XI

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A veces le gusta pensar que lo único real en su vida es el vóleibol, que las clases son sólo un sueño y que no tienen real repercusión en los acontecimientos de su vida.

Lamentablemente, la realidad no es tal, y termina sufriendo en cada examen de matemáticas, sin excepción.

Cree fervientemente que, hay gente que simplemente no nació para hacer cálculos matemáticos. Él, por ejemplo, había nacido específicamente para ser un armador.

Y no es sólo una teoría suya. Tiene pruebas. Su cuerpo responde perfectamente ante los estímulos del destino cuando está en la cancha.

Lo sabe porque cuando arma bien un balón, siente un cosquilleo en las manos, que luego pasa a recorrer rápidamente todo su cuerpo, llegando así en un parpadeo hasta la punta de los dedos de sus pies; una extraña aceleración en sus latidos (diferente a la del esfuerzo físico que normalmente conlleva el deporte); y una inevitable sonrisa formándose en su rostro.

Miró la hora en el reloj del salón, justo arriba de la pizarra.

El aparato permanece inmóvil en su sitio, pero sus agujas no se detienen ni por un segundo, recordándole la gran cantidad de tiempo perdido que resulta estar entre esas paredes.

Aún faltaban 20 minutos para almorzar, pero seguía con el examen en blanco.

Probablemente el estado de su examen no cambiaría ni aunque le hubiesen dado un millón de horas para contestarlo, así que se rindió ante su destino, y, más concretamente, ante sus nulas habilidades de cálculo.

Pidió permiso para ir al baño, entregó su examen en blanco, y en el camino aprovechó de comprar un jugo en la máquina expendedora para calmarse.

La combinación de: Examen + Charla urgente con Tsukishima no era buen augurio de nada. No sabía qué esperar, qué pensar, cómo sentirse.

¿De qué podría querer hablar? ¿Y por qué así, de la nada? Ni siquiera se habían dirigido la palabra en los últimos días, como para tener tema de discusión.

Iba caminando a paso regular hacia el gimnasio, aunque aún quedaban ocho minutos para el almuerzo. A pesar de este hecho, se sorprendió al ver que Tsukishima ya estaba esperándolo, tal como habían "acordado" (más bien, como él había decidido).

Bueno, no era tiempo de temer. No creía haber hecho nada en específico como para ganarse su odio recientemente. Él simplemente le odiaba, pues...Porque sí. Respiró hondo, y entró en el campo de visión del bloqueador, con ambas manos en los bolsillos del pantalón.

—Vaya, no pensé que llegarías antes del receso, ¿te escapaste de clases para verme?— Comenzó diciendo el rubio, dejando escapar una pequeña risa, algo fingida a juicio del armador.

—Podría decir lo mismo, llegaste mucho antes que yo— Respondió Tobio, extrañamente tranquilo. Tsukishima al parecer había decidido ignorar esa respuesta, porque siguió riendo hasta que volvió a hablar.

—Bueno, vamos al grano— Hizo una pausa, juntando las manos frente a su boca y exhalando lentamente, moviendo las manos despacio, acompañando al aire que salía de sus labios, bajándolas juntas hasta separarlas al terminársele el aire.

Finalmente, miró seriamente a los ojos de Kageyama.

—Bien, quiero saber exactamente qué le hiciste a Yamaguchi.

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Flor DoradaWhere stories live. Discover now