XII

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Después de cumplir la sanción ante el falso levantado por El Chino regresé al instituto con la mala fama de mataperro y morboso.

Y por todo eso, ya muchos años después, recordaría estas palabras que mi madre me dijo la tarde en que me volvieron a expulsar por enésima vez:

––Sólo te respetarán ––me dijo–– si seguís al pie de la letra mis consejos: en la vida o aprendés a ser jinete o te conformás con ser caballo.

Como verán ella confiaba que yo no era ningún retobado, que debía sobrevivir a las acritudes de la vida a como diera lugar.

Por un lado, eso me agradaba porque me permitía brincar todo tipo de dificultades; pero por el otro, me metía a más gavillas. Y en esas, incluso, que yo mismo propicié.

No obstante, mi madre siempre pondría su granito de arena a la causa.

––¿Qué esperás de la vida? ––me dijo.

No le respondí. A duras penas tenía idea de lo que me hablaba. Después añadió otra pregunta a las que ya tenía acumulada:

––¿Querés ser yunque o martillo?

Le dije lo primero que se me ocurrió ya que seguía sin entenderla:

––Yunque.

La cachetada de cuello vuelto que me plantó no fue jugando, pues la cabeza se me fue como una pesada bola de boliche hacia la derecha.

––¿Sabés que tu padre está esperándote en la casa?

––Lo sé ––respondí tratando de sobreponerme de la bofetada.

––¿Y cómo te va cuando hacés una cosa de estas?

Los recuerdos de los castigos sin esfuerzos comenzaron a salir: de rodillas durante horas sobre un puñado de trigo y equilibrando, además, con ambos brazos, sendos libros; las palizas de padre y señor mío que me daba Julián con su correa de cuero, y encima exigiéndome soportar un tizón encendido que me pasaba por los pies, habían sido entre las más memorables sornagueadas dizque para enderezarme.

Había, no obstante, uno entre todos ellos que aborrecí precisamente porque me sometía a la humillación pública tras obligarme a posar junto a la puerta de la calle, las marineras y faldas que mi prima, la Memi, dejaba olvidadas cada que venía de vacaciones a nuestra casa.


MalumbresWhere stories live. Discover now