10: El cápitan

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—Llegamos hermanito —dijo Érika al retirarme los audífonos de la cabeza—. No te los pongas hasta que estemos en un lugar totalmente seguro.

—Sabes que no soy tan descuidado.

—A veces lo eres.

—Claro que no.

—Lo eres —dijo Dorian al comenzar a bajar por un pedazo del paso elevado que se había derribado formando una rampa algo inestable.

—Bajaras por ahí —Jace asomó la mirada por el borde—. Las varillas mantuvieron el concreto y el asfalto juntos, pero se ve muy inestable.

Érika y yo nos acercamos a al borde con mucha cautela. Había autos en el fondo, eran unos cuantos que estaban llenos de polvo, y algunas plantas crecían desde las ruedas desinfladas que con cada día se iban confundiendo con el sustrato que antes las sostenía.

—Pongan atención en lo que hago —alzó la mirada antes de comenzar a baja, tanteando cada uno de los posibles puntos de apoyo para sus manos y pies.

Se podía escuchar el metal crujiendo al igual que el concreto. Todo ya estaba viejo y degradado por la exposición a los elementos, y el metal oxidado era muy fácil de romperse, más si alguien de 90 kilogramos se apoyaba sobre este.

—Parece muy sólido —miró hacia arriba.

—No te distraídas —contestó Harley.

—Créeme niña, no voy a...

Una de las varillas donde tenía la mano se rompió, lo que le provocó una Servera perdida de equilibrio a tan solo 2 metros de distancia del suelo. Su espalda chocó con el techo del auto debajo de él, destrozándolo por completo gracias a su peso; el parabrisas se agrietó, y el resto de las ventanas reventaron, cayendo lentamente al suelo.

El ruido se disipó unos segundos después y sus quejidos se escucharon entre algunas de nuestras risas contenidas.

—¿Estas bien? —Se burló Jace.

—¡Ahg! —Frunció el ceño—. No... Creo que mi columna se rompió. Bueno, no tanto... Pero si duele.

Su dolor solo nos causó más gracia, se estaba arrastrando fuera del pozo que hizo en el techo del auto cayendo al suelo luego de moverse. Se quedó recostado boca arriba en el suelo, esperando a que nosotros bajáramos.

Salté al estar un metro a 1 metro del suelo.

Los pequeños escombros y vidrios crujieron con mi peso sobre ellos, una nube muy ligera de polvo se levantó con mis pasos sobre ese terreno pedregoso por el asfalto destruido.

Había hollín marcando las calles, restregué mi zapato sobre aquella marca negra y removí aquel remanente de las cargas incendiarias dejando un poco de asfalto al descubierto.

—Este lugar es horrible —dijo Érika.

—Es un cementerio —corrigió Dorian—, miren allí —señaló a los despojos quemados de un control militar.

—Por dios...

La vista de aquel lugar era terrorífica, de solo verlo nos daba un vuelco en el corazón. Los cuerpos de las personas que estaban en aquel control quedaron suspendidos en el tiempo al ser incinerados por el infierno que les cayó encima; sus restos ahora parecían estatuas, en posiciones demasiado deprimentes como para verlas por mucho tiempo.

Hombres, mujeres, niños, el equipo de emergencias, todos estaba de pie, sentados, o incluso se arrastraban intentado escapar de su destino inevitable.

—No hagamos ruido —dijo Harley dirigiendo la mirada a alguien que en sus brazos tenía a un par de niños.

—Tampoco hay que hacer ruido por él —señalé a un bull que estaba merodeando lentamente por el lugar—. Caminen con cuidado.

El mastodonte cubierto de hueso se tamaleaba de lado a lado esperando algún estimulo, algo que le llamara la atención para comenzar una carrera muy ruidosa, lo que no sería buena idea en un lugar tan poco estable como lo eran las zonas bombardeadas.

Nos acercamos acuclillados a un auto quemado, desde donde teníamos la mejor cobertura y vista del infectado que nos bloqueaba el paso.

—¿Que hacemos? —Susurró Jace.

—Debemos distraerlo, alejarlo con algo de ruido.

—Bien... Que alguien corra y lo aleje.

—¿Dónde está Harley? —Preguntó Érika.

Un rugido y un fuerte golpe contra el suelo después, observamos a Harley sosteniendo un largo tubo de metal, que quedó incrustado en la cabeza del infectado.

—Se tardaron mucho —sacó el tubo de metal del cráneo del infectado, dejándolo a un lado—. Ahora ya tenemos pase libre.

Salimos de atrás del auto. La sangre del bull se estancaba bajo su pesado cuerpo, pero, al ver al infectado de manera más detallada, nos dimos cuenta de que era una mujer, su largo cabello era lo que la había delatado, así como su brazo menos afectado.

Los demás avanzaron sin prestarle atención al cuerpo, pero yo sentía que debía de hacer algo, dejar así el cuerpo de una persona me resultaba algo incorrecto. Recordaba que hacía algo en estas situaciones, pero nunca daba con aquel recuerdo, y solo seguía de largo al encontrar los cuerpos, justo lo que hice un par de segundos después.

Los sonidos en el lugar eran casi inexistentes, la calma reinaba por fin en lugar del caos de los infectados, y después de un día de huida teníamos un breve respiro de toda aquella locura infernal.

Algunos metros adelante se podía ver un pequeño pero fresco cuerpo, era de un animal, un perro, estaba hecho jirones sobre el concreto, junto a otros cuerpos pequeños igual de desgarrados y carcomidos que el más grande. Era una madre y sus cachorros.

Érika se detuvo un momento frente a los cuatro cuerpos de aquellos canes, su mirada estaba triste y no decía ni una sola palabra. Le dejamos observando, pues ella simplemente trataba de asimilar que ni los animales que más amaba en el mundo lograban salvarse.

—No te tortures así. Sigamos —le dije al tomarla de la mano.

—No quiero dejarlos así. No puedo.

—Debemos...

Dorian fue interrumpido por un pequeño estruendo, unos botes de basura se habían caído en un callejón algo oscuro, y no podíamos ver si había algún infectado merodeando en las sombras.


Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz