IV

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Las hojas rojas y amarillas tapizan el asfalto, y con cada paso, se hacen oír, crujiendo ruidosamente.

Y crujen aún más hoy, cuando Tobio decide volver a su costumbre de irse a casa en bicicleta.

La chica se sentó en la rejilla trasera de su transporte. Le veía nerviosa. Quizá no quería subirse, pero él no la detuvo de hacerlo de todas formas.

Pedaleaba a una velocidad normal, despacio y constante(en relación a sus carreras a casa), para asegurarse de que la chica fuera cómoda y no se asustase.

No era para nada comparable con llevar a Hinata prácticamente de pie, apoyado en las barras de la rueda trasera, a toda velocidad. Entonces se sentiría alegre y nervioso, pensando que en cualquier momento el pelirrojo podría hacer algún movimiento extraño mientras platicaban, haciendo a ambos perder el equilibrio y caer. Reirían, pero él le regañaría, y luego volverían a subirse sin pensarlo dos veces.

Esto era...Ciertamente aburrido, en comparación. Pero relajante.

Quizá necesitaba darse un respiro, así, de la vida en general.

Miró al cielo, que cada vez oscurecía más rápido. No había una sola nube que interrumpiera el matiz entre amarillo, rojo, y el inminente negro del cielo nocturno.

Su novia decidió romper el silencio que había permanecido durante todo el viaje.

¿Qué significa esto para ti?

Pensó dos minutos su respuesta, pero se dio cuenta de que no había entendido a qué se refería en primer lugar.

—¿A qué te refieres?

—A esto. Comer y pasear juntos, tomarnos de la mano...Ser novios.

—La verdad no lo sé. Es...Diferente. Y agradable.

Al parecer esa respuesta había bastado para la chica, porque el silencio volvió a reinar entre ellos.

Estaban mirando en direcciones opuestas, pero ambos pudieron sentir sus sonrisas.

En ese preciso momento, se dieron cuenta de que habían descubierto algo.

Algo que no se dirían hasta un tiempo después.

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Flor DoradaWhere stories live. Discover now