XX

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Sé que estarán haciéndose preguntas como qué me movió a actuar tan desafiantemente contra el mundo y si fue este último acto, un acto de probidad o la manera de justificar un posible desorden mental que me llevará al suicidio o a la reivindicación absoluta de mis culpas a través de un encierro menos deshonroso que éste.

Tampoco espero que lo entiendan.

Yo mismo no he podido hacerlo, hasta que acabé por convencerme de que el destino es así. En ocasiones se planta frente a nosotros y nos obliga a que juguemos su juego sólo para que sepamos que él es quien nos gobierna; primero nos hace echar los dados sobre la mesa, luego nos invita a creer que somos los dueños de nuestras vidas, hasta que, ¡plaf!, nos damos contra el suelo. Así que nos hace escoger ya de último, entre ser yunque o ser martillo.

Yo elegí ser martillo.

Aunque eso de ser martillo también es otro rollo; pero en honor a la verdad como que se disfruta, y mucho.

Ya lo decía Ana Bárbara en ese video pijudo que sacó hace más o menos una década... ¿lo recuerdan? Sí, exactamente ese en el que la diva mexicana zangolotea como ninguna su nalgatorio mientras canta me asusta pero me gusta, cuando te pones como lobo en luna llena...

Empiezo a creer que algo ventajoso puede resultar de toda esto; veamos.

La vida me puso a pruebas en diversas ocasiones y las mujeres fueron como ese platillo para degustar. El premio de consolación en otras palabras.

Con decirles que no podía ver a mi madre bañarse desnuda cuando empezaba a manipularme a hurtadillas el pene con ganas de hacerlo explotar.

Creo que ya advirtieron por dónde viene la cosa. Yo sé mi cuento.

Supongamos que he perdido la razón. ¿Creen que eso es motivo suficiente para que me absuelvan de haber acabado de un piñazo con la felicidad de Jorgito, de sus dos hijos y de su mujer?

Les diré algo: no pierdan el tiempo con hipótesis pedorras. Si alguna vez pisé la acera de una iglesia y de un seminario fue sólo por huir de la cercanía de mis padres, ya que nunca me interesó darme golpes de pecho delante de ningún comemierda para aparentar nada... ¿por qué querría confesarme ahora? ¿Para que me rediman?... ¡No me hagan reír!

Debo admitir que estoy más cuerdo de lo que suponen y no me importa si José, los miembros del jurado, el juez, y la caterva de papanatas de la fiscalía piensen lo contrario.

¿Cómo voy a esperar algo si toda la vida sólo supieron darme de palos como si fuera un perro?

La primera vez que ocurrió tendría cerca de nueve años. Miren cómo pintaba mi panorama desde entonces.

Mientras mi madre salía del baño cubriéndose con la toalla, la seguí hasta el cuarto. Estaba semidesnuda, con el pelo húmedo y largo cayendo por su espalda blanca y todavía tersa y repleta de lunares.

Aun así continué evaluando la curvatura de su espinazo y la belleza de sus nalgas redondas y firmes sobresaliendo a través de la prenda de baño a medio caer.

Se acercó para interrogarme:

––¿Por qué me mirás así?

Me encogí de hombros.

––¿Querés tocar?

Tuve ganas de decirle que sí.

Con una voz impersonal tras su insistencia le respondí:

––¿Puedo?

––Claro que sí, tontito.

Dejó caer la toalla y fue cuando vi sus pechos y el profundo ombligo a mitad de su vientre, así como la cartera de pelos por donde debí salir yo.

Como verán tuve que haberlos visto cientos de veces pero hasta entonces no había llamado mi atención.

––Dale ––me dijo––. Al fin y al cabo mamaste allí.

Me puse nervioso. Me tomó la mano como lo hizo en aquella ocasión cuando me sacó disparado de la oficina del prefecto asesinado por el revólver de mi padre, pero esa vez me la puso en su entrepierna.

––Esto está delicioso ––me dijo mientras se lo restregaba y cerraba los ojos. Después agregó––: Un día vas a entender de qué te estoy hablando.

Se acostó en la cama y entre risitas me convidó a imitarla.

––Acostate ––me dijo dando unas palmaditas.

Me tendí a su lado para pegarme a una de las tetas.

––¿Te gusta?

No dejaba de mamar. Ella retiró una sábana mal doblada y la tiró al suelo.

––Sacatela pues.

––¿Qué cosa?

––Parecés idiota ––me dijo.

Me bajé el pantalón y saqué el animal retraído. Ella lo tomó y empezó a frotarlo. Luego se lo llevó a la boca.

Si lo analizamos en frío, ¿debo agradecerle a mi madre el gesto que tuvo de enseñarme cosas como esas?

MalumbresWhere stories live. Discover now