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«Yamaguchi, yo realmente lo siento...»

¿Por qué tenía que ser de esta forma siempre?

Primero, él le había rechazado.

Le costó. Le costó muchos meses...Pensándolo bien, un par de años, tener claros sus sentimientos.

Se culpó hasta el cansancio, trató de convencerse de que las cosas no serían como su corazón dictaba, que simplemente se haría daño si seguía cultivando sus sentimientos, pero ningún método de auto-convencimiento era efectivo en lo más profundo de su ser.

Su cuerpo seguía reaccionando de formas extrañas cuando se encontraba en su compañía, y, sin importar nada, su corazón era incapaz de tranquilizarse siempre que su suave piel hacía contacto con la suya.

No podía mirar directamente esos ojos dorados sin sentir una opresión insoportablemente dolorosa y ardiente en el pecho.

Estaba enamorado.
Locamente enamorado.

Y, lamentablemente, sabía muy bien que no era correspondido.

Aún así, de alguna forma, logró reunir el coraje necesario para hacerle saber sus sentimientos a Tsukishima.

Y el hecho de que le respondiera con una calidez y empatía tan impropia de él, le hizo derrumbarse aún más.

Podía soportar una burla, una humillación, una respuesta negativa, seca y fría. Hasta una paliza hubiera sido comprensible.

Pero no algo así.

No estaba preparado para eso.

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Se distanciaron un par de semanas, pero como no son muy buenos relacionándose con otras personas, sus instintos les hicieron volver a reunirse.

Y luego de un tiempo, casi por arte de magia, todo parecía haber vuelto extrañamente a la normalidad, y eran amigos de nuevo.

Se sentía feliz, y libre de verdad. Era como si, el simple hecho de confesarse, hubiera eliminado todas las limitaciones que él mismo había puesto en su vida.

Y ahora, su corazón había relentizado su ritmo cuando estaban juntos, a cambio de centrar su atención en una chica nueva, de un curso mayor...

Diríamos que fue algo a primera vista.

Bastó que ella se quedara una tarde observando las prácticas para que le cautivara.

Escondida tras la puerta del gimnasio, y camuflándose con la dorada luz del Sol, observaba cada movimiento con un especial brillo en sus ojos, que eran una sublime combinación de verde con  pardo.

Parecía totalmente olvidada del mundo a su alrededor, y sólo una vez le devolvió la mirada, acompañada de una sonrisa, para luego seguir mirando como practicaban.

Y, antes de que el pecoso se diera cuenta, se vio incapaz de quitarle los ojos de encima.

No era muy popular, ya que no destacaba en nada ni estaba en ningún club, pero era realmente hermosa.

Poseía una belleza sólo comparable a la de una flor silvestre.

Todos podían verla, pero se camuflaba tan bien con su entorno, que nadie se detenía a apreciar lo realmente bella que era.

Era tan bella como la novia de Kageyama.

Hasta ese día, no había entendido qué miraba ella con tanta concentración.

Se sintió desfallecer cuando les vio tomados de la mano en el pasillo.

Su pecho oprimió terriblemente cuando les vio salir juntos en bicicleta, serenos, sonrientes.

Las lágrimas empaparon sus pecas al verla, tan bella y radiante, riendo a su lado.

No eran celos. Era anhelo.

Anhelo de conocerla, y hacerla su reina.

Anhelo de estrecharla, sin pensar en soltarla jamás.

No odiaba a Kageyama por hacerla feliz.

Pero sabía, se daba cuenta en su forma de mirarla, que él no la amaba, ni lo haría nunca.

Así que simplemente, anhelaba su lugar.

¿Pero qué podía hacer él para tomar el trono que anhelaba?

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Flor DoradaWhere stories live. Discover now