IX

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Al principio yo era un niño obediente, huraño e inseguro; que no me metía con nadie eso era seguro, porque no me gustaba que se metieran conmigo. Pero cuando crecí, comencé a arreglármelas yo solo; y con la determinación que a otros le faltaba a la hora de fajarse, me empujaba a los puños.

El Mandril lo supo el día en que sin ambages ni medias tintas me retó a los puños en el patio trasero del colegio después de decirme que se pasaba por los huevos a mi madre, a mi hermano y a mí.

Estoy seguro de que El Mandril seguirá acordándose de mí como yo de él porque la vergueada que nos metimos no fue jugando. Aunque algunos dijeron que fue pura suerte la mía, que la trompada que le di ni siquiera iba en dirección a su quijada.

Él era más alto, es cierto, y más fuerte que yo, pero no sé cómo mientras me pegaba hice una finta con una mano y cuando le lancé la derecha, el Mandril trató de esquivarla y mi puño lo alcanzó.

Tras el golpe cayó como saco viejo sobre la tierra seca. Mi desgracia vendría después cargada de violencia y regaños pues tenía al prefecto jalándome de la oreja y repitiendo con ese tonito jirafalesco que usaba para decirme que esto lo tiene que saber tu padre, tu madre y el consejo educativo que convocaré a lo inmediato para mandarte a comer mierda.

Vamos a ver... ¿por qué yo era así? No doy con una. La respuesta concluyente sería precaria e insustancial para todos los efectos.

Creo que me impulsaba una energía que era mucho más fuerte y atrevida que yo; y empujado por alguna que otra desviación ––es lo más seguro–– adquirida no sé cómo ni cuándo, me desvivía por contradecir a mis superiores. Mucho tuvieron que ver, eso sí, el haberme juntado con el grupito con el que empecé a andar después de haber turqueado al Mandril.

En el instituto yo comencé siendo el blanco de las burlas de esos tres impertinentes ya lo he dicho.

Todo comenzó el día en que apareció a las puertas del instituto una perra sucia y pulguienta a quien Don Will, el conserje, adoptó como suya porque decía que en ella estaba alojado el espíritu de su mamá recién muerta, y en compensación el viejo loco le daba de comer de su propia comida.

Fue un amor perruno el de esos dos.

Desde que la vio supongo que el viejo habrá dicho: "Te quedás a vivir conmigo", y le lanzó un pedazo de tortilla que la animala no desdeñó.

Por lo que la bendita perra no se separó de él hasta que un día encontró cobijo en una docena de perros que la siguieron de arriba abajo para preñarla.

Anduvo una semana desaparecida. Don Will la esperaba todos los días en el portón con un buen bocado, pero la perra berrinchuda no apareció sino hasta la semana siguiente, flacuchenta y revolcada, lamiéndose el trasero inflamado con su lengua húmeda y rojiza.

Un mes después nos dimos cuenta de que estaba pipona. Alguien de nosotros dijo que había que matarla porque en la ciudad había demasiados perros deambulando. Pero creímos que quien lo dijo, lo había dicho por decir.

A las tres semanas completitas la perra apareció muerta en el patio del colegio, y estoy seguro de que, por los infundios de Gigante, El Chino y Carales todos me achacaron la culpa a mí. Como era de suponerse me defendí ante el director y de Don Will, este último con grandes lágrimas me prometía darme un escarmiento si no confesaba mi fechoría.

La mataron de cuatro machetazos. Uno en la cabeza, otros dos en el cuello y la columna, y el último en la panza. Se podían ver los hocicos berrejos de sus cachorros a través de la barriga tasajeada. Había al menos ocho de ellos.

El director mandó a llamar a mis padres y aunque le bajé todos los santos del cielo para decirles que yo no había sido, me dieron tremenda golpiza cuando llegué a casa.

Por aquellos días yo no era capaz ni de matar una mosca. Tiempo tendría para probar por mí mismo que sí tenía las agallas suficientes para hacerlo cuando, por mi cuenta, me cargué a la Chusca, la gata de mi hermano.

Necesitétres meses y cinco días para enterarme de que Gigante fue quien puso fin a lamiserable vida de la perra, porque yo mismo encontré el machete un día quefuimos a su casa y decidió confesarlo. El machete aún estaba manchado con lasangre de la perra. r,0u>

MalumbresHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin