Capítulo 12 | Sorpresas y regalos.

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Gabriel cruzo el gran umbral del estudio de su padre y se sentó en uno de los sillones de terciopelo que a su madre le encantaban, esperando por la aparición de ambos. ¿Cuándo habían llegado de Grecia? Esperaba que Alfred se equivocara en la fecha del comunicado y no aparecieran. No ahora que estaba todo bien con Noelle, que se estaba abriendo con ella, que se sentía diferente de cómo se sintió con Rosaline.

Escucho los pasos inconfundibles de Alfred y ladeo el rostro para verle. Tenía la expresión divertida que siempre poseía de cuando pasaban horas y horas con él en el parque, de cuando le cubría todas sus travesuras y de cuando tenían que hacer alguna asignación difícil y el terminaba por hacerla para que ellos durmieran.

—Dime la verdad, Alfred... ¿Ellos vendrán? —pregunto esbozando una sonrisa.

—Si no está convencido, ¿por qué esta aquí?

Maldito seas, Alfred. Siempre tenía la razón en todo, inclusive en todo lo que pensaba o decía. Él era canoso, de piel blanca y cuidada, de estructura ósea fuerte y tan alto como Gabriel. Tenía unos cincuenta años y se veía muchísimo más joven de lo que aparentaba.

—¿Cómo estuvo su día de ayer? —pregunto acercándose y sonriéndole elegantemente—. ¿La sorprendió?

Gabriel no pudo evitar sonreír, tanto que se sintió algo estúpido por sentirse como un niño. No recordaba lo que era volver a sentir eso. No después de que sus padres le dieran la empresa, y el emprendiera su viaje en los negocios. Pensó que habían matado su niño interior.

—Puede decirse que sí, pero...

El rostro de Alexander apareció justo detrás de Alfred, y le regalo una sonrisa elegante al mayordomo, quien se la devolvió inmediatamente. De inmediato se disculpó ya que una de las sirvientas le llamaba, quizá era para la comida o alguna que otra cosa. Se podía decir que los minutos siguientes se volvieron una tortura para los dos; era extraño estar demasiado tiempo juntos. Habían perdido todo contacto y apenas volvieron a hablar antes de la fiesta de antifaces.

Sus antiguos relaciones los dejaron con un mal sabor de boca, y pese a ello, ambos se proyectaban. La manera con la que jugaban con las Belanger sin querer quemarse, y sin darse cuenta, entregándose ambos por completo de nuevo.

Vio a su hermano merodear por el estudio, rara era la ocasión que se les permitía esperar en ese gran espacio que su padre atesoraba con la vida, y vertió un poco de Whiskey en uno de los vasos de cristal. No le ofreció a su hermano, ya que sabía que no le gustaba beber, menos Whiskey. Recostó su cuerpo de la mesa, e intento conseguir las palabras correctas para comenzar a entablar una conversación, aunque resultaba difícil.

—¿Cómo te ha ido el día?

Fue lo único que pudo salir de sus labios, y bebió del vaso, sin protestas. El alcohol no era que supiera muy bueno, pero ya se encontraba acostumbrado.

—Ha ido bien, no me quejo... ¿Y el tuyo? —contesto verificando su teléfono y eso le colmo la paciencia. ¿Dónde había quedado su antiguo hermano? Aquel que le cubría las travesuras o que cometía las peores haciéndole honor a su apellido. ¿Dónde?

Hace unos años atrás era una persona totalmente normal; con sueños y aspiraciones, tantas que resultaban demasiado imposible, y ahora que las tenía, las dejaba de lado. Se concentraba en solo una cosa: La empresa. Y no era que fuera malo, pero para todo había tiempo.

—¿Qué te paso, Gabriel? Antes éramos más unidos... —admitió bajo, cuidando de que Alfred no escuchara.

Gabriel levanto la vista y frunció el ceño. Pensó rápidamente antes de hablar, porque era una cosa que no se le daba bien, y menos en esos casos. Su hermano menor tenía razón y estaba desperdiciando su tiempo en tonterías en vez de disfrutar de la vida como lo solía hacer. Pero él vivía con excesos, excesos que Noelle le dio un pare.

Forbidden © ( En edición 2023)Where stories live. Discover now