VIII

100 15 1
                                    

• ★ •

Ahora, eran un grupo. Parecían simplemente tres amigos saliendo, como era costumbre, a pasear por la ciudad.

Y, en el fondo de sus corazones, eso eran realmente.

• ★ •

Mientras caminaba en silencio, tembloroso, el de pelo anaranjado agradeció mentalmente haberle hecho caso a su madre, cuando le dijo que llevara su abrigo antes de salir.

El otoño no daba tregua, el viento helado arrasaba con todo a su paso, y estando ya en los últimos días de esta estación, las lluvias amenazaban con cubrir las calles: El invierno estaba a la vuelta de la esquina.

El rostro moribundo de Hinata, cubierto de sutiles pecas, y adornado por su nariz roja, expresaba el verdadero significado de la llegada del invierno: Frío. Doloroso e insoportable frío.

Kageyama alternaba la dirección a la que apuntaban sus pupilas entre el cielo, totalmente cubierto por intimidantes nubes grises, y su amigo, que parecía agonizar.

A la chica de cabellos dorados le bastó sólo una mirada a su novio para saber que estaba preocupado por el pequeño chico que, a pesar de estar abrigado, no paraba de temblar.

Y su intuición le decía que ninguno de ellos iba a decir o actuar de alguna forma para mejorar su situación.

Y era muy acertado su pensar: Hinata no traicionaría a su orgullo diciendo que tiene frío, y tampoco es como si Kageyama fuera a admitir que le importa cómo se sienta o no su compañero.

—Podríamos ir a por unos cafés ¿no? Y claro, un té en tu caso, Kageyama-kun.

Ambos asintieron rápidamente con la cabeza, y Hinata se preguntó si la novia de su amigo era de verdad tan genial como se veía. «¡Sabe que Kageyama prefiere el ! Y no es que lo diga a menudo, porque no suele tomar ...» 

Bueno, no debería sorprenderle tanto...Son pareja, después de todo.

Mientras caminaban a comprar sus bebidas, Hinata daba pequeños saltos, en un intento de entrar en calor, y Flor Dorada intentaba no reír al pensar en él como una fantástica criatura; anaranjada, pequeña y saltarina.

El pelirrojo sopló dos veces, y acercó lentamente sus labios al vaso de poliestireno.

Se iba a quemar, lo sabía.

Siempre que tomaba bebidas calientes se quemaba al primer sorbo, pero quería postergar el inminente dolor en su lengua lo máximo posible.

Estaba a punto de dar, por fin, un sorbo, cuando sintió vibrar su teléfono celular en el bolsillo del pantalón, y el café se zafó de entre sus dedos, como en cámara lenta. Trató, en vano, de volver a tomar el vaso suspendido en el aire, pero era demasiado tarde, y sólo consiguió que parte del líquido hirviente cayera sobre un brazo del abrigo y, parte de su mano.

—¡MALDICIÓN!— Gritó, y murmuró un par de groserías para sí. Era lo primero que decía en horas, pero ya podía sentir a Kageyama regañándolo antes de que abriera la boca siquiera.

—¡Hinata!— "¡Idiota!"  esperó oír.

—¿Estás bien?— Oyó, sin embargo, y con una entonación que denotaba preocupación.

—¿Qué? Digo...S-sí. Sólo me quemé un poco, está bien— Casi ni sentía ya dolor en su mano. Estaba totalmente desconcertado por aquella actitud tan...Poco agresiva.

—Ten más cuidado, imbécil— Y el azabache le golpeó la nuca con la mano libre.

Se había demorado bastante ya en reaccionar, pensaba. Sonrió. 

Y luego comenzó a quejarse, claro. No se podía quedar atrás.

—¡¿Así es como tratas a un herido de café?! ¡¿Con violencia?!— Se sobó la nuca, más por reflejo que otra cosa, no le había pegado tan fuerte.

—¡¿Y qué se supone que es un herido de café?! ¡¿Por qué tomas café, de cualquier forma?! ¡El té es superior!

—¡El café es mejor!

—¡Té!

—¡Café!

—¡Té!

—¡Café!

 —¡Té!

Y continuaron así por un buen rato.

Un pequeño e improvisado grupo de transeúntes siguieron atentamente la discusión (a una distancia segura, claro), hasta que el par recordó la presencia de la dama, y ambos se disculparon varias veces por el escándalo.

Flor Dorada simplemente reía, y les afirmaba una y otra vez, divertida, que no tenían nada de qué preocuparse.

Comenzaron a caminar otra vez, y el pelirrojo, con aún más frío que antes, se resignó a morir congelado. No había que llorar por el café ya derramado.

Inesperadamente para todos los presentes, Kageyama acercó bruscamente su té a las manos de Hinata.

—No hables— El pequeño captó perfectamente el mensaje, y sin pensarlo dos veces, y sin rencores de la pasada guerra de bebidas calientes, dio varios sorbos al té, que a estas alturas, estaba casi frío.

Sonrió con la mirada a Kageyama, mientras seguía bebiendo de su vaso. 

Para ser té, no estaba nada mal. 

Y no entendió por qué su bebida, estando tan fría como estaba, entibiaba su pecho con cada pequeño sorbo que daba.

Kageyama simplemente evitó mirarle a los ojos, y llevó las manos a los bolsillos de su chaqueta, con una leve sonrisa salpicada de orgullo, como quien da pan a un perro callejero.

Flor Dorada les miraba atentamente, sin poder dejar de reír o sonreír ante cualquier interacción que tuvieran.

Parecían estar realmente conectados, y le llenaba de gozo saber que esa amistad eran tan verídica como se veía desde la banca.

Se preguntó si, en algún momento de su fugaz existencia, existiría la posibilidad de tener también una persona así, con quien sincronizar los latidos de su corazón.

• ★ •

Flor DoradaWhere stories live. Discover now