhumorado ángel de alas verdes. Ni la había probado, tenía el estómago cerrado, si lo hiciera terminaría vomitando.

Su mirada, que no veía nada en particular, de pronto se enfocó en alguien que descendía a las puertas de la sinagoga. De solo verlo se tensó, sabía bien que estaba allí por ella. Esto revolucionó aún más los cuestionamientos que se venía haciendo.

«¿Qué debo hacer? ¿Cumplir con la palabra que di siglos atrás y ser la llave que les abra a los caídos la puerta a los Cielos? ¡En qué diablos pensaba cuando prometí algo como eso! Claro, en Hariel. Pero, ¿qué sucederá si me niego?, ¿van a matarme? Pero... ¿no es preferible la muerte a ser convertida en el medio para que las tinieblas venzan a la luz? ¿Me atreveré a dar la vida por esto?»

Muchas preguntas, la mayoría sin respuestas.

Ziloe deseó tener a Finn a su lado, tener su consejo y ayuda, seguramente él le haría ver cuál era la decisión correcta. Aunque lo más probable era que simplemente se la cargara a cuestas y huyera con ella de allí. Ella estaba harta de escaparse, de esconderse y de camuflarse, a conciencia o no, así había sido toda su vida. La muerte no es un destino tan terrible cuando estás tan cansado de la vida. Cerró los ojos y trató de poner en blanco su mente, estaba emocionalmente exhausta.

Corrieron un par de minutos antes de que oyera la puerta abriéndose.

Reconoció el aroma dulce que el maldito desprendía, era similar al perfume de jazmines y fresias que abundaban en el jardín de los monjes con los que había vivido. Debía reconocer que era embriagante, pero a ella desde que lo percibió la primera vez en él, solo le producía náuseas.

—Ziloe —la llamó. Giró su rostro para verlo—. Me dijo Hariel que ya recordabas, es bueno saberlo.

Ziloe lo observó, todo perfección, ni un solo cabello blanco fuera de lugar. Su imagen distaba tanto de la que los humanos le atribuían, como el día se diferenciaba de la noche.

—Supongo que vienes a recordarme mi promesa y a amenazarme de muerte si no la cumplo, ¿no es así? —respondió ella en algo que sonó a reto.

Luzbell sonrió de lado y caminó unos pasos hacia ella, quien al notarlo se puso de pie. Cuando estuvo a escasos centímetros alzó una mano y acarició sus cabellos. Ziloe se crispó con su tacto.

—¿A qué he venido?, eres mi llave y como tal te necesito para abrir, ¿realmente es necesario que te lo recuerde o qué te sucederá si no lo haces?

Ziloe levantó la barbilla y miró de cerca sus ojos negros; luego le dio su respuesta.

—No lo necesitas, puedes ahorrártelo, porque no lo haré.

La expresión de Luzbell no cambió y eso le extrañó, es más, su sonrisa ladina se amplió mientras sus dedos largos y finos enrollaron un mechón de su cabello.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora